Fernando Gálvez de Aguinaga
La Jornada Maya

30 de Julio. 2015



Volando sobre el territorio oaxaqueño, uno descubre que el paisaje pareciera coloreado por Toledo. El asombro de los verdes terrosos, los sienas que se acumulan en deslaves como hormigueros gigantes, un amarillo mate o el rosáceo salmonado que se entrevera entre los verdes de un bosque bajo. Hay un flujo de ida y vuelta entre este territorio y las creaciones del más grande de los artistas istmeños, pero esto no se da sólo en el aspecto cromático, sino que el cuerpo de la obra completa de este creador encarna un diálogo con las materias, las disciplinas artesanales, la historia, la fauna, las lenguas indígenas, las arquitecturas prehispánicas y coloniales, los mitos y las tradiciones orales de las 19 naciones indígenas y las sociedades mestizas que conforman ese espacio único, abrupto y riquísimo que conocemos como Oaxaca.

Toledo, en los años sesenta, realiza sus primeras actividades como promotor cultural en Juchitán; grabando tanto a músicos tradicionales zapotecas como huaves y publicando al menos dos discos con el INAH. Pero además de trazar pinturas para las portadas de estos magníficos rescates en formato LP, Toledo pareciera dejarse atrapar por esas conchas de tortuga y caparazones de armadillo percutidas por cuernos de venado como baquetas y que acompañan flautas de carrizo. Este retorno a la materialidad elemental que hace música desde tiempos antiguos lo lleva a realizar composiciones de ensambles escultóricos en los que utiliza los mismos materiales de los instrumentos, transformándolos en máscaras y hasta en autorretratos.

Es por ello que uno de los trabajos más deslumbrantes y certeros que hace es su [i]Autorretrato con Corbata[/i], en el que aprovechando un marco oval de madera tallada, Toledo se burla de un género fotográfico muy formal: coloca pinzas de cangrejo a modo de manos que traspasan los límites del marco y sobre la base de una concha de tortuga plantea un diseño casi abstracto de rostro.

Toledo es ese raro que se burla con todo su ser de los encorbatados. Sus huaraches y su melena despeinada son una lucha silenciosa contra el racismo y el clasismo; sus afinidades electivas se encuentran en las raíces zapotecas de su familia y su comunidad, aunque haya nacido en el DF. Como dijo Chavela Vargas cuando un periodista le señaló que ella era de Costa Rica, que porqué se decía mexicana: “Mire señor, los mexicanos nacemos a donde nos da nuestra rechingada gana.” Así que al juchiteco Toledo se le antojó nacer en la ciudad de México pero ser absolutamente zapoteco del Istmo de Tehuantepec.

Como editor, Toledo ha promovido el rescate de la historia y documentos de su comunidad Istmeña, y muchos de sus rescates, como los de los mapas de linderos de las comunidades, luego han inspirado composiciones también casi abstractas donde los territorios se vuelven de ceras, de óleo, de guash y de semillas, de cacahuate, de jacaranda o de pistache, de papeles de amate. Nada más parecido al inventario de una de esas antiguas tiendas misceláneas de los pueblos que tenían de todo, que la diversidad de técnicas que utiliza Toledo, la cantidad de materiales incorporados a su trabajo.

Desde objetos milenarios como los fósiles utilizados en la serie [i]Lo que el viento a Júarez[/i] (1985), hasta las radiografías de sus autorretratos en 2012, pasando por frijoles, vainas de flamboyán, cochinilla, hilos de algodón, petates de palma, barro, oro y plata, maderas, nueces, postales y fotografías, mica, papeles hechos a mano o recortes de revistas pornográficas, huevos de avestruz, cestos de carrizo, cuerdas de yute, fieltro, lana, vidrio, piedras y un sinfín de materias más.

Todas las texturas, las durezas y suavidades de Oaxaca, se meten en sus dedos; se transfiguran y se materializan en expresiones artísticas, unas humorísticas, otras que lloran o enfrentan a la muerte, unas más que homenajean a sus amigos o a la mujer deseada, otras que ilustran una leyenda o una fábula.

Las distintas disciplinas de la estampa han sido abordadas por él con tal maestría que me atrevería a decir que existen pocos creadores en la actualidad en el mundo que puedan ser equiparados con Toledo en el campo del aguafuerte, la litografía, la xilografía, la aguatinta, la punta seca. Ha explorado todas sus posibilidades y ha aportado instrumentos fabricados o diseñados por él con múltiples combinatorias.

Toledo suele trabajar temprano sus grafías sobre metal, madera o piedra. Cuando llega al Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (Iago) a las diez de la mañana ya estuvo un par de horas en el Taller de Fernando Sandoval haciendo changos [i]para La Academia de Kafka [/i]o alguna pieza más de sus erotismos. Así también cuando se pone a jugar con el barro del taller de Claudio López para transfigurarlo en arquitecturas fantásticas que critican a las imperdonables unidades habitacionales de empresas como Casas Geo y demás surtidoras del Infonavit, o el sensual [i]Plato de la Señora[/i] donde se pueden ver sus manos cachondeando la tierra húmeda para resolver ese traste que es a la vez manjar sexual.

Incansable, Toledo edita libros como el [i]Indio Costal[/i] de Gabrielle Ferry, un volumen que marcó al niño Rimbaud y que luego sería por ello el libro de entrada de André Bretón a México en su adolescencia, una novela de un indio y un negro que huyen de la esclavitud en una hacienda para unirse a la revolución de Morelos y que no se editaba en español desde el siglo XIX.

Toledo edita revistas especializadas en gráfica, poemarios, documentos históricos, revistas culturales bilingües en zapoteco y castellano, vocabularios y diccionarios también en estas lenguas, es uno de los promotores más comprometidos del zapoteco. Toledo rescata inmuebles y zonas ecológicas, promueve la agricultura orgánica, su mercadeo.

Sería impensable el boom turístico de Oaxaca sin la proyección que a la entidad le han dado sus rescates del exconvento de Santo Domingo de Guzmán, su impulso a las calles peatonales o la multiplicación de centros de pensamiento, cultura y exposiciones.

Su Instituto de Artes Gráficas, el Cineclub El Pochote, el Jardín Etnobotánico, El Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Museo de Arte Contemporáneo, el Centro de las Artes San Agustín, la Fonoteca Eduardo Mata, la Biblioteca Braile Jorge Luis Borges, el Taller de Papel hecho a mano, son frutos de ese árbol pródigo que ha hecho del paisaje cotidiano de este estado algo mejor.

Yo no conozco ninguna colección de arte universal como la del Iago que se preste a las pequeñas casas de Cultura de las comunidades como se ha hecho con estos grabados en Huajuapan, Tuxtepec, Tehuantepec, Juchitán.

Llegar a uno de estos lugares y encontrarse una exposición de fotos de Álvarez Bravo o de gráficas de Vicente Rojo sólo es posible porque este señor va en sentido contrario de la lógica depredadora del sistema actual, porque siembra bibliotecas y se muere de risa al donarle la biografía de María Sabina a la biblioteca que hace para la Academia de Policía, o se sienta como presidente de bienes ejidales, con sus sellos de goma elaborados por él mismo, a sellar sus recibos de donaciones para la biblioteca o alguno de sus museos, como el que usa el célebre lema juarista de “El respeto al derecho ajeno es la paz”, pero que se ilustra con un sapito monstruoso que parece querer asustarnos con sus ojos desbordados. Setenta y cinco años en que Francisco Toledo y Oaxaca estuvieron practicando trueques hasta hacer que el uno y el otro se trenzaran y se hicieran indisolubles.

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