Paul Antoine Matos y Sandra Gayou
Fotos: Sandra Gayou
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Domingo 26 de noviembre, 2017

Caifanes, desde su primer disco –homónimo y publicado en 1988– encontró su identidad: una banda de rock que toma símbolos mexicanos y los convierte en metáforas cantadas. Canciones que saltan planetas hasta encontrar uno vacío, recorren nubes y viajas hasta el nervio del volcán.

Los dioses ocultos abrió la noche. Sobre la pantalla se mostraba un grupo de rock muy ochentero, con maquillaje blanco y cabellos oscuros y despeinados. Los jóvenes en pantalla eran Caifanes en su inicio en la Ciudad de México, en los tiempos de Rockotitlán, de los casettes del Rock en tu idioma.

El audio del Coliseo Yucatán estaba bien calibrado, tanto en la parte más alta como sobre pista, para que se escuchara a la batería de Alfonso André en [i]Viento[/i], el saxofón de Diego Herrera en [i]Nubes[/i] –y en otras canciones tocando el teclado–, a Saúl Hernández cantar [i]Te estoy mirando[/i] y el solo en [i]Miedo[/i] del guitarrista Rodrigo Baills. Luego tocaron [i]Nunca me voy a transformar en ti.[/i]

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“Que nos maten a todos si esa es la condena de muerte por reportear este infierno. No al silencio”, la frase de Javier Valdez, periodista asesinado en Sinaloa el 15 de mayo, apareció en la pantalla. Caifanes dedicó [i]Antes de que nos olviden[/i] para protestar contra la violencia en México: los ataques contra la libertad de expresión, los feminicidios y crímenes de odio contra las mujeres, las desapariciones forzadas, incluyendo la de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. La banda ofreció un discurso más político que en años previos, en un país despedazado por la inseguridad.

[i]Amanece[/i] y [i]Sombras[/i] continuaron con el concierto. Luego, [i]Para que no digas que no pienso en ti[/i], una canción que dedicaron a un padre y su hijo entre el público, quienes aparecieron en un video antes de comenzar.

Los clásicos [i]Cuéntame tu vida[/i] y [i]Mátenme porque me muero[/i] fueron cantadas por adultos, jóvenes y niños, a quienes Saúl les dedicó [i]Ayer me dijo un ave[/i]. Luego, con [i]Miércoles de ceniza[/i], era un encuentro de generaciones a lo largo de 30 años, algunas personas regresaron a su infancia y juventud y recordaban su etapa en la primaria, la secundaria y la preparatoria.

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Caifanes, como sus letras cuentan, tiene la capacidad de ser atemporal y trascender las décadas y las diferencias generacionales. El público se identifica con sus canciones.

Pero así como Cafianes encontró su identidad hace 30 años, también hay públicos que no la tienen. El de Mérida, el sábado en el Coliseo Yucatán, fue uno de ellos.

A la mitad de una canción Saúl expresó que el público de Mérida es "indomable". Los yucatecos se movían como lo haría un corcel de piedra sobre una plaza pública. Su presentación anterior en Yucatán fue, irónicamente, en la Plaza Grande en enero, al aire libre, gratuita, y ahí la gente sí galopó bravíamente con la banda durante la hora 45 minutos que duró ese concierto en el Mérida Fest.

En otro lugar ese caballo hubiera agitádose sobre el campo de batalla, pero esta noche de noviembre su alma era un pedazo de granito y su corazón una roca fría por la [i]heladez[/i]. El jinete intentaba, sin éxito, domarlo.

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El ruedo del Coliseo Yucatán se parecía más al quinto círculo del infierno de Dante, donde los perezosos pecadores están sumergidos en el pantano del río Estigia, inmóviles, que a un lugar en donde caballos han luchado a muerte contra toros.

Aunque varias personas se quejaron por el precio de los boletos del concierto, el Coliseo Yucatán estaba en un 65 por ciento de cupo. Y a pesar de pagar mil pesos por estar sobre la pista, a unos metros del grupo, la gente se quedaba quieta, apática. Unos cuantos, en medio, al centro y al frente, eran los pocos que sí saltaban, alzaban sus manos, gritaban y coreaban las canciones, una tras otra: [i]Detrás de ti, De noche todos los gatos son pardos, Aviéntame[/i] y [i]Perdí mi ojo de venado[/i].

Aquellos que querían brincar cerca del escenario eran bloqueados por gente que se quedaba con brazos cruzados y viendo Facebook en su celular, sin prestar atención al grupo. Sin emoción. Sin sentir la vibra de Caifanes.

Un guardia de seguridad cantaba las canciones según podía hacerlo mientras trabajaba. "No puedo voltearme para verlo, pero estoy encantado y, lo mejor, es que me pagan", dijo.

Ni siquiera [i]Aquí no es así[/i], con imágenes de Chichén Itzá, logró encender al público yucateco. La canción que trata sobre la Conquista española y la dominación de los pueblos indígenas, cerraba el concierto con la presentación de los integrantes y la despedida del público. Pero faltaba el encore, con los temas más importantes del grupo.

En [i]Vamos a hacer un silencio[/i], Caifanes dedicó la canción a las víctimas de los sismos del siete y 19 de septiembre pasado en el sur y centro de México, mientras en la pantalla se mostraban imágenes de la devastación causada por la tierra en la Ciudad de México. El grupo se formó en 1986, apenas unos meses después del temblor que causó más de 10 mil muertos en la capital mexicana.

En un momento los músicos dejaron de tocar y Saúl alzó su puño, tal como ocurría en las zonas de desastre de la Ciudad de México, tras el terremoto, que se quedaban mudas por la esperanza de un signo de vida. Silencio, o casi. Más de la mitad del público lo imitó, con el puño levantado. No todos comprendieron el significado y rompieron con el pacto de solemnidad y empatía impuesto por el grupo, algunos gritaban consignas en favor de la banda, pero el silencio absoluto intentado por Caifanes nunca se logró.

[i]Heroes[/i] de David Bowie continuó el homenaje a los rescatistas del sismo. “Podemos ser héroes, solo por un día”, cantaba Saúl en inglés. [i]Te lo pido por favor[/i], el cover que Jaguares realizó al éxito de Juan Gabriel, sí fue cantado por la gente.

Afuera, uno de sus éxitos más grandes, se quedaba fuera del setlist.

A Saúl los 30 años en los escenarios le provocan que al final de los conciertos casi no cante, pero se esfuerza por durar casi dos horas y media, aunque su voz no sea la misma. Mucho se ayudaba con lo que, ahora sí, por fin, coreaba al unísono el público más cercano, física y emocionalmente. [i]No dejes que[/i]… y [i]La célula que explota[/i] fueron cantadas más por la gente que por el vocalista, quien ya escuchaba lo que debió ocurrir desde las primeras canciones.

[i]La negra Tomasa[/i], como ocurre en sus conciertos, cerró la noche con la cumbia. Hace 30 años el rock nacional y las estaciones de radio consideraron una locura que unos novatos se atreviera a tocar cóvers y, sobre todo, de cumbia. Caifanes se despedía de Mérida con el recuerdo de que su identidad aún se construye, 30 años después de su formación, en cada concierto.


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