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La Jornada Maya
Gloria Serrano
Foto Gloria Serrano

9 de septiembre, 2015

¡Lo hicieron! Ballet Folklórico del Estado de Yucatán

Lo hicieron. La noche del domingo 6 de septiembre, a pesar de la tupida lluvia, el teatro “Peón Contreras” se llenó. El público, en el que predominaban las cabelleras plateadas, presuroso ocupó sus lugares y se dispuso a disfrutar de Marea Nocturna, pasión y muerte que libera, la gala que ofrecieron los decanos del Ballet Folklórico del Estado de Yucatán “Alfredo Cortés Aguilar”, para celebrar 45 años de hacer de la vida la más imponente de las danzas y de la danza lo más importante de sus vidas. Ellas lucieron enormes, jamás dejaron de mostrar su hermosa sonrisa, de mantener recta la espalda, erguidos los hombros en señal de orgullo y en lo más alto no el ánimo, sino aquello indecible que se guarda en el corazón y se construye con el espíritu.

Ellos orondos, portando el típico traje veracruzano, briosos, sin importar los años de zapateado, conquistadores, persiguiendo en cada paso la mirada de su compañera de baile y, siempre, intentando atraer con los propios, los ojos de los espectadores. Así bailaron La Bruja que sonó a Veracruz y La Guacamaya que sonó a Veracruz y La Bamba que también sonó como debe sonar el puerto al que le cantó Agustín Lara: jarocho, alegre, romántico, desenfadado y bullanguero. También hubo flamenco, impetuoso y sensual flamenco. A la mitad del espectáculo, ya era prácticamente imposible no percatarse del entusiasmo en los rostros de los asistentes, que sonreían con esa clase de sonrisa espontánea que se escapa en un instante y que no requiere mayor justificación; con el tipo de júbilo que todo artista aspira a provocar en quienes lo ven y lo escuchan. El ballet convertido en un sístole y diástole, un auténtico [i]coup de foudre[/i].

Abundantes fueron los aplausos que la audiencia les brindó a los bailarines y, aunque sus pasos no fueron los de unos jóvenes con un cuarto de siglo desplazándose de lado a lado del escenario, sí demostraron que una coreografía no sólo está hecha de años de experiencia, ni de huesos y articulaciones bien conservadas, tampoco de una técnica aprendida y mucho menos de repetitivos ensayos. Por supuesto que tuvieron ensayos y estos fueron guiados por la técnica de cinco coreógrafos, pero lo que estos veteranos de las artes escénicas mostraron fue otra cosa, algo que se desbordó a medida que corrieron los minutos, eso intangible que enchina la piel y que no con demasiada frecuencia suele verse en
las nuevas generaciones de artistas dedicados a la danza folklórica.

No se trató de contundencia ni de exactitud en la ejecución. Tampoco fue delicadeza, gracia o expresividad en el baile. Lo que removió la impasibilidad, lo que desató la fiesta, y con ella los aplausos, se resume en dos palabras: coraje y compromiso. Coraje para pisar de nuevo un teatro repleto, para ver como de a poco sube el telón, señal evidente de que hay que salir a escena y entregarse por completo desde la primera pieza, en la siguiente y una vez más y otra vez más. Coraje para interpretar y transmitir, para interpretar y contagiar, para interpretar y hacer sentir. Eso solo se logra involucrándose, a base de larga terquedad, comprometiéndose como se hace con aquellas cosas que son irrenunciables, que así lo merecen y que así lo valen. Para estos veintidós bailarines eso significa el Ballet Folklórico del Estado de Yucatán “Alfredo Cortés Aguilar”.

Por eso recibieron la más transitoria, pero a la vez la mayor de las recompensas, el aplauso. La aclamación de pie al finalizar Nereidas, el danzón, no se hizo esperar. Tampoco los cumplidos para la Banda de Música del Estado, dirigida por el maestro Carlos Uicab, ni la gratitud para la bailarina Corazón Sánchez, una de las fundadoras, además de creadora y dramaturga de la puesta en escena. La entrega de reconocimientos a cada uno de los integrantes y colaboradores del ballet por parte del Gobierno del Estado y la voz del cantante David Alcocer interpretando Veracruz, fueron la cereza del pastel. Las entrecortadas palabras de una pionera de la danza, Graciela Torres, encargada de la producción ejecutiva, constituyeron una de las tantas secuelas. Y algo sin duda memorable, fue el genuino placer, tan lúdico y estimulante, de ese micromundo conformado por las personas ahí reunidas.

Podrá o no gustarnos la danza folklórica mexicana, pero cuando uno ve eso, cuando se olvida del reloj para recordar que se tiene tiempo, cuando lo común deja de ser un desfile de derrotas o de rupturas, cuando la cultura no es paliativo sino curación, cuando uno sencillamente esperaba reseñar un evento cultural y en su lugar se topa con un signo de identidad y con una auténtica metáfora del amor a una vocación; en fin, cuando el arte adquiere una dimensión tan humana y colectiva, lo único que queda por decir, por decirles, es: ¡Felicidades, lo hicieron!


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