Moisés era soldado en 1968; el 2 de octubre estuvo en Tlatelolco

50 años después narra lo que vivió y su reflexión del trágico episodio
Foto: Archivo UNAM

Emir Olivares Alonso

Los mandos estaban nerviosos. Eran cerca de las seis de la tarde y el Ejército rodeaba la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Se ordenó a la tropa colocarse en formación. Los comandantes no dejaban de mirar el reloj. De pronto, unas bengalas iluminaron el cielo y una voz gritó: "Paso veloz". Comenzó el trote hacia la multitud. El golpeteo de las botas contra el pavimento se escuchaba fuerte Los avanzaban los soldados con el fusil al pecho. Cuando la vanguardia estaba por llegar a la plaza se escucharon los primeros disparos. "¡Zafarrancho de combate!", gritó el comandante. Inició el caos.

Desconcertados, los soldados intentaban ubicar de dónde provenían los tiros. Unos se guarecieron a los pies del edificio Chihuahua, otros más se lanzaron pecho tierra y algunos se ocultaron tras las ruinas prehispánicas de la histórica plaza de Tlatelolco.

Era el 2 de octubre de 1968, Francisco Moisés Salcido Beltrán tenía entonces 19 años. Apenas en febrero había causado alta en el Batallón de Fusileros Paracaidistas del Ejército mexicano y fue de los primeros elementos que entró a la plaza.

Cincuenta años después, en entrevista con La Jornada narra lo que vivió y lo que ha reflexionado de este trágico episodio a lo largo de cinco décadas. “Vi a un compañero disparar contra la multitud. Lo sujeté y le reclamé: '¿Por qué disparas, si son estudiantes, no son criminales?'. Los francotiradores estaban arriba. Era un infierno".

A la distancia considera que la Operación Galeana fue un plan concertado en las más altas esferas del poder para acabar con el movimiento estudiantil y que el mayor responsable de esos hechos fue el entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz. Ubica en la figura del ex secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, como el principal operador. "Cuando una persona ejerce el mando absoluto, lo que hagan sus subalternos es culpa de quien ejerce el mando".

Originario de Caborca, Sonora, Moisés no oculta su posición política. Se asume como una persona de derecha que en aquellos años escuchaba los "peligros" que podrían atraer al país los "comunistas". Desde su perspectiva "los chamacos se estaban portando mal" y el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Javier Barros Sierra, "no debió ponerse de su lado, eso le dio más auge al movimiento". En la masacre de Tlatelolco "no hubo tantos muertos como la izquierda presume, ellos querían sus mártires para fundar su doctrina". Hace unos años publicó un libro con parte de sus experiencias como militar, en particular las de aquel 2 de octubre. Zafarrancho de combate en Tlatelolco, es el título.

¿Cómo fue aquel año?
Entré al batallón en febrero de 68. Antes era más sencillo, sólo necesitabas el diploma de secundaria y medir más de 1,70 (metros). El entrenamiento era muy pesado, no todos lo aguantaban. Pero entonces yo podía brincar un caballo. Ya durante el movimiento me tocaron desde los primeros momentos. Estuve el día del bazucazo en San Ildefonso o el día de la toma de Ciudad Universitaria.

¿Qué recuerda de esos episodios?
El día del bazucazo venía yo llegando al Campo Militar (número Uno), donde estábamos acuartelados. Y un comandante me mandó a vestirme de gorila (para combate). Lo hice lo más rápido que pude y salí corriendo, alcancé el último vehículo pero no era de mi compañía. Cuando llegamos a San Ildefonso la cosa estaba tensa. Los estudiantes estaban en la azotea gritando puras tonterías, eran chamacos de 13 a 17 años. La orden era usurpar el lugar, para que no lo usaran de reducto. Como se negaban a abrir, el coronel pidió una bazuca y les advirtió que la usaría. Los chamacos empezaron a gritar: 'qué miedo, qué miedo'. El comandante hizo la cuenta regresiva y cuando llegó al cuatro, varios jóvenes salieron al balcón, no eran de la preparatoria, eran alborotadores, eran mayores, como universitarios. Uno le reclamó al coronel que no podía volar la puerta. Y le contestó que lo haría, que si estaba alguien atrás era mejor que se quitara. Ordenó fuego. Yo vi cómo se prendió una luz anaranjada y salió un chorro derechito a la puerta.

 

Foto: UNAM



"Fui de los primeros que entró, buscando estudiantes en la oscuridad. Me encontré una especie de enfermería y vi al menos a dos cuates reventados por la explosión. Ese día hubo muertos, pero el gobierno no dijo nada. Yo logré subir y me asomé por un balcón, militares y granaderos habían formado dos filas y a cada estudiante detenido lo sacaban a gritos y golpes y los subían a los camiones de detención".
 

¿Cómo fue la toma de CU?
Fue tranquila. Llegamos por Copilco y esperamos a que salieran miles. Estuvimos como una hora viéndolos pasar. Cuando entramos algunos se resistían a dejar CU y el general no estaba para manifestaciones ese día, se subió a un tanque, al que yo me subí y arrancamos contra algunos. Había uno con dos fajillas de madera haciendo la V de la victoria, el general me ordenó quitárselo. Salté y cuando se dio cuenta ya estaba yo sobre él, le quite las varas y le pegué en el lomo. Fue la única ocasión que agredí a un estudiante durante el conflicto.

"La tanqueta se dejó ir contra la manifestación y acorralamos a unos contra la pared, casi todos corrieron a los lados, pero quedó ahí, atrapado, un chamaco, no se pudo mover, estaba estático del miedo, la tanqueta se detuvo a centímetros de su pecho (ríe al recordarlo). El general él dijo 'váyase a la chingada de aquí'. El pobre hizo de todo, trató de correr pero no podía, sólo alcanzaba a mover los brazos pero los pies no le respondieron. Creo que se vacío por todos lados".

¿Qué pasó el 2 de octubre?
Estábamos acuartelados y los oficiales estaban muy nerviosos, corrían de un lado a otro. Nos trepamos a los vehículos y nos fuimos a Tlatelolco. Ya en formación, el general no dejaba de ver el reloj, nos colocamos en San Juan de Letrán (hoy Eje Central). El general José Hernández Toledo -quien salió herido en los hechos- estaba muy tenso, a lado de su estado mayor. De repente, vimos las bengalas. Marchamos a paso veloz hasta la plaza. De repente se escucharon disparos desde el balcón del edificio (Chihuahua). Un comandante ordenó que nadie disparara, sacó su arma y disparó arriba, hacia una ventana. La orden era clara, ahí estaba el enemigo. Seguimos corriendo y se oyeron disparos por todos lados. Fue cuando el comandante gritó: “¡Zafarrancho de combate!”, que quiere decir listos para el combate.

"Logré llegar al pie del edificio, buscaba de dónde provenían los disparos. Y de pronto, atrás de mí, escuché un balazo, me di la vuelta y vi a un compañero que desesperado tiraba contra la multitud. No era un soldado de mi compañía. Le sujeté el arma, la levanté y le grité: '¿Por qué los matas si no son criminales?' Los estudiantes no estaban armados y se encontraban a unos seis metros de nosotros, a esa distancia una bala 30-06 atraviesa varios cuerpos".

Salcido logró subir a los edificios, buscó por todos lados a los francotiradores sin éxito. Lejos de ello encontró a varios estudiantes escondidos en los cuartos de servicio. Asegura haberles dicho que no salieran para evitar que fueran detenidos o que cayeran con las balas. Al único que vio disparar contra las personas fue a aquel soldado al que le detuvo el arma.

Con el paso de los años, el ex militar -quien de acuerdo con los archivos de la Secretaría de la Defensa Nacional tenía la matrícula 6289394 y causó baja del Ejército el 16 de noviembre de 1969 "por no mostrar celo en el cumplimiento de sus obligaciones militares", aunque él mismo afirma que no se sentía a gusto porque “nunca me ha gustado seguir órdenes”- tiene su propia hipótesis de lo que pudo pasar.

"Eran demasiados disparos y muy pocos los que caían. Creo que no fueron ráfagas de ametralladoras las que nos recibieron, sino que sólo lanzaron algunos tiros para calentarnos, y después con altavoces crearon aquel escándalo, como si estuviéramos en una guerra. Habíamos miles de soldados ahí, ¿crees que un francotirador se iba a asomar para recibir un balazo? Nos confundieron y crearon el caos. Los soldados entraron disparando, pero no todos lo hicieron contra la multitud y ellos sólo buscaban huir".

¿Pero sí dispararon?
Yo detuve a uno que hizo dos disparos contra la gente, a cuántos mató, no lo sé. Lo que es mentira es que haya habido cientos de muertos. Yo vi a unos 17, no más, se habló de soldados caídos también, se dijo que 12, yo no vi ninguno. Hubo heridos y muchos detenidos. Pero es mentira eso que los soldados recogíamos a los muertos y los lanzábamos a camiones, a los muertos se los llevó la Cruz Verde. Los camiones militares sólo se usaron para llevarse a los detenidos a las prisiones.

"Los abusos no fueron tantos. Se les bajaba los pantalones para evitar que escaparan. Yo no tengo ninguna culpa, al contrario, evite que muchos jóvenes murieran. Lo que el gobierno intentó hacer fue un escándalo muy grande para dejarlos aterrorizados. Es mentira que haya habido ríos de sangre en Tlatelolco. La juventud estaba acelerada, la izquierda los movilizaba. Si en lugar de haber traído en las mantas a bandidos como el Che Guevara y Trosky hubieran puesto a The Beatles, igual hubieran ido, se hubiera juntado la raza para el alboroto. La izquierda quería provocar al gobierno, quería a sus mártires, pero no se los dimos".

¿Quiénes fueron los responsables?
El presidente traicionó a su pueblo y a los soldados. Pero en aquel tiempo no les importaba el pueblo, había mucho autoritarismo. En el Ejército todo está calculado, ellos saben muy bien qué esperar de cada soldado. Hay soldados que con un arma en sus manos se vuelven asesinos.

¿Pediría perdón?
Yo no tengo por qué hacerlo. El mando absoluto lo tenía el presidente. Cuando una persona ejerce el mando, lo que hagan sus subalternos es culpa de quien tiene el mando. Ni siquiera se le puede echar la culpa a Echeverría, él recibió la orden, al igual que el secretario de Defensa (Marcelino García Barragán). Aunque se pudo negar a ejecutarlas, pero también fue un hijo de la chi... Quería ser presidente.

Salcido rememora que el batallón de paracaidistas estuvo apostado en Tlatelolco por seis días después de los hechos del 2 de octubre. Ninguno de los vecinos del lugar hablaba, muchos no se acercaban, pero poco a poco comenzaron a tener confianza con los soldados y hasta bromear con ellos.

"Fue una masacre, sí, pero no a la escala que quiere la izquierda. Sí hubo crímenes, el problema es quién hará justicia. A la gente no le importa el pueblo, la gente es indiferente".
 


Confrontación con el pasado

Cincuenta años después de la masacre de Tlatelolco, el documentalista Lodovic Bonleaux confrontó a Moisés Salcido con su pasado. En medio siglo, el ex militar no había regresado Tlatelolco.

Como parte de un cortometraje por esta conmemoración, el director consiguió que Salcido aceptara viajar desde el lugar donde vive actualmente, en los Estados Unidos, casi en la frontera con México, para volver a este histórico lugar.

El documental, titulado ¿Por qué los matas?, registra el momento cuando Moisés enfrenta sus recuerdos de aquella noche y los días posteriores que los militares estuvieron ahí en guardia, al menos seis días más.

"Él ha forjado en 50 años una versión de lo que pasó. Fue impactante ver sus reacciones, su emoción. Entonces él era un chavo (19 años), como aquellos que se manifestaban y los que murieron ahí. Haber estado esa tarde en Tlatelolco lo ha marcado toda su vida, aunque no sé si lo aceptará. Creo que hay huellas psicológicas y emocionales que se quedaron de ese momento".

La idea de Bonleaux surgió tras la convocatoria de Procine para hacer trabajos fílmicos sobre este trágico hecho histórico. Su proyecto, junto a otros cuatro, se presentó el 18 de octubre de 2018 en el Teatro de la Ciudad.

Para el documentalista, el trabajo trató de indagar en esas responsabilidades no sólo de Salcido, sino de todos aquellos que participaron u ordenaron el operativo.

Dice que si bien no habrá una reconciliación nacional por los crímenes del 68, debido a la falta de justicia, dar testimonio a los considerados victimarios es una línea que puede llevar a la reconstrucción de los hechos.


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