Óscar Muñoz
La Jornada Maya

20 de agosto, 2015

Desde hace tiempo, las instituciones de este país dedicadas a la enseñanza de la lectoescritura, al fomento de la lectura y a la lectura de cualquier tipo de textos no han cumplido con la finalidad que la sociedad les ha encomendado. Cada situación es diferente, aunque cada una requiere de que exista la condición anterior para continuar avanzando. Por ejemplo, no es posible esperar que los niños disfruten la lectura de sus libros escolares (si acaso fueran disfrutables) si antes no han aprendido la lectoescritura, o, que a la larga, sean lectores de periódicos para estar al tanto de los acontecimientos relevantes del mundo si antes no han dominado la lectura.


El caso es que, al parecer, ninguna institución pública o privada ha logrado gran cosa en cuanto al asunto de la lectoescritura. La SEP, por ejemplo, no ha conseguido abatir el rezago educativo en cuanto a la alfabetización; es más, ha aumentado el analfabetismo funcional: ahora son más las personas que, a pesar de saber leer, no leen ni escriben.


Otras instancias de los gobiernos federal y estatal tampoco han logrado impulsar el gusto por leer y, mucho menos, el hábito lector. Pareciera que lo que han conseguido, quiero pensar que sin proponérselo, ha sido que las personas eviten la lectura, la rechacen o hasta la desprecien. Cada vez hay menos gente interesada verdaderamente en leer (no importa qué). En esta aberrante situación destacan las instituciones educativas y de gestión cultural, federales, estatales y municipales, públicas o privadas. Ninguna ha alcanzado realmente sus objetivos en cuanto a lo que a cada una le toca hacer frente a la lectura.


La sociedad ha manifestado desde siempre sus necesidades de saber leer y escribir, así como dominar estas habilidades y hasta formar un hábito en esta tarea. Las condiciones de vida actuales lo han exigido desde hace ya varios años atrás. Sin embargo, parece que todo ha sido al revés de lo que hemos esperado todos: leer, leer cada vez más y mejor, deleitarnos con la lectura y expresarnos mejor cada día por escrito. Todo el esfuerzo que cada uno de los ciudadanos hemos puesto para leer gustosos desde la escuela ha sido en vano. Las instituciones que tienen esta misión han fallado y, lo peor de todo, han simulado su labor y disimulado ante los nefastos resultados de su tarea.


Otras instituciones, privadas en este caso, incluso empresas de la comunicación, no han hecho mucho caso de esta situación. Por ejemplo, hay diarios que siguen insistiendo en que la gente lea sus ejemplares. Pero no hacen nada por formar sus propios lectores. Se han mantenido frente al público adulto potencialmente lector del diario que publican, pero no han volteado a mirar a futuras generaciones de lectores de periódico. Bien podrían publicar una sección o un suplemento dedicado a niños, como lo fue en su momento [i]Mi periodiquito[/i] (de [i]Novedades[/i]), el [i]Uno, dos, tres por mí[/i] (de [i]La Jornada[/i]), [i]Gente chiquita[/i] (de [i]El Reforma[/i]) o [i]Tiempo de Niños[/i] (del Conaculta).


En cuanto a la publicación de libros, las editoriales también tendrán que hacer lo suyo ante la necesidad de formar lectores de sus libros. Han estado suponiendo que la escuela es suficiente para que la gente acuda a adquirir sus publicaciones y las consuman. De nada ha servido, por ejemplo, que la Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán (antes el Instituto de Cultura de Yucatán) publique libros literarios y culturales que la gente no lee. Muchas veces han tenido que sacar los libros de la bodega para regalarlos a la gente en la calle bajo la suposición de que serán leídos. Sin embargo, si no hay gusto por la lectura, imposible que alguien los lea.


Habrá mucho qué hacer respecto de este atraso educativo y cultural. Las instituciones de estos ámbitos tienen que impulsar proyectos que verdaderamente fomenten la lectura y no sigan simulando que lo hacen, ni que sigan haciéndose los disimulados frente a las estadísticas o que le sigan echando la culpa al magisterio. Basta de fingir que han hecho bien su tarea. En cuanto a los diarios, habrá que subrayar la necesidad de formar sus lectores de periódico o los diarios serán cada vez más imprescindibles.


El país no puede seguir dándose el lujo de desperdiciar la lectura cuando las exigencias son cada vez más universales en este aspecto de la vida social, del desarrollo económico de México. Sin la lectura no hay desarrollo socioeconómico ni sociocultural. Quien no sabe leer está propenso a ser explotado y a dejar pasar sus derechos civiles y humanos. La lectura es liberadora porque hace reflexionar y permite la crítica. Tal vez por eso no está entre las prioridades del Estado, aunque sí de la ciudadanía. Qué paradoja: ahora resulta que el Estado se ha puesto en contra de la sociedad, más allá de haberla dejado de representar ante este problema y muchos otros más.

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