Kalman Verebélyi
Fotos: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Pomuch, Campeche
Lunes 31 de octubre, 2016

Basándonos en la leyenda expuesta en la pared del cementerio de Pomuch, entre los habitantes mayas existe “la particular tradición de retirar los restos de los difuntos, una vez que esto es posible, con el fin de conservarlos durante mucho tiempo mediante la limpieza de los mismos”. Esta es una tradición única y de gran valor no sólo en la región, sino a nivel mundial.

El arqueólogo Miguel Ángel Carnaval, ex director de Museos de Campeche, discute esta afirmación y relata que en un viaje por distintos puntos de la península acompañando a una fotógrafa extranjera, pudo constatar la existencia de esta tradición de los pueblos mayas en numerosos poblados de Quintana Roo, Yucatán y Campeche. Además, existe registro fotográfico de la limpieza de los huesos de los difuntos en Nunkiní y Tenabo. “Lo que no discuto es la cantidad de personas que lo practican, porque en Pomuch es generalizado”, afirma.

La semana anterior al Día de Muertos, en un lapso de una hora pudimos ver parte de esta generalidad en el osario de Pomuch. “Somos la familia García Canché, los restos son de mi mamá, Paola Canché Balam. Ella falleció hace 19 años y desde entonces cada año venimos a limpiar los huesos. Fue enterrada en otra bóveda, la sacamos a los tres años y desde entonces la tenemos en este osario”, dice María del Carmen, quien acompañada de su hermana y su cuñado sigue la tradición ancestral de los mayas: limpiar los huesos de sus seres queridos.

“En un osario están los restos de una misma familia; los papás, los hijos. Cada uno en su propia caja”, indica. Al preguntársele si no puede darse el caso de ignorar a quién pertenece una clavícula, María del Carmen se ríe: “Esto no puede darse. Cada caja encierra los restos óseos de una sola persona. Cuidamos mucho el recuerdo de nuestros muertitos”.

La limpieza de los restos de Paola ya terminó, pero en otro callejón somos testigos de todo el proceso. El hijo del difunto Luis Quej saca con movimientos lentos la caja del osario que encierra los restos de su padre. Recoge las cuatro puntas del mantel viejo, levanta los huesos y con cuidado los deposita en una tela. Limpia el interior de la caja y pone el paño bordado que lleva el nombre del difunto. Luego toma en sus manos el primer hueso. Es un fémur. Con el paño viejo lo frota, le quita el polvo acumulado en su superficie y lo pone en el fondo de la caja.

Primero se ponen los huesos largos; de brazos y piernas. En la punta de uno los rayos del sol se resbalan en un fierro. “Se le puso un clavo después de que se rompió una pierna”, comenta un familiar que asiste a la ceremonia. Luego, vienen los huesos curvos, las costillas, las clavículas. Toca el turno de la voluminosa cadera. Después se colocan las vértebras, los dedos de pies y manos. La quijada y el cráneo coronan a los huesos.

“El bordado del mantel no tiene un motivo especial para el hombre o la mujer. Lo que sí lleva es su nombre. Éste lo bordó a mano mi suegra, quedó bonito”, dice María del Carmen y con orgullo rechaza mi pregunta: “No para alabarnos, pero sólo es aquí, nada más aquí se hace esto. A partir del 31 va a salir una marcha, un desfile desde acá, una marcha al centro. Es una procesión con calaveritas, todo relacionado con la muerte. La gente se pinta la cara, es muy bonito. Los huesos no van, ellos se quedan en los osarios”, comenta.

“Entendemos que ellos después de muertos no se han ido; permanecen entre nosotros. Ellos están acá. Nosotros venimos cada año, venimos a limpiar sus huesos, pero los visitamos cada mes, les traemos sus flores, cambiamos el agua del florero y el día de la muerte se celebra también; se les trae su veladora, y en la casa tenemos su foto, le hacemos su rezo y le ofrecemos un plato con comida. A mi mamá le servimos relleno negro, que era su favorito”, prosigue.

María del Carmen ya tiene preparado el espacio para el altar que se adorna, se ponen frutas, veladoras, todo aquello que era del agrado del difunto. El día del [i]pib[/i], la primera ración que se saca de la tierra es para el muertito. Nadie debe comer antes que él.

Mario Tuz Huchín está por terminar de pintar el osario de sus papás. Los huesos ya fueron limpiados. En una caja están los restos de Marcelino Tuz Cohuó, en la otra los de Constanza Huchín Medina. Mario es una persona grande de edad, diminuto de cuerpo por los años que cargaron ya sus hombros. “Mi morada va a ser ésta, junto a mis papás”, afirma.


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