Texto y foto: Fabrizio León
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 21 de octubre, 2016

Al entrar a la clínica para alcohólicos de Cottolengo, inicia el viaje a los infiernos, por todos tan temido. El espacio tiene forma de una limpia y ordenada granja, aunque no hay animales, salvo decenas de perros. Luego de 31 años de existencia, su organización es casi perfecta. La operan seis monjas de la Compañía Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, es dirigida por el padre Ignacio Kemp, quien ha conocido a más de 8 mil pacientes, “enfermos de emociones”, y se sostiene con donaciones de empresas.

Me pregunta, “¿Sabes que es un alcohólico? Es una moneda de oro dentro de una bacinica de mierda. Es un enfermo mental que debe tratarse con una medicina que es cruel y despiadada, que no lo cura, pero lo detiene”.

El nombre de este peculiar sitio es en honor de José Benito Cottolengo, un santo italiano quien a principios de 1800 fundó la Piccola Casa della Divina Provvidenza, un centro de refugio para personas con discapacidad mental.

La terapia se funda en los principios de Alcohólicos Anónimos y los famosos 12 pasos, que los internos deben seguir durante los 9 meses que dura el nuevo nacimiento de su vida, salvo que lo interrumpan y recaigan; de ser así, son expulsados de este paraíso terrenal, que les da buena comida, baños limpios, una cama, ropa y la razón del trabajo.

El padre Kemp nos recibe en este edén al que llegan “racimos de borrachos. Antes eran alcohólicos puros, pero ahora, desde hace 15 años, ya mezclan cocaína, piedra y pastillas”. No es un hombre optimista y a sus 81 años, esto es lo que piensa.

-¿Cómo se enganchó con esto, padre?

-Mira, trabajar con alcohólicos y drogadictos no estaba mi plan. Si me hubieran dicho, cuando me ordené sacerdote, que iba a dedicar mi vida a los alcohólicos o drogadictos, hubiera renunciado. Pero las circunstancias de la vida y la voluntad de Dios hacen que te vayas por rumbos desconocidos.

-¿Y así nació Cottolengo?

-Un alcohólico fue a pedir mi ayuda para que para intercediera con su familia y lo volvieran a recibir. Lo habían sacado por borracho. Le dije “está bien” y fui. Toqué la puerta de su casa. “Discúlpenme que les venga yo a molestar, pero este señor, que dice que es su papá, viene para que yo interceda y lo dejen volver”. “De ninguna manera”, me respondieron. “Es un irresponsable, por su culpa nuestra madre está enferma y ya le hemos dado oportunidades; nos ha robado y se sigue emborrachando, así que de ninguna manera”, y nos sacaron. Y bueno, “¿qué hago?, no tengo dónde ir”, me dijo.” ¿Y a dónde te llevo?, ni modo que conmigo”. Le di 20 pesos y se fue al Chembech, el lugar de los teporochos aquí en Mérida.

A los dos días me fueron a avisar que ya había muerto en una banca del jardincito. Lo encontraron ya carcomido por las hormigas. Eso me impresionó y fue donde nació la idea. Cuando fui con mis superiores a decirles que es lo que me había pasado y que quería hacer algo, el señor arzobispo me dijo, “¿sabes lo que vas a hacer?” “No señor, le contesté, pero alguien lo tiene que hacer, yo nada más quiero su permiso”. Me lo dio.

¿Cómo empezar una casa para borrachos? Sin técnica, sin metodología, sin conocer la enfermedad. En una cena con don Gustavo Ricalde, quien era un empresario, le expuse mi idea. Se le hizo descabellada, pero después de la cena me llamó y dijo “tenga el dinero para que compre el terreno”. 125 mil pesos, hace 31 años, y compre aquí. No había nada, era monte.

En esa época era capellán en el hospital O´Horán. Ahí conocí a las Hermanas de La Caridad y les pedí ayuda. Me mandaron a la hermana Mercedes, vasca, de esas entronas, imagínate, de Bilbao. De armas tomar.

Se empezó a construir. Lo primero fue un módulo, la cocina y el comedor. Yo tenía pavor, miedo. ¿Qué le voy a decir? Iniciamos esta odisea, sin saber cómo. Pero después se me presenta otro hombre maravilloso, don Juan E. Millet Rendón, un gran empresario. “Usted es el hombre que ando buscando”, me dijo, “porque quiero dejarle a Yucatán una obra”. Y él empezó a construir todo esto. Tuve que recurrir a Alcohólicos Anónimos y aprender un lenguaje que jamás me hubiera atrevido a aprender, a mentar madres. Imagínate el impacto en las monjas al escucharme mentando madres, llamándolos hijos de puta y hasta de lo que se iban a morir.

-¿Oiga padre y usted no bebe?

-Soy hijo de alcohólico, mi padre era alcohólico, soy afectado del alcohol.

Nunca bebí más allá de lo social. Un día estaba en una fiesta con mi familia tomando mis jaiboles, mientras mis cuñados en la piscina, emborrachándose. Una amiga se acercó y me dijo, “qué mal te ves con ese jaibol en la mano. Tú eres un hombre público, no puedes darle publicidad al alcohol”.
¿Que me haya emborrachado? Nunca. Fumar sí, pero ahora no. No he sentido lo que traen estos hombres. Menos ahora, viendo cómo quedan estos, qué ganas me van a dar. Están dados en la madre, degenerados, depravados.

Mi definición es esta: el alcohólico es una moneda de oro sumergida en una bacinica llena de mierda, que, aunque esté en la mierda, no deja de ser oro.

Es la enfermedad de las emociones. El que se droga, el que juega, el que se emborracha, tiene un vacío emocional.

Yo muchas veces me pregunté si había elegido esta carrera por ser hijo de un alcohólico, si esta era mi fuga. Aquí vivo, como con ellos, para poder aprender como son. No hay otra manera, esta es mi casa, tienes que vivir con ellos, para que te respeten.

-¿Y quiénes vienen a internarse?

-Todo tipo de enfermos. Doctores, curas, abogados. El alcoholismo no mide. Miedo, soledad, ansiedad, ellos padecen mucho de ansiedad, por eso son tan irresponsables, nunca terminan nada, en sus casas son padres irresponsables.

-¿Qué los aplaca?

-Que les rajen la madre. La terapia de Alcohólicos Anónimos es la más cruel y despiadada. La medicina adecuada para un alcohólico tiene que ser cruel y despiadada porque te van a romper la madre; la terapia es directa al cerebro. El mismo caso es para las mujeres, pero las mujeres son más cabronas, más astutas, más resentidas.

Los hombres son unos bebedores emocionales, dependientes de su mamá, para todo quieren a su mamá. No hay ni culpas, ni verdugo, ni víctimas, simple y sencillamente, emociones.

-¿Y qué tiene que hacer el gobierno?

-Hay campañas contra todo, pero nunca ha habido una campaña contra el alcoholismo, ¿Por qué?, porque la industria del alcohol deja mucho dinero.

Mira, estos internos han consumido, en 10 años, 15 mil litros de alcohol. Haz la cuenta, y es una pipa de Pemex. Si se toman 4 “misiles” diario, multiplícalos por un mes, por un año. ¿Cómo van a ser normales? El otro día le dije a uno, “oye córtame esa rama porque ya están agarrando los cables de alta tensión”, y cuando pasé más tarde, ya no estaba el árbol. Lo cortó todo. Tengo que andar detrás de ellos. Es una guerra perdida, antes de que te subas al [i]ring [/i]ya estás derrotado.

-¿Y los límites?

-Lo primero que mandé a quitar son los muros, para que no se sientan encerrados. Ellos saben que si dan un paso de aquí para allá, están expulsados; no hay muros, pero si te vas, quedas expulsado. Tiene que haber una disciplina militar, acatamiento. Martes, jueves y domingo, las terapias son el auditorio. Los domingos vienen como 500 alcohólicos, yo nunca voy, porque me rajan la madre. Así se hablan, como en las cantinas.

Aquí está prohibido tener celular, pero creo que se lo meten en el fundillo, porque yo entro en los módulos y no hay ningún celular, pero los sacan después y se los roban.

-¿No hay espacio para mujeres?

-Lo tuvimos que cerrar porque ellas ponían la escalera para que los de aquí pudieran brincar para coger, eran 10 mujeres entre puro hombre.

-¿Cómo se mantiene la clínica?

-Por aportaciones. Los borrachos hacen el mantenimiento. Ellos limpian, son los cocineros. Hay un comité, cada tres meses cambiamos de autoridad. Tigre no engaña a tigre.

Aquí vivimos gracias a la Divina Providencia. Nos regalan toros de Buctzots; las hermanas van al mercado y llenan las camionetas de comestibles, porque los internos no dan un peso, y te sale más barato no cobrar. Porque si tú das un peso empiezas a exigir.

-¿Recibe ayuda del municipio, del gobierno o las cervecerías?

-No. Sería una vergüenza recibirlo. La gente de gobierno es gente inteligente, yo pienso que una persona que sube a un puesto tiene que ver los problemas de una ciudad y dónde está su raíz. Yo he fundado tres colonias y te vas dando cuenta por qué hay pobres. A la entrada de una colonia lo primero que encuentras es la licorería. ¿Quién da esos permisos? Yo no le voy a decir a la autoridad lo que tienen que hacer; ellos tienen que ver las necesidades de su ciudad, sus problemas, y el alcoholismo es el principal. El alcoholismo te lleva al suicidio, al divorcio, al asesinato y la agresividad.

En las colonias pobres es donde más cantinas hay. Lo poco que ganas lo dejas en las cantinas. El alcoholismo trae pobreza.

-¿Cómo le hace? No lo siento muy optimista padre, pero sí con mucho sentido del humor.

-Si me oyera la gente lo que le digo a estos. La manera vulgar de mentarles la madre. Lo maravilloso es que lo aguantan, porque les estás diciendo la verdad. Un alcohólico en recuperación debe tener mucho sentido del humor, porque la terapia es al cerebro, es a tu persona. Un lugar donde es un fracaso, no vas.

-¿Entonces que pide, que necesita?

-Es tan poco lo que pediría y tan mucho, porque somos muchos; más de 120 personas que comen 5 veces al día. Pero no debemos de perder la espiritualidad, que Dios te provee. Si yo me pongo a pedir, pediría comida.

-¿Y los medios de comunicación?

-El Por Esto!, el Diario de Yucatán y Milenio siempre han apoyado a Cottolengo, lo han protegido y gracias a la información se conoce.

Los medios juegan un papel muy importante, te ayudan. Y otros que te descontrolan. La pornografía, por ejemplo. Eres lujurioso y ves pornografía, todas tus células empiezan a moverse, como el agitador de los tragos. Ahorita el alcohol es para enjuagarse la boca de las drogas. Uno se espanta. ¿De dónde sacan para cocaína? Hay un montón de drogas.

Cottolengo existe por Alcohólicos Anónimos, las hermanas y yo. El alcohólico es muy espiritual. Si tú les tocas esa cuerda ya se hizo el milagro. Nada más por lo espiritual pueden dejar de beber y de drogarse. Aquí no se reza, se canta. Crees que estás en el seminario y no, están puros hijos de puta acá. Y en la noche también, aquí vienen de todo y de todos los sexos, aquí no hay discriminación. Eso no nos interesa, nada más se les dice, al que entra aquí, respeta. Si alguno tiene deseo de que se lo cojan, de la carretera para allá, pero aquí no.

-¿Y qué le ha dejado para su vida?

-Después de 31 años, ellos me hicieron más humano, más cristiano, me evangelizaron, porque posiblemente yo no hubiera tenido lo huevos que ellos han tenido para dejar de beber y drogarse.
Estuve cinco años en la universidad Marista dando filosofía; soy filósofo, director de integración humana. Ha sido una satisfacción ir a la universidad. Creo que en mis últimos años he hecho lo que no hice de joven; estudiar, pasear, disfrutar la amistad.

Mucha gente se pasa la vida esperando de los demás. Es la manera más estúpida de vivir: esperando que te suban el sueldo, te ayuden, que te regalen, y te frustras. Esperar de un alcohólico es la manera más estúpida de envejecer y de morir lentamente.

A mis 81 años no tengo miedo a morirme. Le tengo miedo a las enfermedades, pero me siento pleno, amo a la gente, me aman, quiero a los que no me quieren y a los que me han ofendido, pero trato de amar. Me siento bien.

No me quejo de nada, no espero nada y soy agradecido.


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