Graciela H. Ortiz
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Lunes 1 de julio, 2019

Tan solo traspasar la puerta, la imagen de Disneylandia viene a la mente. Los brillantes colores, los sonidos, la música de fondo, las máquinas pulcras e imponentes, pero lo que debería ser luz podría convertirse en sombra y la diversión en una trampa mortal.

Son las máquinas tragamonedas, la ruleta, las mesas de blackjack, instaladas con garbo en los casinos, cuyas paredes guardan miles de historias, desde las más alegres a las más cruentas.

El sonido es rápidamente reconocible, las máquinas truenan mientras sus rodillos giran, pero la gente no habla, no mira a su alrededor, sus ojos están fijos en las pantallas, mientras sus manos autómatas pulsan compulsivamente los botones en busca de una ganancia que haga la diferencia.

Encienden un cigarrillo detrás de otro en la zona de fumadores, prácticamente sin moverse, en una escena que podría ocurrir en cualquier lugar del planeta.

La casa siempre gana, según una ex empleada de un casino de Mérida, se lleva un 60 por ciento, repartiendo sólo el 40. Pero la mayoría de los usuarios parece ignorar las estadísticas, pensando que la próxima tirada será la buena.

Algunos juegan hasta 24 horas, muchos sin moverse de su máquina si van ganando, por temor a que cualquiera pueda quitársela.

Desde la entrada los visitantes reciben las cortesías, los bonos, los tragos y el resto del entorno termina de “ablandarlos”, hasta introducirlos a un laberinto sin salida.

Una empleada cuenta algunas historias verdaderamente escalofriantes, que describen a cabalidad cómo la adicción al juego se adueña de la voluntad y de la vida de algunos hombres y mujeres.

“Solía venir un señor, directivo de una empresa de préstamos, él sacaba dinero de allí para jugar cada noche. Lamentablemente, llegó a una situación insostenible cuando sus clientes le reclamaron sus depósitos y, finalmente, se quitó la vida”, recuerda mientras sus ojos se llenan de lágrimas.

Agrega: “Es común ver gente que llega al casino con un muy buen auto y a medida que va pasando el tiempo, las ves con un carro muy inferior porque lo vendieron para seguir jugando”.

“Una doctora que venía todas las noches apostaba grandes cantidades, la vi jugar 10 mil pesos y ganar 50 mil, pero en lugar de ir a cobrar esa ganancia continuó jugando y así llegó a perder 200 mil pesos, porque el ludópata siempre quiere más”, reflexiona.

No todo es tan sombrío, los casinos pueden ser también una fuente de diversión para que los usuarios pasen un rato agradable, todo dependerá de la voluntad y la disciplina de quien juega, aunque aún los más voluntariosos corren el riesgo de cruzar la línea.


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