Kalman Verebelyi
Foto:
La Jornada Maya

Pomuch, Campeche
Viernes 28 de octubre, 2016

El cementerio de la villa de Pomuch es un verdadero laberinto donde a partir de los tres accesos corren callejones. Si el visitante no conoce el orden de la construcción de los osarios, con desesperación topa continuamente con calaveras que asoman de cajas de madera adornadas con un mantel bordado. Predomina el azul celeste, mas no existe la solemnidad de los cementerios católicos donde se prefiere el blanco como señal de la pureza del alma que desde el cielo mira el acontecer diario del mundo terrenal. En Pomuch el osario tiene el color de la pintura de aceite que se tuvo en casa: rojo, amarillo, café, arena, etc.

Los nombres de las personas a cuya memoria se erigió el osario llevan el recuerdo de la caligrafía del “rotulista”. Abundan los apellidos Aké, Ehuán, Tuz, Chi. Hay pocas imágenes alusivas a la fe practicada: Estamos en un cementerio maya, donde los restos terrenales de los antepasados son depositados, o preparados para pasar del ataúd a la caja de madera.

El rotulador pronto tendrá trabajo. Otro cuerpo está por llegar al cementerio. Es uno de los Ehuán.

Llega la “carroza fúnebre” con el ataúd que encierra el cuerpo del recién fallecido Gonzalo Chi Ehuán; es una camioneta de trabajo. Las llantas llevan el recuerdo rojizo de la terracería. A Gonzalo lo acompañan familiares y amigos. Su cuerpo ya fue presentado en la iglesia de la plaza principal, donde el padre ya cumplió con su deber de encomendarlo a los cielos. No se escuchan palabras cuando depositan el ataúd en la bóveda de concreto que será su morada durante tres años cuando serán trasladados los restos a una caja de madera adornada con un mantel bordado a mano que llevará su nombre.

En Pomuch en la actualidad existen dos cementerios: el principal es el antiguo, junto a la calzada que corre hacia el centro de la villa, en él se ubican los osarios. El otro es de pura bóveda. El cementerio principal hoy día está rodeado de solares habitados. Cuenta Venancio Tuz Chi que, en la época de su abuelo, hace unos unos cien años, varios vecinos se cansaron de que las vacas pisotearan las tumbas donde yacían los cuerpos, donde los restos esperaban ser rescatados y depositados en una caja. Los mayas ya no soportaban que los puercos, en busca de alguna raíz, con su poderosa trompa revolvieran la tierra, por lo que decidieron alejar a los intrusos levantando un cerco de madera.

“Dinero no había para construir los osarios. El presidente de esa época decidió lotear el espacio entre aquellos que participaban en la fajina dominical limpiando, chapeando, levantando el cerco. También dio un pequeño apoyo para construir los primeros osarios. Así es como empezó”, relata.

Venancio no conoce la historia de cómo llegó a Pomuch la idea de los cementerios de osarios, característicos de la región maya; si fue porque les dio envidia verlos en pueblos más pudientes. Lo que sí sabe por su abuelo es que la gente maya pasaba sus días entre necesidades y más necesidades, soportando la crueldad de la esclavitud, el maltrato de los hacendados, la deuda impagable en la tienda de raya. “Mi abuelo decía que en los días de desesperación sentían ser castigados por Dios.

“Los huesos desde siempre fueron sacados de la tierra, limpiados para luego ser depositados en las cajas. En la época de mi abuelo en el cementerio había dos robles frondosos, justo allí donde ahora está la pileta. Los sacaron ya hace años atrás porque las raíces estaban levantando los osarios. Pues las ramas de estos dos robles enormes soportaban el peso de las cajas porque estaban amarradas a ellas con mecate, con alambre, lo que hubiera. Pendían las cajas, se movían como adornos de un árbol de navidad cuando soplaba un viento fuerte. Estaban a merced de la lluvia, del sol, pero eran cajas como las de hoy, con su paño bordado. Los cráneos que se asomaban vigilaban el camino.

“Los ancestros mayas cada año bajaban la caja, limpiaban los huesos para luego amarrarla de nueva cuenta en alguna rama. Los huesos para nosotros son la presencia física de nuestros padres, tíos que en estos días de muertos, de los pibipollos, nos acompañan”.

A la tradición viva de la limpieza de los huesos de los ancestros se suma este sábado un desfile de calaveras, una peregrinación de la representación de los muertos que parte del cementerio hasta llegar a la plaza principal, donde al son de la música se prepararán para recibir a los niños difuntos, a los adultos que se les han adelantado. “En estos días nuestros muertitos nos acompañan, sentimos que están aquí. Hemos de honrarlos y seguir amándolos”, comenta Venancio.


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