Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Mérida, Yucatán
Martes 18 de octubre, 2016
En un lugar de La Mancha, el día a día de la Edad Media de España se interrumpió con la llegada de un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Junto a él, su leal escudero. Don Quijote y Sancho Panza llegaron a un pequeño poblado e intercedieron por una bella mujer, que no quería casarse con un viejo hacendado.
El domingo, en el Teatro Armando Manzanero, la Compañía Estatal Ballet Clásico de Jalisco presentó Don Quijote, en el marco del Festival Internacional de la Cultura Maya (FICMaya). A 400 años de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra, el ingenioso Hidalgo mantiene su vigencia en el arte y la cultura.
Los 26 bailarines del Ballet de Jalisco recreaban un pasaje de un pequeño pueblo de provincia de España. Una mujer, hija de un comerciante de embutidos, como jamón serrano y salami, se enamora de un joven, pero su padre quiere casarla con un viejo hacendado.
La irrupción del Quijote, tan cegado por su amor a Dulcinea de Toboso que confunde a las demás mujeres con la mujer inspirada en Aldonza Lorenzo, provoca que los enamorados escapen al campo, para poder vivir su amor, pero perseguidos por el padre y el prometido.
Es en el campo manchego el Caballero de la Triste Figura se enfrenta a unos hombres enormes, gigantes. Con su lanza y su espada, nuestro soñador héroe apenas logra rasgar las vestiduras de uno. Incapaz, es vencido y su cuerpo inerte queda sobre el pasto. Los molinos de viento han vencido.
Su fiel Sancho Panza lo rescata y lo regresa al pueblo. Tras recuperarse, con varias copas de vino, se enfrenta al prometido de la bella hija del comerciante. El Quijote triunfa y permite la boda. La pareja baila, se eleva al cielo y gira. Las puntas de los pies dan vueltas por el escenario del teatro, van de aquí a allá. Son uno.
De ese lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme, nos trasladamos a Portugal. Lisboa, entrada a Europa. Joao Vasco, con un Alémfado, un concierto en piano de música lusa.
El Teatro Peón Contreras rompe con las barreras físicas y se traslada a la capital portuguesa. Vasco en un piano de cola negro, al fondo imágenes en alta definición de Lisboa. El tranvía lleva al público colina abajo, en los techos conviven escarchas (cola de gato), cables y antenas.
Las calles de Lisboa se muestran coloridas. Paredes amarillas, otras blancas con tejados de un rojizo oxidado, baldosas que forman caras de una mujer. La música acompaña las imágenes, es tranquila, reflexiva. La nostalgia de un lugar detenido en el tiempo.
En la capital de Portugal el reloj no avanza, se queda suspendido en un momento en la eternidad; está vacía, la gente desapareció con los vehículos. Las iglesias, parques, el ayuntamiento están en silencio, parece un domingo por la mañana.
El mar golpea unas escaleras, mientras unos niños juegan. Los puentes 25 de abril y Vasco da Gama conectan a la ciudad. Lisboa es el último puerto de Europa. Se cruza el Atlántico y se llega a América; a República Dominicana.
En el Caribe, la isla vibra con el sabor de sus bailes. El Teatro Daniel Ayala recibe al Ballet Folklórico Nacional Dominicano, que con atuendos coloridos disfruta de la mangulina, el carabiné, la bachata y el merengue.
Un bailarín se posa sobre una botella de ron y gira sobre su propio eje, con la esperanza de que una mulata se enamore de él. En su fracaso, sus amigos toman de la bebida.
Luego aparecen más bailarines, en el que las mujeres visten un traje con colores de la bandera nacional, el rojo, blanco y azul. Los hombres usan unas camisas parecidas a las guayaberas y sombreros cafés. Las parejas bailan al ritmo del rascabuche, la guitarra, los tambores y las voces de los cantantes.
Desde La Mancha hasta Santo Domingo, con escala en Lisboa. Ballet, piano y folklor en una noche de domingo meridano.
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