José Juan Cervera
Ilustración: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

8 de julio, 2015

Es claro que un buen lector ha de nutrirse no sólo de lo que llega a sus manos con las tintas aún frescas, sino también de aquello que, si bien escrito en otros tiempos, no pierde novedad. Pueden ser muchas las fuentes que motiven nuestro gusto literario, y a pesar de las inevitables disparidades en los estilos y los temas que tratan distintos autores, nuestra adhesión lectora no es un bien que se reparta indiscriminadamente.

Un escritor que perdura más allá de su renombre y de su benévola sonrisa es Ermilo Abreu Gómez, quien en vida recibió el aprecio de muchos y el vilipendio de pocos, éstos últimos por razones ajenas a la literatura pero que hallaron en ella el pretexto de su distanciamiento. Son unos cuantos los libros suyos que siguen en circulación, gracias a ediciones recientes que traen de vuelta títulos como [i]Canek[/i],[i] La conjura de Xinum[/i] y [i]Cosas de mi pueblo[/i], y lo que resta de su copiosa bibliografía sólo está a nuestro alcance en repositorios públicos, en librerías de viejo, en la Biblioteca Virtual de Yucatán y en otros acervos electrónicos

[i]La letra del espíritu[/i] es una de esas obras poco recordadas. Apareció en 1972, un año después del deceso de su autor, quien la había publicado por entregas en algunos periódicos. En ella, Abreu Gómez sintetiza algunas de sus convicciones estéticas, producto de años de estudio y de fecunda lectura. Entre sus ideas destaca el sentido profundo de la identificación de los escritores con su tiempo, lo que les permite consolidar sus creaciones y honrar una tradición de la que han de hacer conciencia para responsabilizarse de sus propias letras y no hacer de ellas una sustancia volátil que se extinga al primer soplo desprendido de su atmósfera.

En su estructura, el libro condensa sus reflexiones en breves pasajes en los que reluce la prosa bella de Abreu Gómez, intercalados de apuntes descriptivos que dan muestra de la sobriedad y la concisión de quien se autodenominaba aprendiz a pesar de haber escalado las cumbres de la técnica literaria y de escanciar generosamente la savia de su potencial humano.

Para el autor de [i]Canek[/i], la composición de un texto literario bien logrado puede ilustrarse con analogías que exponen la identidad de origen que liga las distintas disciplinas artísticas y los géneros de la literatura para expresar la captación íntima de los seres y objetos que son materia de su acción creadora.

De tal modo, la arquitectura, la música, la pintura y el dibujo proveen elementos básicos para la comprensión de los procesos que desencadena la escritura artística, a partir de la comprensión de ciertos principios que le imprimen su calidad de fondo.

Las artes representan el principio del equilibrio que subyace en el orden de la naturaleza, y por tal motivo una obra alcanza su excelencia cuando se integran coherentemente las partes que la constituyen, atendiendo el sentido de la justa proporción entre ellas. Esto se relaciona con el recurso liberador que
brinda el dominio de la técnica. El propio título del libro remite a esa incesante aproximación que el escritor ejecuta en su obra para crear en ella un puente que traduzca la evasiva esencia espiritual que la letra transmuta en expresión lúcida, vibrante. De ahí parte la distinción que separa los textos significativos de los que únicamente son un amasijo de palabras desprovistas de vida. Y en este punto radica la “magia del tono” que nos hace preferir a unos libros sobre otros, a leerlos completos una o más veces o a interrumpir su lectura en un acto de discernimiento que orienta nuestra apreciación literaria.

y al verso que se escribió en variadas épocas para dar ejemplo cabal de sus argumentos, y dialoga con críticos y estilistas, con la lengua refinada y con el habla popular para hacer de su pensamiento estético un vehículo de nuevas búsquedas de intuiciones y verdades que pongan a nuestro alcance la emoción profunda de la vida.

Casi al final de sus páginas dice, en alusión a las fuentes del estilo literario, que éste dimana de la vida y de los libros: “Porque existen libros para informar y libros para formar. Los que forman son los que debemos cultivar en forma asidua, incansable, con andadura nunca interrumpida. Un día, en la hora menos pensada, sentiremos la alegría de su dulce enseñanza.” No es preciso volar muy alto para saber a cuál de las dos categorías corresponde La letra del espíritu, ni para convencernos de los valores perdurables que lo sustentan.

Ermilo Abreu Gómez, [i]La letra del espíritu[/i], México, Ediciones Oasis, 1972.


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