Gloria Serrano
La Jornada Maya

Progreso
3 de agosto, 2015



El último día del séptimo mes del año, mientras sus pobladores protagonizaban un habitual viernes de quincena y vacaciones, Puerto Progreso se las ingenió para dar cabida a los asistentes al concierto Jazz en el mar, un romance musical, organizado por el Patronato de las Unidades de Servicios Culturales y Turísticos del Estado de Yucatán (Cultur). El despliegue logístico para transportar, recibir, acomodar y complacer al público, presto a escuchar las voces de Alex Syntek, Kalimba, Natalia Lafourcade, Juan Pablo y Armando Manzanero, acompañados de la Big Band Mérida, fue considerable.

Ufanos, los promotores del evento apostaron a que el binomio naturaleza y tecnología produjera belleza. Desfachatados pero discretos drones sobrevolando los aires, dos pantallas gigantes dispuestas en ambos lados del escenario, caleidoscópicos reflectores iluminando el cielo porteño que transformaron cada yate atracado en una copia veraniega de

Fiebre de sábado por la noche, y una oronda luna que se prometía azul, constituyeron la moldura perfecta de este marítimo y salobre idilio que comenzó a las 20:41 horas.

[h1]Los intérpretes[/h1]

Después de la pomposa y usual introducción, el primero en aparecer fue el cantante Alex Syntek, vestido en colores oscuros y portando el clásico chaleco que lo distingue. A sus espaldas, la Big Band Mérida lucía espléndida entre los destellos azafranados de las luces que contrastaban con el amarillo de los metales. Aunque la voz del yucateco Syntek es
tan inconfundible como el delirante sol de mayo en la península, con seguridad a los conocedores del género les quedó a deber los ritmos y el fraseo característicos de este arte musical originado en los Estados Unidos.

Tras su salida del escenario apareció Kalimba, quien eligió guayabera blanca y pantalón gris como atuendo para su presentación. Los lentes negros que portó en todo momento impidieron ver sus ojos; lo que sí mostró desde un inicio, fue la calidad de su voz y el buen manejo de las armonías de blues que derivan de la música afroamericana. Si bien no está cerca de ser Bobby Mc Ferrin o Al Jarreau, las tres primeras melodías que interpretó sirvieron para levantar el ánimo de los apacibles espectadores y recibir entre palmoteos a un grande, Armando Manzanero.

Pudo haber sido su saco verde pistache o la referencia que hizo a la “luna azul” de esta noche, o su alusión a haber sido testigo –durante la infancia– de la construcción del muelle de Progreso, o el recordatorio de Glen Miller para evocar la época del swing; lo cierto, es que Manzanero exhibió por qué a su nombre se le antepone el sustantivo de maestro.

Con letra de Ricardo López Méndez, música de Guty Cárdenas y el magnífico acompañamiento de los coros de la Big Band Mérida, dirigidos por Luis Portilla, la emblemática nunca sonó como debía sonar en versión jazzística. Le siguieron, igual de inestimables, Voy a apagar la luz y Mía. ¿Hubo más aplausos? Por supuesto.

Finalmente, la esperada y popular solista Natalia Lafourcade apareció sobre el vistoso templete. Discreta y delgada, luciendo un elemental vestido negro y un par de aretes colgantes, deleitó a los presentes con el sencillo Y tú te vas, de su nuevo álbum Hasta la raíz (2015). [i]Piensa en mí[/i] y [i]Limosna[/i] de Agustín Lara, fueron también parte del repertorio que hizo evidente el carisma y talento de Natalia, pero no su pericia para desenvolverse dentro de un estilo más relajado y orquestal como lo demanda el cool jazz, que hiciera famoso Miles Davis.

[h1]El encore[/h1]

De traje negro y camisa blanca, el último en aparecer fue Juan Pablo Manzanero para interpretar Mucho corazón y Come fly with me. Al gusto musical del Mtro. Roger H. Metri Duarte, espectador de la gala, se debió que los ahí reunidos hayan escuchado Amando sin amar, pieza que el también compositor dedicó al Secretario de la Cultura y las Artes de
Yucatán. Una segunda ronda de canciones trajo de nuevo al escenario a Syntek, Kalimba y Natalia, esta última cerró la función con He llegado a Yucatán, composición de su autoría; lo que no evitó que por momentos olvidara la letra.

Poco se pudo apreciar la escenografía natural. Los más jóvenes tararearon Sexo, Pudor y lágrimas; los mayores, Perfume de gardenias y, la mayoría, [i]What a wonderful world[/i]. El entusiasmo de la granada concurrencia nunca llegó a su clímax, pero sí la algarabía en los yates que continúo después de terminado el concierto, como la larga fila para tomar un autobús de regreso al malecón de Progreso. En las sombras, observando la opulenta y juerguista velada al interior de las embarcaciones, una humilde señora amamantaba a su hijo mientras otros tres pequeños contemplaban, perplejos, a quienes vivían su propia fiesta. Así la crónica de un concierto y la de dos mundos, paralelos y desiguales.


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