Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

17 de septiembre, 2015

Los murales de Fernando Castro Pacheco cobraron vida y se trasladaron del Palacio de Gobierno de Yucatán a la Plaza Grande, y como mosaicos históricos en tercera dimensión se agitaron cada vez que se mencionaba a los héroes patrios, el nombre del país y las palabras clave que nos dan alguna certidumbre en esta era digital; justicia, libertad y paz, pero no la paz que tranquiliza y sirve en tiempos de guerra, sino la Paz del apellido de un cantante que se llama Espinoza.

Antes, durante y después de la ceremonia del Grito de Independencia, la palabra Paz alborotó a miles de yucatecos, meridanos, [i]huaches[/i], extranjeros, políticos, empresarios y trabajadores que acompañados de sus hermosas mujeres, igual entonaban con ánimo el Himno Nacional que las canciones que duelen, como la famosa [i]¿Por qué la engañé?[/i]

Y paz también pedían los personajes que pintó Fernando Castro Pacheco cuando eran azotados. Y Paz, el cantante (bastante desentonado, por cierto) se interpretaba a sí mismo con el éxito del momento: [i]Para no perderte[/i]. Y paz era el tema que el gobernador Rolando Zapata destacaba en esta fiesta cívica que terminó en la madrugada del 16 de septiembre cuando las familias iban desalojando la Plaza Grande y el señor Paz se dejaba besar por las mujeres que lograban subir al escenario, pegado a la catedral.

[b]Como en Dolores hace 205 años[/b]

El gobernador Rolando Zapata salió cuando las 23 horas del martes 15 de septiembre se marcaban en los relojes; en brazos, la bandera nacional, y frente a un río de gente, en el balcón de Palacio, dio el Grito de Independencia, como hace 205 años el cura Miguel Hidalgo hizo lo suyo en el pueblo de Dolores. Atrás del mandatario, su familia y el gabinete en pleno; luego, los cadetes en espera del lábaro, y enseguida una de las 27 obras monumentales de Fernando Castro Pacheco: [i]Las manos del cortador de henequén[/i].

Y fue entonces cuando se apagó la luz con el propósito de dar paso a una intervención lumínica en la fachada de la catedral… aunque no se vio mucho. O era muy sutil o de plano algo falló, pero el público ni se inmutó. Por más que el maestro de ceremonias iba explicando las imágenes, éstas simplemente no se veían, mientras que las pinturas de Castro
Pacheco parecían haber sido realizadas ayer, aunque cuenten una historia de hace muchos años, más lejana que la Independencia y sin embargo cercanas al origen de la vida peninsular, es decir, a la milpa.

La iluminación pública no encendió. Esto dio paso a dos fenómenos comunes y que hacen fiesta: las luces de las pantallas de los [i]smartphones[/i] y los fuegos pirotécnicos, que lanzados desde el Olimpo (el teatro), hicieron muy felices a los de adentro y a los de afuera.

La música de José Pablo Moncayo logró, en la fresca noche sin luna, que hasta pareciera dibujarse una sonrisa en el rostro del general Alvarado, plasmado también por Fernando Castro, porque de manera simultánea las enormes pantallas colocadas dentro y fuera de Palacio transmitían en vivo las escenas del salón de recepciones y al público apostado en
las calles que rodean la plaza vitoreando primero a la Patria sí, pero inmediatamente después al señor Paz, que aunque desentonado, cantó sus propias composiciones, que dolían, sí, pero gustaron a propios y extraños.

Frente al balcón se congregó el pueblo; miles de familias que muy pronto dieron cuenta de las marquesitas y los esquites que se expendían. En Palacio, también vieron su fin las pequeñas quesadillas y panuchos ofrecidos a los invitados. Ambos espacios lucían repletos. Adentro, los colores y texturas que plasmó en sus pinturas el artista recuerdan los
hechos de la conquista, la Guerra de Castas y la Revolución. Afuera, un mural en movimiento con los sudores propios del clima, el cual se apacigua si se tiene la fortuna de estar cerca de una mujer y su abanico. Todas lo traen, salvo las más jóvenes. Las de adentro y las de afuera parecen conocer las letras del cantante. Las de afuera las gritan, las de
adentro las dicen musitando.

La fiesta empezaba en el salón de recepciones. ¿Cuántos abrazos y fotos se realizan con el gobernador como protagonista en una ceremonia patria? ¿Quiénes de los presentes son los próximos secretarios, directores o posibles candidatos? Difícil saberlo, pero sin duda la preocupación del momento hace que este reportero se acerque al secretario de
Salud y le pregunte sobre su diagnóstico sobre el chikungunya, “llegó para quedarse”, me dice. “Hay que acostumbrarse a ella. Hay que informar sin alarmar. Es irresponsable hacerlo. Tenemos abasto de medicinas y combatimos al mosco, es lo que todos tenemos que hacer, limpiando de cacharros las casas. El número de casos va a subir, es obvio, pero
no es nuestro parámetro principal”.

[b]Cortazar y sus recuerdos de Gilberto[/b]

Se vacía el salón principal y en las pantallas la multitud sigue cantando las baladas norteñas. En el patio central el periodista José Cortazar recuerda cómo hace 27 años, un 15 de septiembre luego del paso del huracán [i]Gilberto[/i], Palacio de Gobierno estaba en penumbras y semivacío; afuera no más de 50 habitantes husmeaban asustados, rodeados de árboles caídos. Era el único sitio donde había un poco de luz eléctrica, agua y de ahí salían las cuadrillas de trabajadores para rescatar a las comunidades incomunicadas. De pronto, salió de su despacho el gobernador de entonces, Víctor Manzanilla Schaffer, con las mangas de la guayabera recogidas, con el rostro descompuesto, subió al balcón y sin mayor protocolo, sin fiesta, porque no había nada que celebrar, dio el Grito y como nunca, dice Cortazar, se oyó el clamor de aquellas 50 voces como si fueran miles, como si la Plaza Grande estuviera llena, afirma el reportero, y más fuerte aún cuando gritó ¡Viva Yucatán!... en efecto, los murales de Fernando Castro parecían pintados, ayer.


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