John P. Ehrenberg
Foto: Twitter @Semarnatcam
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 13 de diciembre, 2019

En 1973, Richard Fleischer llevó a la pantalla grande [i]Cuando el futuro nos alcance[/i], una adaptación de la novela ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (Harry Harrison, 1966) en la que el entonces lejano 2022 se caracterizaba por la sobrepoblación, contaminación excesiva y altas temperaturas producidas por el cambio climático.

Publicamos este especial a la par de que en Madrid concluyen los trabajos de la Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático, COP25, presidida por Chile pero que debió desarrollarse en España por la inestabilidad política que vive el país sudamericano.

En este marco, la juventud juega un papel importante. Llama particularmente la atención Greta Thunberg, activista con agenda ambiental y que ha plantado cara a los líderes mundiales para exigir cambios de rumbo en las políticas ecológicas y de desarrollo. En contraparte, Donald Trump niega la existencia del cambio climático y sus efectos, incluso, en su forma de hacer política vía Twitter, recomienda a Greta que tome terapia y vea una película con su familia en lugar de hacer activismo.

Ante este panorama surge la pregunta: ¿Nos alcanzó el destino?

[h2]Paradojas del desarrollo[/h2]

Sorprende la rapidez con la que la humanidad ha evolucionado de agrupaciones que vivian de la caza y pesca a metrópolis sofisticadas y lujosas. En un abrir y cerrar de ojos, en términos de la edad del planeta y de la evolución humana, nos volvimos lo que somos hoy día.

No todos se han beneficiado de los increíbles avances tecnológicos, científicos y económicos de los siglos XX y XXI. Algunos países, notablemente los pertenecientes al G7, se beneficiaron más que otros. Su desarrollo económico fue increíblemente rápido, especialmente a partir de la Segunda Guerra Mundial. Las razones detrás de dicho desarrollo y del prodigioso avance de países como Corea del Sur, Japón o Alemania son conocidos, pero van mas allá de la esfera de este articulo.

También la clase media de muchos países en desarrollo creció a partir del mismo periodo y con ellos su poder adquisitivo. Aumentó exponencialmente el consumismo, el turismo, la industria, y con ello, la contaminación ambiental que hoy experimenta uno de sus peores momentos en la historia de la humanidad.

[b]Salud[/b]

Los indicadores de salud que resultaron de dicho proceso se modificaron, algunos para bien, otros para mal. Bajó la tasa de mortalidad, subió la sobrevida, pero aumentaron las enfermedades crónicas, producto del nuevo estilo de vida. La obesidad se convirtió en un indicador de pobreza que resulta del consumo de productos alimenticios baratos, es decir, de comida chatarra.

El enorme crecimiento y transición del sector agropecuario hacia una agricultura extensiva, expansiva a la par de la introducción de productos transgénicos y enormes cantidades de pesticidas y fungicidas, conllevó a un sinnúmero de patologías crónicas y potencialmente letales. El aumento de movilidad de la población humana, producto de migraciones catastróficas, hoy día masivas pero también producto de actividades recreativas (turismo) o laborales ha llevado a la diseminación de padecimientos infecciosos de la magnitud de la gripe aviar, porcina, dengue, chikungunya o zika.

Cuántos de nosotros hemos experimentado un catarro severo seguido de un viaje por avión. Cuántos miles de millones de individuos se movilizan por éste y otros medios todos los días transportando virus, bacterias o parásitos de un lado a otro. Los gobiernos de todos los países del planeta han tenido que reforzar sus sistemas de vigilancia epidemiológica a un costo elevado y sostenido, algunos se han visto rebasados, todo por el impacto de las actividades humanas.

Tenemos el caso del virus del Nilo Occidental. Se introdujo al continente vía Estados Unidos. Apareció por primera vez en Nueva York en 1999 y en menos de tres años se expandió a partir de los seis condados afectados de la llamada Gran Manzana a 44 estados de la Unión Americana y cinco provincias de Canadá. El virus se aisló por primera vez en 1937 a partir de un paciente en Uganda y se vio que el virus podía infectar a varios animales como el caballo y las aves, las cuales pueden morir a consecuencia de la infección.

Los brotes epidémicos en Estados Unidos, como el registrado en el 2002, fueron atribuidos a cambios climáticos que podrían haber influenciado el ciclo biológico del insecto transmisor, un mosquito del género culex. La infección podría haberse introducido a la Unión Americana a través de mosquitos, aves infectadas o inclusive a través de pacientes portadores.

¿Qué ocurre cuando un insecto transmisor, exótico a una región, se introduce a un continente nuevo, por ejemplo de polizón con productos agrícolas importados y se propaga de manera incontrolada? Basta con que lleguen algunos mosquitos o una persona infectada para que cuando éstos piquen a nuevas victimas se produzca un brote epidémico.

Este fue el caso del dengue, del zika y del chikungunya. Su principal mosquito transmisor, el [i]Aedes aegypti[/i], llegó al continente probablemente con la colonia, posiblemente en los contenedores de agua de los barcos. El mismo mosquito transmite la fiebre amarilla, enfermedad cuyo origen se remonta a África. Por cierto, los primeros casos de fiebre amarilla registrados en el continente americano fueron en la Península de Yucatán en 1648 y en Haití en 1495.

Con el aumento desorbitante de la población humana y de asentamientos en condiciones paupérrimas en los países en desarrollo incrementó el riesgo de brotes de dengue exponencialmente. Se estima que hasta 40 por ciento de la población mundial habita en áreas propensas a la reproducción del mosquito, y por tanto, al riesgo inminente de contraer la infección. Entre 50 y 100 millones de personas adquieren la infección anualmente.

El virus del dengue llegó del Suroeste de Asia, o África, a través de rutas marítimas que terminaban en sur o norte de América. El fenómeno se repitió más recientemente con la llegada de la infección de zika y chikungunya al continente, ambas transmitidas por el mismo mosquito.

El tema de la influenza aviar y porcina son dos ejemplos más de la influencia de nuestros movimientos y actividades en el patrón epidemiológico de un sinfín de patologías infecciosas.

Muchas de las enfermedades transmisibles afectan también a los animales, de ahí el termino de zoonosis. La influenza aviar y porcina son ejemplo de ello. En el 2002 ocurrió un brote ligado a la cepa H1N1 de influenza porcina, catalogado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como pandemia. El primer caso atribuible a esta cepa de influenza porcina se origino aparentemente en granjas porcinas en el estado de Veracruz, México, y a pesar de la respuesta oportuna del gobierno de México se reportaron 81 defunciones atribuibles y 20 confirmadas a este patógeno.

La infección se propagó a Nueva Zelanda a través de 22 estudiantes y tres maestros neozelandeses que visitaron México ese año. El sistema de vigilancia de ese país entró en acción de inmediato y contvo la infección a tiempo.

El contacto estrecho con animales, en ocasiones silvestres por depredación, pérdida de hábitat e invasión de áreas silvestres por granjas agrícolas, aumentan los riesgos de diseminación de las zoonosis a niveles pandémicos. Toda vez que nos introducimos a una zona selvática o boscosa corremos el riesgo de adquirir una zoonosis.

La crónica de la aparición de SARS (síndrome agudo respiratorio) en Guangdong, China, en noviembre del 2002, parece extraída de una novela detectivesca, trágicamente real. El brote fue explosivo y causó senda alarma en todos los sectores, especialmente en el financiero de Asia y Nortamérica. Varias cámaras de comercio pidieron a la OMS se les informara en sesiones especiales acerca del misterioso patógeno, y sobre todo sobre las implicaciones de la infección para la fuerza laboral. Se piensa que el reservorio del virus pudiera ser un murciélago asiático y que de ahí se transmitió posiblemente a un gato de algalia (más relacionado con el mapache que con un felino) en un ciclo enteramente selvático para pasar lamentablemente al trafico de animales en mercados de Guangdong. Los cuidadores contrajeron la infección a través del contacto estrecho con el gato de algalia capturado e infectado pues dormían en el mismo sitio donde se alojaban las jaulas. No es difícil de imaginarse cómo salto la infección del animal cautivo a la población humana.

[b]Efectos de modificar el entorno[/b]

Pero las actividades humanas no se restringen a nuestros movimientos. A lo largo de toda la historia de la humanidad hemos modificado nuestro entorno para acomodarlo a nuestras necesidades. Hemos talado millones de hectáreas de bosques en todo el planeta, un recurso renovable pero sujeto a su desaparición si se explota de manera irracional, como de hecho lo hemos venido haciendo.

Estamos en un periodo que se conoce como [i]Antropoceno[/i], clasificación que denota una época en la que los cambios son inducidos por el hombre. Han sido tan severos estos cambios, particularmente en las ultimas siete décadas, que empezamos a registrar ya su impacto sobre el clima, sobre la frecuencia de los fenómenos naturales y sobre la salud. Todo parece indicar que podríamos haber alcanzado el punto de no retorno.

¿Qué ocurre cuando destruimos la selva y la colonizamos? Hay incontables ejemplos de la expansión de áreas palúdicas como resultado de la tala de la selva y desarrollo de nuevos asentamientos humanos. El caso de la carretera transamazónica y la increíble expansión de los focos de malaria hacia áreas vírgenes como resultado directo de este proceso en nombre del desarrollo financiado por el Banco Mundial.

En un estudio reciente conducido en la Amazonia por un grupo de investigadores de la universidad de Stanford, se encontró que un aumento del 10 por ciento en la deforestación de la selva resulta en un aumento de hasta 3.3 por ciento en la transmisión de malaria. La situación de esta infección en Suramérica es dramática dado el potencial de deforestación de la cuenca amazónica, casualmente el mayor pulmón de la tierra y unos de los principales secuestradores de carbono en el mundo.

Un problema creciente en las grandes urbes es la falta de áreas verdes pues no sólo contribuye al calentamiento de las ciudades -el caso Mérida es particularmente agudo-, también al estado emocional de sus habitantes. En una consulta de Google figuran 34 mil 400 estudios sobre la relación entre salud mental y la presencia de áreas verdes. Ejemplo de uno de estos es un ensayo controlado aleatorio conducido en un barrio económicamente vulnerable de Filadelfia. Los autores reportan una menor incidencia de estrés y de otros trastornos mentales en el grupo estudio (expuesto a áreas verdes) con respecto al grupo control. En otro estudio, realizado en Dinamarca. se encontró que la exposición de niños a áreas verdes, parques, bosques y granjas, reducía la incidencia de trastornos siquiátricos en la adolescencia y edad adulta.

[b]Cambio de hábitos[/b]

Finalmente, tenemos un gran grupo de patologías cada vez mas frecuentes, algunas con niveles epidémicos que resultan de un estilo de vida sedentario y de una mala alimentación (diabetes, hipertensión, cáncer, etc.). Cuando factores socioeconómicos y evidentemente políticos ejercen influencia sobre los hábitos de las poblaciones más vulnerables, uno de los desenlaces suele ser un menor acceso a productos alimenticios de calidad, lo que as su vez conduciría a una problemática de malnutrición en la población.

Por ejemplo, mientras hace apenas cuatro décadas la población general consumía “aguas” a base de frutos, hoy día consumen gaseosas con un alto contenido en azucares y aditivos. México cuenta con la desafortunada distinción de ser el mayor consumidor de una marca conocida de gaseosa. Lamentablemente no anticiparon los impulsores de la Revolución verde estos desenlaces cuando se instrumentaron megaproyectos financiados por el Banco Mundial en la India y en otros países.

En México, como en otros países del mundo, sembramos maíz transgénico. Se resuelve por un lado un problema de abasto de maíz para una población en crecimiento, en tanto se crean otras problemáticas, por ejemplo, del impacto negativo sobre la apicultura y sobre la diversidad biológica. Yucatán es uno de los principales productores y exportadores de miel a nivel mundial. La pregunta es, ¿por cuanto tiempo mas seguirá siéndolo?

[b]Punto de no retorno[/b]

Los efectos de nuestras acciones son increíblemente complejos, con determinantes multifactoriales. Si yo implemento una acción que impacta al medio ambiente, podría pretender estar resolviendo una problemática a la vez de generar otra quizás más seria que la primera.

Es evidente que no hemos podido erradicar la creciente inequidad en nuestros países, como lo ha sido nuestra inhabilidad de erradicar la pobreza, la misoginia y el racismo, pero también es innegable que la humanidad ha alcanzado un nivel de desarrollo incompatible con el bienestar de la raza humana y ambiental, y de patrones de explotación de los recursos naturales que amenazan nuestra propia existencia.

El punto de inflexión a partir del cual es casi imposible la reducción de carbono en la atmosfera es ya y es hoy. Ya no se trata de hablar de los mecanismos de reducción del carbono atmosférico, sino de cómo transicionamos a un periodo impredecible de cambio climático inminente. No debemos de normalizar nuestra conducta. Los más vulnerables son las poblaciones socioeconómicas débiles, las minorías indígenas, los migrantes, las mujeres. Son también los primeros en exponerse no sólo a la sequia y demás efectos del cambio climático, sino también a las patologías citadas. Es indispensable implementar, con calidad de urgencia, nuevos modelos de desarrollo a la altura de los nuevos retos del Antropoceno, entre los cuales destacan sin lugar a duda los temas de salud.


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