José Juan Cervera
La Jornada Maya

19 de agosto, 2015

Una característica fundamental del conservadurismo es la concepción estática con que arraiga sus prejuicios en atribuciones arbitrarias que reducen la comprensión de la realidad social. Adereza el polvo de sus mitos para infiltrarlo en el ambiguo campo de la conciencia. Es así como levanta un cerco ideológico, mezquino y parcial, para apuntalar alguna de las múltiples advocaciones del orden establecido.

Entre los componentes arquitectónicos que alojan los centros urbanos se advierte el predominio de unos estilos de construcción sobre otros, de acuerdo con las modas, las preferencias de cada época y el afán modernizador que acuña nuevas fisonomías y convoca formas emergentes de vivir el anonimato.

De la totalidad de sus moradores, unos hacen de la ciudad un punto de ascenso hacia la vasta promesa de la regeneración de sí mismos; otros la transforman en escenario para ostentar los nudos ciegos de su convivencia con el mundo. Algunos más la embellecen amando en ella o la convierten en asiento privilegiado de su narcisismo.

En torno de los mitos se teje un conjunto de apreciaciones confusas, figuras retóricas, arrebatos emotivos y eufemismos para articular con eficacia las versiones que los propagan. A este propósito contribuyen los objetos y estructuras materiales en los que se hace recaer los contenidos simbólicos que fragmentan y simplifican, oscurecen y desfiguran determinados órdenes de la existencia humana para imponer visiones dirigidas a neutralizar criterios y a conferir beneficios a minorías privilegiadas.

En su libro La casa de Montejo y su sucesora casa Peón Arrigunaga, el arquitecto Aercel Espadas Medina pone en tela de juicio muchas nociones que habitualmente se aceptan a propósito de nuestros temas urbanos. A manera de ejemplo, muestra el modo como la conmemoración oficial que fija la fecha de fundación de Mérida exalta en realidad el establecimiento de un reducto colonizador, el cual apenas serviría como base para legitimar la capital de una provincia que en ese entonces no aseguraba un control definitivo sobre sus alrededores. Fue únicamente el inicio de la ocupación territorial de los asentamientos mayas para obtener la aquiescencia de la monarquía española.

Los núcleos oligárquicos, obsesionados en los primores de su linaje, excluyen de sus recuentos memorísticos de la Mérida temprana la intervención de los nahuas, africanos y mayas que se unieron a los españoles para que éstos pudieran someter a los habitantes originarios de estas tierras. Por sí solos, los europeos hubieran logrado muy poco en sus propósitos inmediatos de dominación colonial, produciéndose en cambio un aplazamiento mayor de lo que lo que en los hechos tardó la sujeción formal de los mayas de la península.

El autor de la obra aclara que el único vestigio de la casa que en el siglo XVI habitó Francisco de Montejo se reduce a la portada del edificio que el arquitecto Manuel de Arrigunaga modificó entre los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX, por lo que se incurre en grave imprecisión al seguirla denominando “Casa de Montejo”. Si bien por comodidad se prefiera designar las cosas como lo que no son, la negación de las transformaciones históricas lleva solamente a perpetuar inercias y a impedir el desarrollo del pensamiento crítico.

Un historiador del arte y un poeta marcaron la pauta a la entronización del mito referido, que al generalizarse en la pluma de otros autores, permeó la opinión pública y se reflejó a su vez en el fortalecimiento de la tendencia que, en el contexto de la sociedad yucateca, hace notable la discriminación por motivos étnicos.

El libro del arquitecto Aercel Espadas expone también importantes descubrimientos relacionados con los contenidos simbólicos que pueden encontrarse en los elementos decorativos de la portada de la casa, que incluyen fórmulas esotéricas, evocaciones medievales, registros numéricos y figuras inspiradas en las creencias de los templarios, que durante siglos han pasado inadvertidos.

Igualmente plantea la necesidad de restituir elementos arquitectónicos que fueron demolidos al adaptar el edifico a las funciones que actualmente cumple como sucursal de una institución bancaria, como una escalera de complejo e ingenioso diseño, una balaustrada y una capilla de reminiscencias góticas, que hasta principios de la década de los ochenta de la centuria pasada podían apreciarse.

El esfuerzo de rastrear los orígenes de nuestro ser colectivo llevará a superar las imágenes deformadas de una mentalidad regresiva y decadente que obstruye el impulso creador. El estudio fecundo de los acontecimientos históricos no equivale a propagar la nostalgia de florituras heráldicas y hazañas ficticias. Vale más como el proceso de examinar la vida social con la mira puesta en el significado de sus transformaciones esenciales.

Aercel Espadas Medina, La casa de Montejo y su sucesora casa Peón-Arrigunaga, Mérida, INAH-UADY, 2014, 124 pp.

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