Jorge Buenfil
La Jornada Maya

17 de septiembre, 2015

Actualmente, en todos lados vemos y escuchamos a cientos de nuevos compositores que se ufanan de hacer trova o nueva trova, cantando cualquier cosa a voz y guitarra. Se dicen internacionales porque han viajado a diez países. Hay mucha diferencia entre haber estado y ser reconocido en un país, (internacionales, Manzanero, Consuelo Velázquez, José Alfredo Jiménez).

El concepto se ha difuminado y se ha perdido el hilo conductor que nos lleva al “de dónde venimos y a dónde vamos”. La trova es mucho más que sólo pararse a cantar enfundado en una guayabera, la trova tiene una larga historia para haber llegado a lo que es; hay mucho camino recorrido, mucha ventana, muchos desvelos, hay muchos poetas involucrados, identidad, esencia, tradición, harta guitarra, años de formarse, de forjarse.

Para propiciar su evolución hay que ir a la raíz misma, pegarse a los viejos y sabios trovadores, empaparse de su musicalidad y después echarla para adelante, con textos mas actuales y armonías avanzadas; pero cuidando la raíz, que suene a trova, a Yucatán. La canción debe impactar por su belleza, por su calidad poética y musical; ese es el legado que nos dejaron y hay que cuidarlo. Muchos de nuestros trovadores han tenido esa virtud, lo han logrado y han trascendido en el "mundo mágico de los hijos de la noche hermosa" que evocaba Pastor Cervera; quien también decía que “la canción es un ave de dos alas. Si una de ellas no sirve, el ave no vuela”.Zitarrosa, por su parte, sabía que “la canción popular es un convoy de vagones al que hay que engancharse y nunca perder de vista la estela de humo que va dejando la máquina de adelante”.

Sabiduría pura de dos de mis grandes maestros. Decía don Fernando Espejo: “La trova yucateca, no es eterna como luego suelen decir sus adictos. Lamentablemente, aunque uno no lo quiera así, se va gastando por el uso. Hay que seguir tocándola, cantándola, componiéndola, arreglándola… Y no porque esté echada a perder”.

Y sí, hay que seguirla tocando, renovando; pero con la delicadeza que se toca a una mujer, con el respeto que se le tiene a una señora de edad y gran sabiduría. Sin engaños, sin falsos aspavientos. Ella, por méritos propios, es lo que es y uno le debe dar el trato que se merece o hacerse a un lado.

Todo esto que hoy escribo, nace por una nota que leí en las redes sociales, que hablaba de ser merecedor, o no, a la distinción de estar en el Museo de la Canción Yucateca, de que cuelguen nuestro óleo y la gente nos vea. Quienes verdaderamente nos sentimos yucatecos y amantes de esta gran tradición deberíamos ser más responsables y exigentes cuando se trata de algo tan valioso, como nuestra música. Quienes determinan a los “elegidos” no son muy certeros; deberíamos reclamarles seriedad, amor a la trova, respeto.

¿Existe un comité que selecciona? Y si es así, ¿tienen la capacidad y el conocimiento para hacerlo? ¿Quién los escogió a ellos? ¿Son músicos, compositores, poetas, académicos? Sin duda, los homenajeados poseen un protagonismo sin límites, (me consta que muchos quieren “estar”) “corretean” su óleo, por decirlo de alguna manera, sobre todo, a sabiendas de que su trabajo ni es trova, ni es original, ni goza de la calidad necesaria para merecer la posteridad. Entonces les urge dejar su efigie en el recinto trovadoresco, ya que el tiempo los arrumbará en el olvido, como el producto perecedero que son. Si tuvieran un poco de humildad, entenderían que a la tradición popular hay que devolverle un poquito de lo mucho que le debemos, sin tener que colgarnos medallas, más bien disfrutando la satisfacción del haber cumplido con una noble obligación: hacer y cantar la trova como debe de ser.

Nuestra canción, sin duda, tiene un estilo y formas para cantarse. El estilo es personal, claro, pero artistas como Pastor, Cervera, Lía Baeza, Juan Acereto y muchos otros, quienes no han sido tomados en cuenta, sí que durante mucho tiempo cantaron la trova con la cadencia adecuada, con su síncopa merecida, con su varonil o femenil dulzura, con el equilibrio perfecto entre la guitarra o cualquier otro instrumento y la forma de dialogar con él. No es lo mismo cantar Sólo tú, Para olvidarte o cualquiera de nuestras joyas musicales, como baladista de Televisa, del OTI o de cualquier otro festivalito, que hacerlo con sus formas correctas.“El hábito no hace al monje, la guayabera no hace al buen trovador; cantar bien o cantar mal en el monte es diferente, pero delante de la gente: cantar bien, o no cantar”, afirmaba Pastor.

“Cuida la trova, compadre”, me dijo un día el viejo y no le voy a fallar.

En el Museo de la Canción, ni están todos los que son, ni son todos los que están. Faltan los verdaderos creadores y fomentadores de la trova, músicos, compositores de verdaderas joyas musicales y los auténticos héroes de esta historia que tienen años difundiendo nuestra música en la Plaza Grande. Por mi parte, lo hago público: jamás aceptaría estar en este recinto, sin antes ver los cuadros de tantos y tantos grandes que han sido ignorados y ahí deberían estar. ¡Se me caería el óleo de vergüenza!

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