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La Jornada Maya
Gloria Serrano
Foto Gloria Serrano

21 de septiembre, 2015

El periodismo no es monólogo, es diálogo

No los pienso distraer hablando de las anodinas, criticadas y desangeladas Fiestas Patrias en México, que derivaron en gritos de “¡Fuera Peña!” y “¡Faltan 43!”; tampoco diré nada acerca de todo lo que le duele a esta nación, de su grotesca política, de la devaluación de su moneda, de la carencia de justicia y la sobrada impunidad, de los autoelogios y demagogia del presidente que él y su renovado gabinete no pierden oportunidad para mostrar, del descontento e insatisfacción social que se perciben en las calles o de los mexicanos muertos en Egipto y la carta que envía el ministro de Relaciones Exteriores de aquel país, Sameh Shoukry, para recordarnos –si acaso fuera posible de olvidar– que “la guerra contra las drogas en México ha causado la muerte de decenas de miles de personas inocentes”.

Menos aun haré referencia a los asuntos locales como el repunte en los casos de dengue y chikungunya en Yucatán o a los históricos, como el 30 aniversario del sismo de 1985 o a los internacionales como el flujo de refugiados en Europa que huyen despavoridos del punzante ruido que provoca la destrucción de sus ciudades y lapida sus esperanzas, o a la protocolaria visita de los reyes de España a Estados Unidos ni de aquellos temas pertenecientes al ámbito de la cultura, como que el escritor Enrique Vila-Matas ganó el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2015 o que el domingo pasado, en Mérida, concluyó el Sexto Festival de Teatro de La Rendija, o que en octubre se realizará la edición 43 del Festival Cervantino en Guanajuato o que recién comenzó la Segunda Temporada Olimpo Cultura en la capital yucateca y que el 3 y 4 de diciembre la Escuela Superior de Artes de Yucatán (ESAY), llevará a cabo el Coloquio Nacional #pensarelteatro.

En su lugar, hoy quiero hablarles de una actividad a la que le importa o debería importarle todo lo dicho. Un trabajo en el que según Rydzard Kapuscinski no hay vacantes para los cínicos pero sí para las buenas personas y, si está bien hecho, además de la descripción de un acontecimiento se tendrá la explicación de por qué ha sucedido. Un quehacer que quien lo emprende no es historiador, no es sociólogo, no es novelista ni activista ni pedagogo ni político o constructor de la nación, sino la suma de todo lo que no es. Una ocupación en la que, dice Rosa Montero, “tienes que aprender a escribir bien y tener una curiosidad inagotable, así como excesiva ambición, más allá de lo circunstancial y efímero, de escribir bien”. Escribir tan bien como un José Emilio Pacheco o una Rosario Castellanos, de quienes Elena Poniatowska afirma:

“Dudo que algún periodismo cultural de nuestro continente pueda superar los inventarios que José Emilio Pacheco publicó primero en el periódico Excélsior y luego en la revista Proceso y que fueron el alimento de miles de lectores, jóvenes y viejos, deseosos de aprender y, por tanto, de leerlo. Con esa columna él nos hizo más cultos y más ingeniosos y nos dio la sensación de ser mejores de lo que realmente somos. (…) Durante su vida entera, Rosario Castellanos hizo periodismo cultural. Su crítica literaria era esperada por todos semana tras semana, ya que divulgó la obra no sólo de la filósofa Simone Weil, a quien admiraba, sino la de muchos de los autores de quienes no se hablaba tanto en México, desde Jane Austen, las hermanas Brontë hasta Marguerite Yourcenar y Simone de Beauvoir, Lidia Fagundes Telles, Clarice Lispector y Nélida Piñón”.

Acertaron, este oficio de tinieblas se llama periodismo y Gabriel García Márquez decía que, “aunque se sufra como perro, no hay mejor oficio en el mundo”. También hay quienes sostienen que el prototipo de periodista 3D es dipsómano, divorciado y depresivo. A favor del gremio podríamos, previa carcajada, aducir que “así lo hemos hecho siempre” e incluso recordar aquella máxima de “hay que cambiar para seguir siendo el mismo”. Pero mejor pongámonos serios. Actualmente nuestra profesión es vista con desdén e incredulidad por una sociedad a la que hemos fallado al momento de informar. La ausencia de reflexión al interior de los medios, de autocrítica y de una sana renovación acorde a la revolución tecnológica y de pensamiento, así como a los desafíos económicos que enfrenta la humanidad en este siglo, nos alejan cada vez más de los lectores que gradualmente se han convertido en sus propios generadores y divulgadores de contenidos.

Priorizar la cantidad sobre la calidad de la información, la inmediatez frente a la investigación, el reporterismo de escritorio en lugar del que cubre los zapatos de polvo, la comercialización de espacios en vez del servicio a la comunidad y la arrogancia del que rechaza reinventarse contra la humildad del que se reconoce perfectible, son algunas de las causas que hoy tienen al periodismo tan apartado del epicentro de las transformaciones sociales, que muchos pronostican su extinción. Colaboraciones sin remuneración económica, redacciones cada vez más precarias que prefieren el vértigo a la pausa, estudiantes de comunicación convertidos en meros boletinistas, reporteros que salen a cubrir una gala de ballet sin tener la más remota idea de quién demonios es Martha Graham y notables periodistas independientes intentando colar un reportaje o una serie de fotografías en cualquier medio por unos cuantos pesos, son algunos de los elementos que, al menos en México, dibujan el estado actual de nuestra labor.

Por eso agradezco y reconozco el empeño de ciertas revistas y periódicos –ya sea en papel o digitales– que están apostando por el periodismo narrativo, la crónica y el ensayo; por la cultura en el más holgado de sus significados y por un ejercicio periodístico híbrido; es decir, que combina texto y un lenguaje multimedia para comunicar información. Y por eso también es que durante el mes de octubre la maestra Ana Ceballos Novelo, directora de Aforo Gestión Cultural, me invitó a impartir un taller de periodismo donde estaremos explorando desde distintos ángulos estos y otros tantos aspectos, con el propósito de pensar sin límites la práctica periodística. ¿Tiene sentido hacerlo? Yo pienso que sí y por eso me adhiero a lo expresado por el cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos: “El periodismo no es monólogo, es diálogo. Y si el periodismo es el oficio más bello del mundo, vale la pena imprimirle toda la pasión para defenderlo”.


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