Gastón Ramírez Cuevas

Las trampas en el mundo taurino no son cosa privativa de estos tiempos. Desde hace siglos –literalmente- el aficionado se queja de que los toreros piden a sus allegados que manipulen las astas de los toros para “protegerlos”. Pero en México siempre estamos un paso adelante en materia de triquiñuelas, sean estas taurinas, políticas o de cualquier otra índole. De tal modo, lo del afeitado es cosa de niños si lo comparamos con el caso de un animal con un asta falsa que fue lidiado impunemente hace menos de un mes.

El pasado 22 de febrero, en la Plaza de Toros Mérida, en Yucatán, se produjo un tremendo escándalo relativo al quinto toro de la tarde. Después del festejo, ciertos sagaces aficionados comenzaron a difundir en todas las redes sociales fotos y videos del segundo toro lidiado por Joselito Adame. Las patéticas e increíbles imágenes mostraban de manera fehaciente que el bicho había salido al ruedo con el pitón derecho roto pero artísticamente reparado. Tan es así que a la hora del arrastre y luego en el destazadero, podía comprobarse que el cuerno en cuestión estaba destrozado y mostraba un buen pedazo de alambre como armazón.

Ahí comenzaron las preguntas y la indignación: ¿Qué le había ocurrido al toro en los corrales? ¿Cómo se había deshecho el pitón y quiénes eran los responsables de la inverosímil compostura? ¿Acaso el público en general no se había percatado de nada durante la lidia? ¿Era posible que el juez de plaza y el torero no hubieran visto nada? ¿Qué, no había reservas para sustituir al rumiante que se había inutilizado?

Han pasado ya casi tres semanas y el problema sigue sin resolverse. El criador del toro, el señor Juan Francisco Guerra Estebanez, dueño de la ganadería de San Isidro, no ha dicho ni pío; la empresa Espectáculos Taurinos de México, propiedad del acaudalado empresario Alberto Bailleres, tampoco ha dicho esta boca es mía; el matador Joselito Adame se limitó a aseverar por medio de Facebook y Twitter que él había estado 20 minutos frente al malhadado “Don Fernando” y que no le había notado nada fuera de lo común, y ciertos parroquianos que habían asistido a la corrida también declararon que tampoco se habían percatado de ninguna añagaza. El único que ha tomado cartas en el asunto ha sido don Ulises Zapata León, el juez de plaza, quien ya inició un proceso legal para buscar que se sancione a la empresa por tan flagrante infracción al reglamento.

En lo que averiguamos si dicho procedimiento administrativo prospera, es justo y necesario formular más preguntas:
Primera: Una vez que el toro, por las razones que usted quiera, se hubo partido el pitón desde casi la cepa ¿por qué no fue sustituido por otro? En mis tiempos, los ganaderos de verdad vendían encierros compuestos de por lo menos seis cornúpetas, dos reservas y un sobrero.

Segunda: ¿Cómo fue posible que se llevara a cabo tan secretamente un trabajo escultórico nunca antes visto? ¿Acaso en los bajos fondos del mundillo hay orfebres taurinos de la estatura de un Benvenuto Cellini?
Tercera: En estos tiempos cibernéticos, en los que las noticias corren como el proverbial reguero de pólvora ¿es posible que los responsables del fraude no se imaginaran la magnitud del escándalo y sus alcances tanto en México como en el extranjero?

Las reflexiones al respecto de este triste asunto son muchas, quizá demasiadas, pero para no aburrirle querido lector, sólo mencionaré unas cuantas.

La fiesta de toros debe ser un espectáculo hecho de heroísmo, pundonor, grandeza y temeridad. Cuando suceden cosas como la del pobre bicho que salió al ruedo con un cuerno de utilería, como dice el escritor español José Jiménez Lozano: “Está visto que todo ha descendido a nivel de canalla.”

A uno pueden no gustarle los tópicos, pero no por eso dejan de ser ciertos. Así las cosas, es innegable que los enemigos de la Fiesta están en su interior, son la gente que vive de ella. En este sainete el único inocente es el toro “Don Fernando”. Los demás implicados, autoridades, empresa, ganadero, toreros (no olvidemos que en el cartel estaban también Morante y El Payo, y que sí hubo sorteo), son culpables no sólo de fraude, sino también de traicionar al arte de Cúchares y al generoso público emeritense.

Pese a que la afición y los medios de información exigen respuestas y un castigo ejemplar, aquí aun no ha pasado nada y quizá pase muy poco en el futuro próximo. Espero equivocarme, mas casi puedo asegurarle que todo el lío del toro del alambre caerá en el funesto olvido. Volviendo a citar a Jiménez Lozano: “El misterio de la necedad parece tan impenetrable, denso y poderoso como el de la iniquidad.”


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