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Foto: Xinhua
La Jornada Maya

Brumadinho, Brasil
Jueves 4 de abril, 2019

Tierra agrietada de color marrón-rojizo cubre ahora lo que antes era un valle de verdes prados y cultivos de hortalizas. El agua que discurre por el pequeño arroyo de Córrego do Feijão es roja.

En medio de este paisaje destruido puede verse un colchón colgando del tronco de un árbol, un coche encallado en el suelo y escombros de casas destruidas por todas partes.

La inconmesurable devastación provocada por la ruptura de la presa de la mina de hierro Córrego do Feijao en las inmediaciones de Brumadinho, en el sureste de Brasil, se puede ver en la población lindante de Parque das Cachoeiras.

Allí mismo, el 25 de enero, un alud de lodo con desechos tóxicos de metales pesados arrasó todo a su paso. El desprendimiento fue provocado por la ruptura del depósito de retención en la mina operada por la empresa Vale, a pocos kilómetros de distancia. Al menos murieron 21 personas y 93 continúan desaparecidas.

"Todavía no puedo creerlo", confiesa Sueli de Oliveira Costa mientras sale del coche junto a una amiga para observar la destrucción de la zona.

Su marido era conserje en una de las casas de Córrego do Feijao y el 25 de enero estaba, como de costumbre, trabajando allí. No hay rastro de él desde que se produjo el alud de lodo. Eran las 12:30 cuando la presa reventó.

"Hablamos por teléfono a las 11:40. Iba a ir en coche a hacerle una visita al trabajo", dice Oliveira Costa, de 48 años. "Pero me entretuve un poco con una amiga y de repente vino un vecino y me dijo que algo había pasado en la mina".

Al principio confió en que su marido estuviese en el hospital. "Siempre supo cuidar de sí mismo. Pero no pude encontrarlo y todavía no he tenido noticias ni por parte de Vale ni de las autoridades locales".

Ahora se ha unido a otros residentes cuyos familiares siguen desparecidos. "Quiero enterrar a mi marido y tener un lugar donde llorar su muerte", dice, consciente de que dos meses después de la tragedia probablemente no quede mucho de sus restos.

La mina Vale es el mayor empleador y contribuyente de esta región fértil pero visiblemente dañada por la minería -actividad también llevada a cabo por otras compañías-. Una gran parte de los 600 trabajadores de Vale viven en Brumadinho.

"Mientras haya una víctima desaparecida la búsqueda continuará", asegura el teniente Ocimar Andrade, jefe de la autoridad local de protección civil.

Junto al servicio de bomberos, esta autoridad está a cargo de las operaciones de búsqueda. "Actualmente nos centramos en el edificio de Vale en la mina. Allí es donde encontramos la mayor parte de fallecidos", explica Andrade.

Muchos empleados de Vale estaban en la cantina a la hora del almuerzo cuando la presa, situada más arriba, estalló.

El corrimiento de tierra se llevó la vida de cinco miembros de la familia de Adriano Días Barbosa. Sumido en sus pensamientos, observa de pie la recién pintada iglesia Nossa Senhora das Dores en Córrego do Feijão.

Tras la catástrofe, el templo sirvió inicialmente como cuartel general del servicio de bomberos. Los helicópteros que transportaban cadáveres utilizaron como pista de aterrizaje el césped de la iglesia. Desde allí, los cuerpos eran llevados a Belo Horizonte, capital de Minas Gerais, para su identificación.

Como gesto de gratitud, la iglesia recibió una capa de pintura. Pero observarla no reconforta a Días Barbosa. "Tenían que haberlo evitado", dice con amargura, y añade que ni a Vale ni a los políticos les importaron nunca los trabajadores de la mina.

Ka Ribas es una de las personas que, junto a su movimiento "Agua y montañas de Casa Branca" lleva años luchando contra los efectos negativos de la minería en Brumadinho, como la contaminación de sus aguas. Explica que las montañas almacenan una gran cantidad de agua gracias a su estructura geológica y, de hecho, de ellas brotan varios ríos.

"El pasado mes de noviembre supimos que existía riesgo de que se rompiera la presa", recuerda este hombre de 48 años. "Cuando sucedió dos meses después, solo podíamos llorar", se lamenta.

Según la autoridad de protección civil, unas mil 500 personas fueron directamente afectadas por la catástrofe. Los propietarios de hoteles y restaurantes sufren también el descenso del turismo tras la tragedia.

Las autoridades judiciales de Minas Gerais investigan actualmente a varios trabajadores de Vale y a una filial de la compañía alemana de inspección técnica, Tüv Süd, que en 2018 dio fe en dos ocasiones del buen estado de la presa.

El fiscal jefe William Coelho afirmó en declaraciones a dpa que las conclusiones preliminares indican que Vale, Tüv Süd y otras compañías inspectoras tenían conocimiento, por lo menos desde noviembre de 2018, de la licuefacción del suelo de la presa.

"Este tipo de represa era el más barato pero también la variante más peligrosa", asegura el funcionario de protección civil Andrade. A raíz de esta catástrofe, los diques de este tipo deben de quedar fuera de servicio en Minas Gerais en 2021.

Vale pretende pagar a los residentes de Brumadinho algo de dinero en concepto de ayuda de emergencia. Algunos habitantes de Córrego do Feijão y Parque das Cachoeiras ya recibieron sus correspondientes pagos. La compañía también indemnizará por pérdidas a empresas y explotaciones agrícolas, así como a los familiares de las víctimas.

Además, la empresa provee a diario de agua y comida a los residentes de las zonas afectadas y ha tomado medidas para evitar que las aguas contaminadas del río Paraopeba, consideradas ahora en su mayoría muertas biológicamente, lleguen a otros arroyos.

Pero para muchos el dinero no es ningún consuelo. "Cambiaría sin dudar los cien mil reales (25.880 dólares) de Vale por tener a mi marido de nuevo a mi lado", dice Oliveira Costa.

"Teníamos una casa, dos coches y éramos felices. Ahora no queda nada de eso". Ante la pregunta de qué es lo que desea ahora, Oliveira responde:"“Que Vale y todos los involucrados finalmente asuman su responsabilidad en todo esto".


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