Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya
Viernes 6 de mayo, 2016
Tienes toda la razón. Yo no puedo opinar sobre este asunto. Nunca he llegado a mi trabajo después del permiso por dar a luz y que me anuncien mi despido; escuchar una serie de cínicas descalificaciones, mentiras como metralleta, cuando en realidad me echaron por el tiempo que falté para cuidar a mi hijo. Tampoco me han insultado por la forma en la que visto; nadie se me han insinuado en un bar sólo porque me hayan visto solo. Mi jefe no me mira, lascivamente, de reojo. Mis compañeros de trabajo, esgrimiendo una amistad inexistente, tampoco me abrazan y acarician a la primera oportunidad que tienen. Jamás me pidió mi madre que le sirva la comida a mis hermanos o que lave sus platos. Nunca he perdido un puesto de trabajo por el que competía contra otra persona sólo por cuestión de mi género. En el transporte público, nadie se me acerca, nadie me roza, nadie me barre; los enfermos no exhiben su pene ante mi pena. Puedo caminar tranquilo por las calles; pasar delante a un grupo de hombres sin que éstos me griten o chiflen, como si fuera un perro. Puedo pedir un taxi a la hora que quiera, donde quiera, cuando quiera. No me tengo que preocupar si el chofer me mira las piernas o el trasero. No vivo con el Jesús en la boca, sabiendo que es muy probable, inmensamente probable, que tenga un violento, desagradable encuentro con un agresor sexual.
Tampoco, de pequeño, nunca tuve que cuidarme de depravados. Nadie me acarició, nadie me tocó, nadie me hizo hacer cosas que no quería, que me hicieran sentir sucio. No puedo tampoco decir qué se siente el contarle a alguien todo lo anterior y que no te crean, que te tachen de mentiroso. Incluso, no puedo concebir una traición así. Y, sin embargo, lo he visto, es tan común. Jamás me apartaron sólo por ser varón. No me hicieron de un lado por cuestión de mi género. No sé lo que es escuchar, desde que se tiene uso de razón, que el hombre es más fuerte, más capaz, más ecuánime… Que cualquier discusión concluya con un lapidario “estás en tus días”. Mi sueldo no es menor al de alguien que hace lo mismo que yo. Nadie me prohibe trabajar. Nadie me pide cuentas, que le diga en qué gasté y con quién. Nadie me dice que mi lugar está en la cocina, que sólo sirvo para los quehaceres domésticos. No le tengo que pedir, mucho menos rogar, a mi cónyuge dinero. Nunca tuve que sacrificar mi carrera por tener que cuidar a mis hijos. Tampoco tengo que soportar las caricaturas en las que se reduce mi género en los programas de la televisión. Si alguien me agrede, tengo la complexión física para defenderme. En situaciones ordinarias, estoy en igualdad de circunstancias; no hay brazos que me puedan apresar, tampoco golpes que me dejen sin sentido. Carezco de malos recuerdos relacionados con la pubertad. Nadie me burló al llegar mi primer período; nadie me “pobreteó” ni mucho menos me dijo que esa era la consecuencia de ser hijo de Adán o de Eva. Imagínate. Nadie. No tuve que sortear las artimañas de los otros para ver mi ropa interior.
Tampoco mis compañeros de escuela me llamaron con peyorativos por cuestiones de mi condición. Si digo algún insulto, no me tachan de “corriente” o de “cualquiera”. Puedo fumar y caminar. Incluso, acercarme a otro hombre y pedirle que me preste su encendedor y no por eso piense que quiero sexo con él. La sociedad no me exige que esté siempre peinado, siempre impecable. Si me encuentro de mal humor, o simplemente tuve un mal día, nadie pensaría que me hace falta tener relaciones, que me hace falta pareja. No tengo que soportar que me reduzcan a clichés o estereotipos. Mis padres nunca me limitaron respecto a lo que quería estudiar. Nunca nadie cuestionó mis metas. Pude crecer, puedo vivir sin los límites que le imponen a las mujeres. Y por eso reitero, con total humildad. Tienes toda la razón, yo no puedo opinar sobre este asunto. No sé muchas cosas y nunca las sabré. Y es por eso que tal vez en ocasiones no logro expresar solidaridad y empatía. Y eso me acongoja y acojona, ya que demuestra mi incapacidad para decirle a las mujeres que me rodean, totalmente en mi caso, que estoy con ellas y que pongo todo de mi parte para comprenderlas y ser su apoyo. Que reniego de toda la investidura machista con la que me arropó esta sociedad y que con mucha dificultad intento despojarme, prenda a prenda. Un sincero [i]striptease[/i] de los prejuicios que, como la mayoría de los mexicanos, me visten desde mi nacimiento. Envuelto en una atmósfera opresora para las mujeres, lo único que pretendo es encontrar las palabras y las acciones que consuelen a mis hijas, a mi esposa y a mi madre cuando sufran cualquiera de todo lo anterior. Nada más. Sólo eso.
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