Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
4 de octubre, 2016

“Dos de octubre no se olvida”, inició Juan Villoro Ruiz. La marca de la masacre de Tlatelolco, en el que un número aún no definido de estudiantes y civiles fue asesinado por el gobierno autoritario de Gustavo Díaz Ordaz, aún continúa vigente en la memoria mexicana. El escritor tampoco lo olvida; incluso con esa fecha lúgubre de la historia nacional marca el inicio de [i]Tiempo Transcurrido[/i], crónicas imaginarias, que narra historias de la Ciudad de México y el rock and roll entre 1968 y 1985.

Su Tiempo transcurrido fue musicalizado en un disco y un espectáculo que presentaron el domingo en el Gran Museo del Mundo Maya. [i]Mientras nos dure el veinte[/i], referencia a las monedas que se utilizaron por décadas para realizar llamadas, fue una lectura con rock and roll, con la música de Diego Herrera y Alfonso André (ambos de Caifanes) y Javier Calderón y Ernick Yoshua.

Los músicos emplearon el tema playero de Hawaii 5-0 como preámbulo al ingreso de Juan Villoro al escenario de la sala Mayamax. Pronto las historias comenzaron a surgir y fueron cantadas, no contadas.

La Madona de Guadalupe, una mujer nacida en el seno de una familia sumamente religiosa, se reveló contra sus orígenes y decidió seguir los pasos de la cantante de Like a virgin. Magaly descubrió en la artista la oportunidad de manifestar su devoción a través de un rosario rosa, entre sus dos senos al descubierto, en la misa del gallo en la Basílica, protegida por un grupo élite de 20 karatecas.

David Bowie regresó a la vida a través de Toño, Nabor y Alvarito, que encontraron en el glam rock de Ziggy Stardust una forma de expresar su vida envuelta de lentejuelas, pieles de leopardo y estilo, sólo para ser considerados por la sociedad mexicana como “simple y sencillamente, unos putotes”.

Tiempo Transcurrido permitía recorrer las calles de la Ciudad de México de los años setenta y ochenta. El glam rock, el punk, el pop, sonidos que sonaron en las radios que marcaron los automóviles y las casas de esa época.

Las crónicas de Villoro se complementaban con la música rock de sus colegas, que era material creado exclusivamente para Mientras nos dure el veinte, pero con referencias claras a canciones de Pink Floyd y otros grupos representativos de los setenta y ochenta.

En un homenaje a Yucatán, la tierra de su madre y su abuela, Villoro recitó con música los últimos párrafos de [i]Palmeras de la brisa rápida[/i], en la que recorría las haciendas, los cenotes, las playas y las pirámides del estado.

Luego en El punk del Pedregal, los jóvenes de la acaudalada colonia de la Ciudad de México –hijos de empresarios y funcionarios en Gobernación - descubren el punk, gracias a Alfonso, un millonario de la Ibero que viaja a Nueva York y Londres para deshacerse del capitalismo de la vida fácil y encontrar que “no hay futuro”.

Con el yucateco Alberto Rodríguez, músico de la extinta banda Sueños Indiscretos, tocando una endiablada armónica como un anárquico fantasma de la ópera, para ofrecer un sonido punk antiprofesionalismo, antisolfeos.

Con las guitarras autodestructivas de los Sex Pistols y The Clash, el nuevo pensamiento de vida del recién bautizado Phonsy Asshole se apoderó de la escena por medio de astillas cortantes sobre la panza, con el grupo mexicano One Way Street, formado por él y sus amigos.

“[i]I’m Phonsy, and I’m an asshole[/i]”, exclamó el Sid Vicious mexicano, en la voz del baterista Alfonso André. Alfonso, Phonsy, sus edades coinciden…

El escritor también intercalaba Tiempo transcurrido con poemas como Duelo, de Abigael Bohórquez, la Oda al aire, de Pablo Neruda y una muy especial Misa fronteriza, de Luis Humberto Crosthwaite.

De nuevo, la religión reaparece. Con música que oscilaba entre el western fronterizo y el rock espacial de Pink Floyd, la noche se convirtió en una homilía de los corridos. Una crítica al muro de Donald Trump, tal como lo hizo una noche anterior Roger Waters en el Zócalo de la capital, ante 200 mil mexicanos.

“En el principio fue José Alfredo Jiménez. Y José Alfredo estaba junto a Dios, y José Alfredo era Dios”.

Con José Alfredo Jiménez como una figura divina, se relata el pesar de un migrante que gusta del rock, por lo que El Rey de la música ranchera se le aparece para convertirlo en un nuevo creyente de las canciones fronterizas.

Villoro recordó que en la reciente visita con sus colegas rockeros al muro fronterizo en Tijuana, ese que Donald Trump quiere fortalecer, observó un graffiti pintado: Aquí es donde rebotan los sueños, pero de tanto rebotar van a terminar tirando el muro.


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