Kálmán Verebélyi
La Jornada Maya

San Francisco de Campeche
Lunes 3 de junio, 2017

“En estos días, probablemente para este fin de semana, se inaugurará el Museo de Automóviles ‘José Ham Gunam’ ubicado a unos pasos de la avenida Gobernadores…”, comienzo la nota informativa leyéndola en voz alta para que don José dé su aprobación, pero él menea la cabeza.

“¿Cómo va a ser la inauguración cuando la hice hace tres meses? Para esa ocasión invité a altas autoridades campechanas que, por razones de agenda, no pudieron asistir. Sin embargo, hace un par de días llegaron del Palacio diciéndome que se inaugurará oficialmente en dos días. Les dije que se esperaran, que hacía falta limpiar, mandar a imprimir las invitaciones. Accedieron. Lo que no sé es cómo llamar al evento porque el museo ya se inauguró una vez”. “Que sea reinauguración”, le digo, a lo que responde no muy convencido de que pueda ser.

Estamos platicando al interior del museo, una especie de hangar diminuto, que alberga las hazañas, producto del ingenio de este eterno amante de motores llamado don José Ham Gunam. Tiene 87 años, nació el 2 de octubre de 1929. “¿No me veo viejo, verdad?”, pregunta con aire vanidoso y dice recordar todo lo que pasó en Campeche desde la fecha de su cumpleaños número seis. “Pues, arranquemos”, le digo y me preparo para una larga sesión con el propósito de escuchar las anécdotas, sentencias de don José.

[b]Puericia de un inventor[/b]

“Mi mamá era libanesa, mi papá es de origen chino, es de Cantón. Fuimos seis hermanos, hoy sólo comparto los recuerdos familiares con tres. Mi papá era muy inteligente. Decía que la fecha de nacimiento de las personas determina qué van a hacer en la vida. Fue comerciante, tenía la tienda más grande de Campeche, ‘El puerto de Cantón’. Antes de casarse tenía otra tienda llamada ‘El Gato Negro’, luego tuvo ‘El Bronce’, ‘El Puro’ fue el último, el más grande que vendía mercancía venida de todas partes del mundo. No había comunicación terrestre con el resto del país, todo llegaba por mar, dice don José”. Sobre los detalles que da de los inicios de su vida, de su papá apunta que los sigue adorando porque siempre se refiere a él como a un hombre muy inteligente.

“Tenía seis años cuando empecé a sentir la vibración hacer las cosas diferente. Me regalaron una bicicleta, pero yo quería que fuera diferente a las otras. Le puse faros dobles de moto adelante, antena, salpicadera y llamé a la bici Indian. Los faros funcionaban con acumulador porque el dínamo no daba suficiente energía, la convertí en carro para el carnaval. La cubrí con madera, cartón y le pegué anuncios de periódicos en los lados. El parabrisas era de papel celofán. No me salió muy bonito, pero fue mi creación”, me cuenta.

[b]La gestación de un híbrido[/b]

Al respecto le pregunto por qué un museo de automóviles si hablamos de bicis. “Es por El Continental, responde y señala al carro más raro que yo haya visto. Don José capta mi asombro y dice que El Continental es único en su género. Seguro que lo es, no por su tamaño, pues parece ser el portaaviones entre los coches, sino también por la cabina de avión que va justo en medio, es un híbrido”. Carro-avión con una potencia brutal de 600 caballos, con velocidad máxima de 180 kilómetros por hora.

“Resulta que a los 18 años se me metió en la cabeza ir al encuentro de los Harley Davidson a Milwaukie, Oregon. Agarré mi moto, fui a Progreso, de allí a bordo de El Emancipación a Veracruz, luego por carretera hacia el norte. De regreso, me metí en la Carrera Panamericana y fue allí donde me dije que tenía que construir un carro. Duré tres años en hacer El Continental. Para su construcción atípica, compré la cabina de uno de esos aviones que cayeron por los Chenes”. En la pared están las fotos, la narración de los acontecimientos, maquetas de decenas de carros y las hazañas que tuvo don José con esta belleza de la imaginación, del trabajo decidido.

«Quise participar en carreras, así que fui a México para saber cómo hacerlo. Me encontré con un abogado, de apellido Guadarrama quien me dijo que debía tener un manager y patrocinadores. Fuimos a un bar donde cantaba Jorge Negrete. Él habló con los potenciales patrocinadores quienes al ver El Continental, no tardaron en abrir su cartera y en el mismo bar se hizo una recolecta de dinero para que pueda participar dignamente en una competencia donde habían invitados con títulos mundiales. Luego llegamos con el Club Chapultepec, una llantera dio dos mil 500 pesos, la Ford me puso un motor más potente. Se juntaron 12 mil 500 pesos en cheques al portador, lo fue a cobrar el abogado. Luego jamás volví a verlo»

[b]Victorias y contiendas[/b]

En recortes de periódicos de 1954, en fotos se puede apreciar a El Continental: en carrera, entre la multitud que lo vitoreaba. El Continental le dio gloria, pero también ratos desagradables, sobre ello señala: “Con ese Caremacal sí que batallé. Era el director del Registro Vehicular aquí en Campeche. Si mal no recuerdo, su apellido era Castillo. Decomisaba cuántos carros se le antojaba, pero no para mandarlos al corralón, eran para él, para venderlos. Fue sobrino de un exgobernador, de López Hernández, y se sentía intocable. Era mala persona, para no utilizar palabras más fuertes, porque cuando quise registrar al Continental me puso mil trabas, amenazaba con decomisarlo. No me dejé, por la vía federal obtuve los papeles, le hice una jugada que Caremacal no se esperaba” apunta don José con una sonrisa pícara.

“Compré un Thunderbird en Estados Unidos, me lo traje, pero apenas terminaba el tiempo de gracia para el registro, Caremacal mandaba a su gente para decomisarlo. Les pedí un día y en la noche corté en cuatro pedazos el Thunderbird. Me dolió, pero tenía que desquitarme con él. Al otro día, llegaron sus achichincles en un jeep para llevarse el carro. Les digo que lo tienen allí, que pueden subirlo pedazo por pedazo. Se fueron enojados. Luego Caremacal dejó de fastidiarme”.

[b]Sus demás ‘hijos’[/b]

El primogénito Continental lo llena de orgullo, a bordo de él tuvo hazañas inolvidables, es notorio que al hijo de en medio casi lo ignoramos. Es Escorpión, un carro de apariencia de carreras. “Lo construí en un año”, dice, y ya vamos hacia Cataclismo, un carro de lujo, equipado con todo lo que uno puede imaginar. El tablero es una joya, de medidores de todo tipo, cafetera eléctrica, nevera, televisión a color, devedé, radio, no falta la sombrilla tampoco. Cataclismo es el único carro en el país que sin parar llega a México, claro si las ganas de ir al baño no vence al conductor. Tiene un tanque de gasolina de 198 litros, el motor desarrolla una potencia de 700 caballos; es de cilindros, de cuatro mil 600 centímetros cúbicos.

Un sonido celestial llena el hangar. Don José acaba de arrancar el carro. Sonidos que son ruidos, por el escape no se ve humo. «Puedes poner una copa llena en el capote y no se va a derramar. Me tomó tiempo ajustarlo, pero valió la pena». Acelera el motor, se parece a una turbina de avión. A don José le tomó seis años terminar a Cataclismo, de 1980 a 1986. Todos están hechos a mano, de miles de piezas está compuesta, y tiene novedades que se adelantaron a su época: una palanca que mantiene la velocidad a 100 kilómetros por hora, sin que el chofer tenga que poner su pie en el acelerador. Si es necesario disminuir o aumentar la velocidad, la palanca se desconecta.

Hay cuatro coches más que llevan el sello de la mano de don José Ham y un Harley Davidson. El llamado 90. Una moto que no incorpora los avances anuales de la marca a lo largo de 90 años. En total, se fabricaron 90. Uno está en el Museo de Automóviles José Ham Gunam.

“Llevamos buen tiempo hablando y sólo de carros y carros, se lo digo porque al principio me dijo que recordaba todo que pasaba en Campeche desde mediados de los 30’s”, le reclamo a don José.

“Será para la próxima”, responde. Y bueno, en eso quedamos.


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