Román Cortázar Aranda
Ilustración: Chakz Armada
La Jornada Maya

19 de mayo, 2015

Innumerables son las amistades literarias que, con éxito diverso, ha producido la historia del arte. Una necrología de Juan García Ponce, [i]Ante la muerte de Pierre Klossowski[/i], pretende registrar una de ellas. Lo consigue. Lo que se inició como conocimiento terminó como reconocimiento. Ignoro otra reducción más acertada que la que el escritor francés le aplicó a su traductor mexicano: le llamó “mon frère”. La intimidad entre ambos artistas no se dio solamente en su porfiada correspondencia. Sus novelas testimonian las mismas obsesiones. Leer a García Ponce es leer a Klossowski.

Desde luego, las afinidades se llevaron su tiempo. En 1963 García Ponce publicó [i]La noche[/i], uno de los cuentos más misteriosos de nuestra literatura. En él se presiente a Klossowski, es cierto. Pero su redacción y mensaje nos conducen directamente a Thomas Mann. Más tarde, la vida literaria de nuestro autor y el entusiasmo erótico le permitieron el comercio con las letras francesas más voluptuosas. Venturosamente para nosotros, tradujo a Marcuse y Klossowski. De este último extrajo su filosofía y una extraordinaria versión de [i]Roberte esta noche[/i].

No menos brumoso que su estilo es el argumento de esta novela. En ella aparecen por primera vez las leyes de la hospitalidad, es decir, el préstamo de la mujer a los amigos que visitan la casa.

Octave, el eminente profesor de escolástica, “sufría de su felicidad conyugal como de una enfermedad”. Su esposa, Roberte, “tenía un tipo de belleza grave, apto para disimular singulares propensiones a la ligereza”. Así comienza el proemio, gobernado por la voz de un turbado adolescente, Antoine, “amasijo de deseos carnales y espirituales”.

Las leyes de la hospitalidad aparecen enmarcadas justo encima de la cama, en la habitación reservada a los invitados, ya desde el primer capítulo, titulado perversamente “Dificultades”. Su lenguaje es harto complejo. No así la idea que encierran. La intrusión del tercero, el “extranjero”, es un medio para el conocimiento. “Pues o bien la esencia de la anfitriona ?es decir, Roberte? está constituida por su fidelidad al anfitrión ?es decir, Octave?, y entonces escaparía tanto más a él cuanto más quisiera justamente conocerla en el estado contrario de la traición: ella no podría traicionarlo para serle fiel; o bien la esencia de la anfitriona está en verdad constituida por la infidelidad”.

El mecanismo es simple: “La noción de señora de estos lares se toma bajo la razón de existencia; ella no es una anfitriona sino bajo la razón de la esencia: esa esencia está por lo tanto limitada por su actualización en la existencia en cuanto señora de estos lares. Y la traición no tiene aquí otra función que romper esa limitación”.

Octave aspira a que su esposa le sea infiel, “en cuanto anfitriona que está cumpliendo fielmente sus deberes”. La prohibición, nos ha dicho Salvador Elizondo al interpretarnos a Bataille, sólo puede ser anulada mediante la violencia desatada por el erotismo. Es la posibilidad ontológica de la desaparición la que constituye no sólo la prohibición, sino también “su prefiguración mediante el acto sexual, su fin último”.

Gracias a la infidelidad aparece el rostro de Roberte tras la máscara de Roberte. En espiral, una prohibición lleva a la otra. Es inevitable lo que sucede en la siguiente novela, [i]La revocación del Edicto de Nantes[/i]. Ella mata a Octave.

El erotismo que habita las páginas de estas novelas es indiscutible. Estremece. Pierre Klossowski murió el 12 de agosto de 2001. Sin embargo, ya desde 1970 había entrado en el silencio. Ese año renunció para siempre a escribir.

Con aquella sobria maestría de Bataille para explicar las cosas inexplicables, García Ponce escribió dos libros, [i]Teología y pornografía. Pierre Klossowski en su obra: una descripción[/i] e [i]Inmaculada o los placeres de la inocencia[/i]. El primero, un manual para leer una obra completa; el segundo, una novela que resucita las leyes de la hospitalidad. En ella, García Ponce le opone al ser único e indivisible la multiplicidad del ser. Porque, finalmente, multiplicidad es unidad.

Pienso que no es arbitrario del todo hablar del abatimiento de la crítica literaria. Sobre todo en torno a García Ponce. Menos inútil que la promoción de este hecho innegable es insistir en su práctica. En el sentido que le daba Tomás Segovia cuando decía que la exigencia crítica más elemental intenta juzgar la obra, no según unas normas exteriores, sino según las intenciones que la obra misma manifiesta. Nuestros críticos profesionales ?verbigracia, Adolfo Castañón y Cristopher Domínguez Michael?, por mediocridad o pereza, se distraen en cambio en otras buscas, y suelen despreciar la curiosidad de los lectores en sus escritos charlatanes.

Rasgo curioso: abundan las adulaciones de la enfermedad. Domínguez, en [i]Las leyes de la hospitalidad. Juan García Ponce (1932-2003)[/i], exhibe un cierto método: “La enfermedad dispuso que la escritura se convirtiera, para Juan García Ponce, en la vida misma, en su única vida activa”. Aún más efusivo, continúa: “Quien haya frecuentado a Juan sabrá que no exagero y que la energía que difuminaba su persona, atrozmente herida por la parálisis, impregnaba a sus amigos de un misticismo cuya insólita raíz escéptica tenía como consecuencia el deseo de emulación: ser dignos, con nuestros cuadros o nuestros libros, no sólo de su voluntad y de su rigor, sino de los grandes artistas que él nos enseñó a amar”.

Más memorable es el caso de Adolfo Castañón. En el número 23 de [i]Letras Libres[/i] publicó una reseña: “[i]Tres voces[/i], de Juan García Ponce”. Omitiré su terrorismo estilístico. No puedo ocultar, sin embargo, uno de sus dislates: que da por descontada la imbecilidad de los lectores. Primero ofrece una revelación: “confieso que a Heimito von Doderer no he podido leerlo”. Prosigue el texto: “veremos que las novelas y obras de Mann, Von Doderer y Musil alimentan y sostienen la obra novelística y narrativa del propio García Ponce”. Con estupor, leemos que nuestro crítico pasa del desconocimiento de un autor a su inexorable reconocimiento.

Como su amigo Klossowski, y un poco como todos, Juan García Ponce entró en el terco silencio. Murió el 27 de diciembre de 2003. Sus obras hablan por sí solas y son capaces de librarse del olvido. También, de ciertos críticos.


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