Foto y Texto: Gina Fierro
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Miércoles 26 de diciembre, 2018

“Fui madre soltera y cuando me embaracé me hice el propósito de trabajar por el lapso de los nueve meses y juntar dinero. En ese inter trabajé en varios lados, pero sin ganar lo que se debe”, cuenta Ana Méndez, operadora de costura en Ganso Azul.

La mujer de 55 años recuerda que su primer empleo fue cuando tenía quince, en la paletería La Michoacana.

“En mi familia éramos cinco hijos; luego, vino uno más chico y ya no alcanzaba para tantos. Mis hermanitos medianos ya estaban entrando a la escuela, yo estaba terminando mi secundaria y decía mi mamá que había que darle prioridad a los varones: ‘ellos las tienen que mantener a ustedes como mujeres’, cosa que no es cierta (ríe mientras nos narra). Y por eso empecé a trabajar, no había para que a mí me costearan”.

Siendo una adolescente, Ana probó suerte en trabajos de distinta índole, uno de ellos fue en tiendas comercializadoras: “son bien negreros; se cree que cierran las puertas y te vas; pero no, te quedas a arreglar, a lavar, a acomodar los productos. Según la tienda sales a las nueve, pero en realidad sales a las 10:30 de la noche”.

“Cuando estás joven, buscas trabajo, y si no te gusta, te quitas”, dice.

“Mi primer sueldo no se me olvida, fue por poco más de tres pesos: en ese tiempo el camión sólo costaba 20 centavos, no era cara la vida. Después me fui a Tabasco para atender una tienda de artesanías, donde me pagaban 15 pesos”.

A los 17 años se trasladó a Ciudad del Carmen para atender un puesto de artículos de pescadores, donde le pagaban 150 pesos.

“Venía de vez en cuando a Mérida a ver a mi mamá y mandaba dinero. Antes lo podías enviar en sobre, no te lo robaban, como ahora”.

Cuando cumplió la mayoría de edad decide regresar a su ciudad natal para ejercer su carrera técnica como secretaria. “Llegué con un licenciado sobre la avenida Itzáes, donde me entrevistaron. Había una cola de muchachas y dije ‘ya valí’, pero yo sabía taquimecanografía y al final me quedé con el puesto”.

Con un sueldo de 90 pesos como secretaria, Ana buscaba algo más, así que tomó capacitación como recamarera; así consiguió un ingreso de 300 pesos. “Me gustó, comencé a tender camas con el desacuerdo de mi mamá; yo le decía ‘haré lo que me guste, ahí veré qué pasa’”.

La vida de Ana tomó un rumbo distinto cuando llegó su bebé. Con 24 años de edad, recuerda, ella estaba convencida de que no quería casarse y que con el apoyo de su familia y sus ganas de trabajar sacaría adelante a su hija. “Así lo hice, (durante el embarazo) como ya no podía hacer otras cosas, me dediqué a arreglar casas y a juntar mi dinero, hasta que nació mi bebé, en ese momento yo ya tenía todo, hamaca nueva, pañales, biberones, todo”.

Seguridad social

Siendo mamá, Ana buscó de inmediato seguridad social para ella y para su hija, algo que no le ofrecieron en ninguno de los empleos anteriores. En esta búsqueda, encontró el mundo de las maquiladoras hasta que se empleó en Ganso Azul, donde labora desde hace 14 años.

Actualmente, su hija va a cumplir 32 años, es egresada de la carrera de químico-farmacéutico, está casada y tiene una hija. “Este trabajo me ha dado muchos beneficios, como los estudios de mi hija. Esta es una empresa que me da y yo le doy”, apunta.

La costura

Aunado a la seguridad social, Ana obtuvo en Ganso Azul una oportunidad de desarrollarse en algo en lo que encontraría su verdadero gusto: la costura.

“Nunca pasó por mi mente y de tantos trabajos que tuve, realmente es el mejor”, subraya.

“Quise un cambio en mi vida”, y confiesa que a pesar de tener oportunidades de tomar puestos como el de supervisora, prefiere sus labores como costurera.

“Al incio fue difícil, cuando nunca has agarrado una máquina le tienes miedo, le pisas y dices ‘me voy a cortar’”.

Recuerda cómo empezó: “fue en el área de over, que es lo que se le pone a los pantalones; es decir, los pliegues, los páneles delanteros y traseros, es un tipo de refuerzo para que la tela no se abra; después, se le ponen las bolsas y se va haciendo cadena. Me enseñaron a manejar la recta, la máquina industrial para poner bolsas. Me dio trabajo, pero lo aprendí”.

“La vida que tuve de joven, nada que ver con esto. Sinceramente, para mi vida la empresa ha sido lo mejor. Y cuando entré a trabajar aquí vi la diferencia con otras maquiladoras en las que había estado. ¿Qué más puedes pedir si tienes un trabajo seguro y estás haciendo lo que te gusta?”.

Orgullo por su labor

Finalmente, la entrevistada considera que los operarios deben sentirse orgullosos de su labor, en particular los de Ganzo Azul, empresa que exporta uniformes de seguridad al extranjero.
“Quienes portan nuestro trabajo deben saber que hay operaciones muy complicadas, en una camisa, por ejemplo, el puño y el cuello, representan un gran esfuerzo”.

“El hecho de que estemos costurando y gente de otro país use la prendas de nuestro trabajo me hace sentir bien, es una satisfacción, porque sabemos que lo estamos logrando y que la gente se queda satisfecha con lo que hacemos”.


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