Ricardo E. Tatto
Foto. Fabrizio León
Mérida.
3 mayo 2015

“A las mujeres que les gusta el son, yo le canto a las mujeres que les gusta guarachear, pero a mí lo que me gusta es que quieran vacilar…” se escucha en el pregonar de La Siembra, agrupación de música cubana que de vez en vez ameniza las calurosas tardes en un sitio por demás peculiar: La Negrita Cantina de Mérida.

Fundada en 1917, esta casi centenaria cantina es un referente para todos los yucatecos –ya sean bebedores o no-, pues es uno de los bares más antiguos de la ciudad. En su tiempo, “Chino” Escalante marcó el ritmo detrás de la barra, ya que hasta la fecha los más añejos parroquianos lo recuerdan con nostalgia mientras cuentan una de las muchas anécdotas en torno al lugar.

Pero el paso del tiempo, como ya sabemos, es inexorable, y paulatinamente el sitio y sus instalaciones fueron decayendo, al grado de quedar en el abandono por algunos años, dejando a muchos de sus asiduos sin la sombra de sus techos altos para acudir a refrescarse de la insana canícula yucateca.

Por suerte, las nuevas generaciones, herederas de aquellos habituales a la barra del “Chino”, la mantuvieron en sus recuerdos de infancia, ya sea porque a sus padres pudieran localizarles ahí, o porque tuvieran que rescatar a sus abuelos aferrados a una León Negra o una Montejo, cervezas endémicas que en ése entonces aún eran elaboradas en la localidad.

Patricia Martín Briceño es parte de esos vástagos que se resisten a olvidar. Razón por la cual de la mano de su socio Erik Samson, se fijó en las destartaladas puertas batientes que franquean la fachada del lugar, decidida a rescatar al sitio de la ignominia, pues la desmemoria es injusta, en especial cuando se trata de la memoria popular de una ciudad tan entrañable como Mérida, en el corazón de esa ínsula cultural llamada Yucatán.

Patricia, artista visual y fotógrafa, se propuso convertir el lugar en un negocio rentable pero, a diferencia de tantos advenedizos y oportunistas que toma un lugar para reducirlo hasta sus cimientos y convertirlo en otra cosa sin el menor rastro de lo anterior, ella tuvo la suficiente inteligencia y sensibilidad para retomar el espíritu –y parte del inmobiliario- original de tan emblemática esquina de la calle 49 por 62 del centro histórico.

Es así que en mayo del 2013, La Negrita abrió de nuevo sus puertas, ya con las paredes resanadas, con instalaciones nuevas, mejoradas y aumentadas, para ofrecer sus servicios sanadores y espirituosos a quien así lo quisiese. Tuve la fortuna de ser parte de los amigos a los que se invitó a una preinaguración para mostrar el lugar y, al día siguiente, puntual acudí a la reapertura para el público en general.

La pintura y la paleta de colores, las fotografías y demás objetos anacrónicos, la decoración ecléctica a caballo entre lo popular y lo kitsch fueron tópico de muchos comentarios de los comensales que desde entonces no han dejado de abarrotar la cantina renovada, donde Erik y Patricia han puesto su mejor empeño para dejar en claro que es una nueva administración, preocupados porque en esta ocasión el oasis primordial no desaparezca.

La mulata y la trigueña son tremendas bailador, mueven el cuerpo y la cintura con tremenda sabrosura…

Hoy, a dos años de que las puertas batientes de madera se abrieran una vez más, La Negrita se ha vuelto a convertir en referente de una sociedad yucateca que ha evolucionado para ser menos cerrada, menos conservadora y, sobre todo, más incluyente. Si en un principio sólo acudían hombres y recalcitrantes bebedores de la tercera edad que solían orinar en un agujero ubicado en el rincón del fondo, hoy en día la cantina está abierta para todos los géneros sin discriminación alguna, ya que tuvieron el buen tino de ajustar el lugar para que las mujeres -que gustan del son- sean las protagonistas. Bien dice el contagioso sonsonete que puede escucharse una tarde cualquiera “las mujeres son las flores más hermosas del edén y al compás de los tambores yo siempre les cantaré”.

A la par de lo anterior, los comensales que acuden sin importar su nacionalidad, pueden sentarse a gusto sin sentirse acosados por aquellas grises pupilas que solían desdeñar todo lo que tuviera el menor atisbo de “fuereño”. No es verdad que todo tiempo pasado fue mejor, pues al paso de las épocas el único dogma válido es renovarse o morir en el intento.

Por tal razón es un acierto el sincretismo entre lo nuevo y lo viejo, lo tradicional y lo popular, lo cual puede constatarse viendo parte del inmobiliario original que prácticamente fue rescatado de la basura, o la integración de un menú gourmet para acompañar las botanas minimalistas, tal como le gustaban al propietario original. También la adición de cervezas artesanales yucatecas como Ceiba y Rústica, producidas en el estado para los nostálgicos que todavía añoran la Cervecería Yucateca en Carta Clara.

A sus dos años de reapertura, es justo decir que La Negrita es mucho más que una cantina más en el centro histórico de Mérida: es una empresa culturalmente responsable –al igual que su hermana, La Fundación Mezcalería-, que apoya manifestaciones artísticas y producciones locales de diversa índole, patrocinando talleres, residencias artísticas, brindis y degustaciones, conciertos, conferencias, coloquios y demás.

Luego entonces, vale la pena celebrar su concepto y felicitar a sus propietarios Patricia Martín Briceño y Erik Samson, por su preocupación de compartir y devolver a la comunidad el fruto de su refrescante iniciativa. Celebremos, o mejor aún, brindemos… ¡salud!


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