de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 7 de mayo, 2020

Ya lo dijo King Crimson hace algunas décadas, pero no dejaré de citarlo, porque me viene el saco: La confusión será mi epitafio. En pleno desarrollo de la pandemia del ultramentado coronavirus, se desató un jaloneo petrolero que, sumado al desplome en la demanda de combustibles, generado por el aislamiento al que se han visto reducidas la mayor parte de las economías del mundo, ha tirado en picada los precios del crudo, que llegaron incluso a valores negativos hace unos días. Va la primera confusión: ¿el precio negativo significa que el país debe pagar para que se lleven a otro sitio el petróleo que produce, pero que no puede refinar, consumir o almacenar? O como dijo el gran timonel, acertamos al abrir nuevos pozos, porque ahora podemos cerrarles la llave.

Mientras el mundo discute cómo reducir la producción de petróleo en aras de recuperar los precios en un mercado que parece cada vez más errático, México se ufana de revertir la tendencia a la disminución de su capacidad productiva, y se empeña en incrementar su capacidad de refinación, construyendo una nueva refinería en Dos Bocas, Tabasco, e impulsando la rehabilitación de las demás con que cuenta la paraestatal petrolera. Al mismo tiempo, en tanto que desde el Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático se discute cómo se van a replantear las contribuciones nacionalmente determinadas para avanzar en el cumplimiento del acuerdo de París, comprometiendo metas que ojalá sean más ambiciosas de disminución de emisiones de gases de efecto invernadero, el ciudadano presidente insiste en ver en la extracción de petróleo el motor del desarrollo nacional.

[b]¿Y quién es el adversario conservador?[/b]

Otra confusión: se nos dice todos los días que los adversarios son los conservadores, pero ante el clamor global alrededor de la necesidad de combatir los efectos del cambio climático, reduciendo el uso de combustibles fósiles, aquí no vemos más camino que el de alcanzar una supuesta soberanía energética, produciendo nuestras propias gasolinas para poder continuar transformándolas en calor y gases, de modo que sean, sí, emisiones a la atmósfera que contribuyen al calentamiento global, pero serán nuestras emisiones. Nuestra mirada hacia el futuro es la de conservar la capacidad energética del país con base en su acceso a hidrocarburos, conservando el statu quo construido a finales de los años 30 del siglo pasado. ¿Esto no es conservador? Digo, en oposición a transformador, innovador o progresista.

Cuando los adversarios no son conservadores, entonces son neoliberales. El grupo Rockefeller, que creo que se puede decir que sabe de qué va eso del negocio petrolero, ha decidido separarse de esa industria, a la luz de las circunstancias actuales, después de 100 años de basar en los hidrocarburos buena parte de los procesos de construcción de su legendaria fortuna. ¿Eso los hace neoliberales de 100 años de edad? ¿O hay también una suerte de “arqueoliberales” que también son adversarios de la 4T? Quizá lo único que sucede es que no logro superar mi creciente confusión.

Alguien dijo hace muchísimo tiempo que las crisis son oportunidades; y alguien más, que a la oportunidad la pintan calva. Si estamos sumidos en una compleja crisis (sanitaria, económica, social, ambiental, y algunos dirían que hasta política), estamos entonces navegando un mar de oportunidades. Y si en efecto a las oportunidades hay que asirlas con fuerza por cualquier parte y de cualquier manera, o pescamos las que se nos presentan, o desperdiciaremos la crisis en un deseo medroso de “volver a la normalidad”. Como en todo el resto de esta breve reflexión, hablo aquí desde la confusión: ¿Volver a la normalidad no resulta también conservador?

Entiendo, por ejemplo, la necesidad de volver a activar las cadenas de valor que son puntales del T-MEC, como las de la industria automotriz, o la electrónica pero ¿estaremos también obligados a volver a dejar atrás la generación de energías alternativas a los hidrocarburos? ¿Tendremos que seguir pensando en promover la llegada masiva de turistas, que ahora podrán viajar también en tren, y quedarse – se supone – más días en nuestro país? ¿Será necesario volver a empujar al campo a producir “commodities”, o cultivos de interés del mercado global, como aguacate, caña de azúcar, palma de aceite, y soya y maíz transgénicos, entre otros, dejando a los pequeños productores atados a subsidios e incapaces de abandonar la marginalidad y el uso del fuego agropecuario?

No llego al extremo fantasioso y algo cursi de pensar que la pandemia nos está mostrando cómo la tierra vuelve por sus fueros, y los animales caminan por las calles y tomen posesión de las ciudades. Pero sí creo que lo que hemos estando viendo estos días de aislamiento físico (que no social), es que nuestros centros de población, y nuestras maneras de producir y de movernos de un lugar a otro, funcionarán mucho mejor, desde el punto de vista de nuestras relaciones con el ambiente, de lo que han funcionado hasta ahora.

Si una vez que termine la mal llamada cuarentena, volvemos a pretender hacer las cosas como las hemos hecho siempre, pero más rápido porque tendremos la sensación de que es necesario recuperar el tiempo perdido, habremos perdido la oportunidad de no volver a la normalidad, de iniciar la construcción de una normalidad nueva, más humana y más sustentable. Pero lo cierto es que casi no se ven señales de que apreciemos esta oportunidad, y de que estemos dispuestos a hacer los cambios que demandaría asirla y llevarla al terreno de lo concreto.

Tanto la 4T como las fuerzas que dificultan su avance desde la defensa de sus intereses particulares (los adversarios de veras) parecen empeñados en que lo que hay que hacer es volver a donde estábamos antes. O sigo confundido, o todos proponen posiciones conservadoras: que nada cambie, más que la corrupción y el dispendio.

[b]Retadoras interrogantes[/b]

¿Pueden, desde el marasmo de mi confusión, vislumbrarse lecciones aprendidas en lo que hemos visto acontecer en este aciago primer tercio del año? Hemos visto que los organismos internacionales, los gobiernos nacionales y las autoridades locales pueden organizarse con eficacia para combatir de manera concertada una amenaza conspicua e indiscutible. Con todos los peros que gusten, la pandemia se ha combatido a un precio – en vidas humanas y en actividades económicas – mucho menor que el que habría tenido sin la conducción que presidentes, gobernadores y alcaldes (en la mayoría de los casos) han logrado encabezar.

¿Tendremos la capacidad, sociedad y gobierno, organizaciones y ciudadanos de a pie, de encarar con la misma contundencia las tareas a que nos obliga volver a poner de pie a productores, mercados, industrias y procesos? ¿Podremos mostrar una fuerza semejante para enfrentar de veras la amenaza que persistirá después de la pandemia: el cambio climático, o seguiremos debatiéndonos en el lodazal de los buenos deseos? ¿Entenderemos que la producción de alimentos no puede continuar por las vías que ha seguido hasta ahora, o nos limitaremos a respaldar con subsidios los quehaceres convencionales, mientras el paisaje aguante y no acabe de transformarse en el páramo quemado e improductivo a que puede llegar a ser? ¿Entenderemos que “primero los pobres” significa precisamente eso, y no “primero más pobres”, y que entenderlo así nos exige ser más solidarios, más social y ambientalmente conscientes, ya seamos empresarios o funcionarios, productores o estudiantes, científicos o artistas?

No sé. Lo único que alcanzo a ver, allá tras las nubes de la confusión es que en tanto continuemos considerándonos adversarios o enemigos unos de otros, mientras nuestro monólogo sea una retahíla de descalificaciones y menosprecios, y continuemos siendo incapaces de escuchar al Otro, y ponernos en sus zapatos, mientras pensemos que hay que “volver a la normalidad” y no comprendamos que la normalidad es precisamente el corazón del problema, estaremos condenados a irnos sumiendo en algo muy diferente a las crisis.

El presidente decía el otro día que esta es una “crisis transitoria”. Si no fuera transitoria, dejaría de ser crisis para convertirse en catástrofe. Antes de que esto suceda, salgamos del pasmo y aprovechemos las oportunidades que nos brinda. No la desperdiciemos.

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Edición: Ana Ordaz


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