Kálmán Verebélyi
Foto: Especial
La Jornada Maya

San Francisco de campeche
Jueves 1 de marzo, 2018

El nombre maya de las hojas que cubren el elote encerraba una tensión social durante años en el parque que es el punto de encuentro entre las colonias Morelos, Granjas, Josefa Ortiz de Domínguez, y extensiones de las mismas. Es la parte norte de la ciudad, en la segunda cordillera, si se pueden llamar cordillera estos montículos de laderas empinadas. Es donde las invasiones de los años setenta forjaron los vecindarios de la ciudad. Hace unos ocho o 10 años se libraban luchas campales por los espacios de venta en este lugar, que resultaban en heridos graves por las salvajes golpizas. Más atrás, hace unos 15 o 16 años, la zona comenzó a convertirse en uno de los tianguis más grandes de la ciudad de Campeche.

[i]Jolo´och[/i], escrito con la ortografía antigua, españolizada Holoch, se convierte los fines de semana en uno de los espacios más coloridos de la ciudad, donde a partir del parque, como pulpo de ocho tentáculos, se extiende por las calles adyacentes, dando el eje principal la calle Malagón, a la que la gente de por acá simplemente la denomina principal.

[b]Variedad de productos[/b]

Puestos de… pues, si hay tarea difícil, es clasificar qué se vende en un puesto; en Jolo´och porque los zapatos de segunda mano, para no decir usados o a punto de desgastarse, con la peste a pata correspondiente, cuesta 20 pesos; un piso más arriba, o sea sobre la mesa, el precio es de 50. Las cacerolas desgastadas por años de lavado se apilan junto a plantas de ornato, la imagen de la Virgen de Guadalupe y algunos discos compactos.

Enfrente todo se vende a cinco pesos, y si alguien llega para arreglarse el cabello para la fiesta de la noche, puede entrar en la estética “ambisex”. Las calles de Morelos II, según un letrero familiar, la Granja, según experiencia personal de otros, emana el espíritu emprendedor de la gente campechana.

Ser emprendedor significa el poder de calcular en segundos, en fracciones de segundo, la utilidad, en otras palabras ganancia que le puede proporcionar al comprador cuando se encuentra con alguna mercancía.

Como le pasó a un amigo. Juntaron todo ya fuera de uso: ropa, cables de conexión de computadoras, zapatos desgastados y otras tantas cosas que llenan a nuestras casas, cosas de las que no nos deshacemos porque son parte de nuestro pasado, de nuestras vivencias, pero llega el día cuando los objetos nuevos reclaman su espacio y hay que tomar una decisión, entregarlos a los pepenadores para que consigan unos centavos, o llevarlos a Jolo´och, donde se compra y se vende todo. Absolutamente todo.

Pues, mi amigo, después de un fallido intento de tratar de deshacerse, tal vez pensando en unos centavos, también subió la foto de lo que días más tarde llegó a Jolo´och. Cuenta el haber tenido una experiencia antes no registrada: apenas se abrió la cajuela del coche, decenas de manos se introducían agarrando el objeto que en el momento le llamaba la atención al dueño de estas extremidades. “Te doy cinco por esto”, pero ¿qué es?, no importa. Las monedas, los billetes de baja denominación, empezaron a llenar el monedero, y en menos de 40 minutos no quedaba nada. Su “ganancia”, si se puede llamar ganancia, fue de unos 500 pesos. Ahora se pregunta, ¿cuánto habría podido sacar de aquellos objetos si hubiera tenido esta mentalidad de emprendedor?

[b]Sin regateo[/b]

Se compra a gente inexperta en la faena, a los despistados, a los inexpertos, a los necesitados. Un marino, para seguir con su parranda, vendió toda su vestimenta. En el puesto ya sólo quedaba el pantalón. A un precio inexplicablemente barato: 40 varos. Le digo al comprador que regateara, como en San Cristóbal de las Casas, donde sin el regateo obligado no hay venta.
En Jolo´och no se regatea. Los precios son muy bajos, están a la “altura” del poder adquisitivo de la gente que ahí llega. El pollo “kentoki” está a 66 pesos; su hermano, el sinaloense a las brasas, cuesta 119 en la avenida Central. Las carnicerías al aire libre también ofrecen la posibilidad de un ahorro: el kilo de pierna de puerco está a 65 pesos; en el mercado principal de la ciudad, el Sáinz de Baranda, oscila entre 75 y 80 pesos. Y a decir la verdad, la higiene del tianguis sigue los patrones del hermano mayor.
Sin orden

“Comenzamos hace 15, 16 años. Fuimos tres que nos establecimos en el parque, luego vinieron otros, cada vez más. El tianguis crecía al paso del crecimiento de las colonias. Fueron años difíciles hasta 2009. No había orden, no había otra ley que la del más fuerte. La gente se peleaba por los lugares. Se venían desde el viernes por la noche, dormían en el espacio que querían ocupar los sábados, los domingos. Era una época de salvajismo, de gente golpeada, hasta muertos hubo”.

El PRI, que en aquellas fechas dominaba esta zona de la ciudad, veía con indiferencia lo sucedido, menos doña Guadalupe; ella era jefa de colonia, pero su influencia era escasa”, relata una de las fundadoras del tianguis, cansada de revelar su nombre a los reporteros que la abordan. Doña Lupe falleció hace años, y el PAN, que llegó a la presidencia municipal con el “alcalde baches no tapados”, uno de los Ruelas, llegó, midió y le otorgó el espacio a los tianguistas. Se pagaba 119 pesos mensuales”, continúa, y añade que “ni con La Martha, ni con el actual ha habido cambios, a menos de que se considere que ya no se paga por el espacio”.

Eliseo Montúfar, legislador panista, es el representante popular del segundo Distrito Electoral. Su base popular son las familias del tianguis. Entrega triciclos, bastones a los necesitados, está al pendiente de sus electores. Las señoras hablan bien de él, reconocen su labor, se sienten representadas, protegidas. Eliseo, si quisiera, hasta podría reelegirse, a menos que tenga aspiraciones más allá de las fronteras de Campeche.

Las malas lenguas, los desconocedores de la dura realidad de la vida de los vendedores ambulantes, afirman que a Jolo´och debes ir si quieres recuperar algún artículo que te hayan hurtado. Fui al tianguis con esta idea equivocada, quería encontrar mi monedero que unos pillos me quitaron en una madrugada. Eso fue hace tres semanas. Mi monedero pudo ser vendido.

Experimentando por unas horas el latir del mercado, hablando con esta gente que lucha para sobrevivir, que en un día de buena venta se lleva 200 pesos a la casa, me doy cuenta de que ellos son víctimas de las condiciones cotidianas que se les ofrecen gente que los menosprecian, que sólo se les acercan para sentir el folklore mexicano.


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