Luna Nueva
Ilustración: Edoardo Almada
La Jornada Maya

10 de agosto, 2015

Cáncer, el diagnóstico que se vislumbra en los resultados de los estudios; tumor maligno, las dos palabras utilizadas por el médico. Los sangrados que tengo al ir al baño desde hace un año no me asustan porque no provocan dolor. Cuando empiezo a sangrar a cualquier hora me asusto y voy a Medicina Familiar de la Clínica Marina Nacional del ISSSTE, en DF; ahí me dicen que tengo hemorroides y me dan tratamiento para eso. Mi ginecólogo particular me alerta sobre la posibilidad de cáncer. De regreso al ISSSTE me pasan al Hospital de Especialidades de Tacuba, sobre la Calle Lago Edén donde me hacen análisis más serios, el tacto, la tomografía, la biopsia, que dicen Cáncer de Recto en fase 2, debe ser operado “porque es un monstruo el que tiene usted ahí adentro”, dice el proctólogo.

En aquel momento la realidad se me presenta de golpe, conectando el lado derecho y el izquierdo del cerebro, todas mis neuronas se activan como si la edad no influyera. Por un lado mi cabeza trata de razonar los términos del doctor, pero los sentidos los perciben como película en cámara lenta. Las emociones se expresan sin control, el llanto y el miedo surgen en mí como una gráfica en altas y bajas ondulatorias.

Los días siguientes son extensos, como si tomaran otra dimensión, encerrada yo en traslados y arreglos. Me mandan al Hospital 1º de Octubre de Avenida Politécnico para hacer quimioterapias pero las citas son decididas por administrativos y no por médicos, así que pueden hacerse muy largas. Nuevos estudios, nuevos resultados. Espero con un hilo delgadísimo en el deseo de que no fuera cáncer. No se cumple: el tumor es enorme, es urgente extirparlo pero una vez realizada la Colostomía mi cuerpo, mi andar, ya no serán los mismos, yo seré otra.

Una nueva forma de vivir muy diferente a la que conozco se me presenta en el futuro. Me proponen operarme de inmediato. Acepto, sólo tengo dos peticiones: caminar con mis propios pies por caminos soleados, y conservar mis ojos para viajar por el mundo, a través de las letras, los libros y de todo lo que sea susceptible de leerse.

Me realizan la Colostomía en una larga operación y me programan para tratamiento. Empiezan las quimios, me siento débil y con sueño todo el día. Los efectos en mí son por el frío. No soporto nada frío, ni tocarlo, ni tomarlo. Me sirvo mis alimentos calientes y descubro que el agua caliente no sacia la sed, pero no puedo tomarla fría. Mientras, sigo trabajando en la oficina con todo y cansancio, y aprendiendo a lavar la bolsita de la Colostomía fuera de casa. Son días muy pesados.


Es una caída y voy desmoronándome, me siento como un frágil recipiente de migajitas de pan y el agua al salir de mis ojos se convierte en una masa pegajosa adherida al suelo. La orfandad me pesa infinitamente, la figura y sonrisa de mi madre están sólo en mis recuerdos. Recuerdo mucho a una mujer que yo llamaba mi “madre social” que era mi tía, que de niña siempre me dijo que a mí me habían hecho con miedo, como si ése hubiera sido el ingrediente principal al cocinarme. Y recuerdo a mi mejor amiga de la infancia, que padeció con gran dignidad una esclerosis que le quitó la vida pero nunca le quitó la lucidez, deseos de vivir, su risa, sus palabras y su inteligencia. Pensar en ellas me reconforta, me da firmeza y puedo ponerme de pie y seguir haciendo lo que debo hacer.

En la medida en que el tiempo trascurre, coloco a mis seres queridos en mi corazón como esferitas de lindos colores, deseando que mis latidos pausados sirvan para protegerlos, para que sus risas continúen después de mí. Pienso en mi muerte posible y me alegra pensar que si yo no existiera más, mi corazón soltaría esas perlas coloreadas y brillarían con luz propia, su ser podría seguir sin mí.

Mientras recibo quimioterapia hago mil visitas de un hospital a otro. A veces tengo que ir sola porque mi familia no me puede acompañar. Los médicos se contradicen respecto a la radioterapia, si había que empezarla o esperar. Me confundo, dudo. La oncóloga médica del Hospital 1º de Octubre, Claudia Cano Blanco me cuestiona, que no haga caso de los marcadores que salen en mis análisis, que por qué me van a dar tanto, que le extraña de mí por ser yo “tan preguntona”. Al llegar con el radiólogo Hugo Nava del Centro Médico Siglo XXI también me toca regaño, que por qué hasta ahorita, que todo el tiempo que perdí me va a costar dolorosos sangrados, que no voy a poder ni caminar, que la radioterapia ya no me va a servir, que llego muy tarde, cuando yo andaba haciendo los trámites que me mandaban hacer.

Tal parece que estoy en el umbral de la muerte, porque mi infancia y juventud pasan rápidamente por mi corteza cerebral. Junto a mí está mi hermana siempre sonriente, morenita, que me sostiene en todo este proceso tan duro. Al escribir estas líneas reconozco el papel solidario y empático que han tenido las mujeres en mi historia personal, principalmente ahora.

El doctor cirujano oncólogo Carlos Manuel Ortiz, del Hospital Tacuba del ISSSTE, me explica con claridad lo que está pasando, por qué la divergencia de opiniones y acepto recibir 25 sesiones de radioterapia, para la que no hay lugar en el Siglo XXI y me dan finalmente en el hospital Metropolitano. A nadie le digo que también tomo el Factor de Transferencia del IPN.

Todo esto levanta una enorme bola de humo negro también para mis hijos y mi compañero de vida, que los desmorona anímicamente. Pero verme rodeada por ellos me da fuerza. Un día digo estas palabras exactas: “Sí, tengo cáncer... y ahora ¿qué sigue?”. Hay dolor, mi cuerpo está modificado, tengo limitaciones para algunas actividades pero no me lamento. Me han dado de alta, aunque tengo que seguir yendo al hospital y me he sumado al grupo de apoyo para aprender a vivir con la Colostomía. He hecho todo lo que me han recomendado los doctores y lo que he podido hacer para curarme, pero hay algo que nadie me recomendó y que ya tenía, mi disciplina, estudiar siempre, enterarme de todo, mi concentración. Nadie recomienda esto, nadie sabe cuánto puede curar.

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