Texto y foto: Ap
La Jornada Maya

Brentwood, Estados Unidos
Miércoles 21 de junio, 2017

Está escrito con la letra grande y redonda de los niños. Tiene dibujadas flores de colores, árboles, ríos y rascacielos, pero a pesar de la inocencia que aparentan sus páginas, el libro esconde una dura realidad.

“Mi mamá me mandó traer porque en mi país me dispararon en la pierna derecha”, escribió Jocsan Hernández, de 13 años, en tinta morada.

“Estuvimos durmiendo en un bosque sin comida por tres días”, escribió Elmer Rivera, de la misma edad.

“Yo me vine porque las maras me querían secuestrar”, escribió Ezequiel Banegas, de 11 años.

Éstas y otras historias fueron plasmadas en papel por un grupo de niños centroamericanos que asiste a una escuela a las afueras de la ciudad de Nueva York. La mayoría de los 20 estudiantes huyeron de la violencia de las pandillas en sus países de origen sólo para acabar en el corazón de Long Island, una zona que ahora es testigo de esa misma violencia a manos de la pandilla MS-13.

La idea del libro surgió cuando los estudiantes empezaron a hablar un día en clase sobre su reciente experiencia como inmigrantes. “Fue una sesión de terapia en grupo que acabó convirtiéndose en este libro. Aprendí mucho al leerlo”, dijo María Mendoza, su profesora.

“Al mirar todo lo que he sufrido, he aprendido que las pruebas son para hacerte más fuerte. No te detengas. Sigue adelante”, escribió Hernández, nacido en Honduras.

Las historias de los estudiantes, escritas en español, fueron recopiladas en el libro escolar que narra la vida en Honduras o El Salvador, con padres que son extorsionados por pandillas. Explica también el frío pasado en centros de detención en la frontera. Describe la falta de alimentos en la travesía hacia Estados Unidos, el dolor al dejar a parientes en su país de origen y hasta los miles de dólares pagados a coyotes para poder cruzar la frontera. La esperanza y los sueños también están presentes en el cuaderno de 88 páginas, titulado Por un mejor futuro.

La mayoría de los niños de la clase de Mendoza, en la East Middle School, en el poblado de Brentwood, llegaron hace tan sólo unos meses aunque algunos llevan ya un par de años en la zona. Varios son considerados por el gobierno estadunidense como “menores no acompañados” porque viajaron con hermanos o primos, pero sin sus padres. Otros lo hicieron con ellos. Algunos ya han logrado asilo o viajaron con un visado mientras que otros están obligados a comparecer en la corte migratoria hasta que un juez decida su futuro.

“Estos niños han pasado por todo esto, pero vienen a la escuela cada día con una sonrisa y están aprendiendo. Eso es positivo. Han encontrado el valor de plasmar estas experiencias en el papel”, dijo Mendoza.

A los administradores de la escuela les conmovió el trabajo, sobre todo después de lo ocurrido en Brentwood y la cercana Central Islip en los últimos meses: los restos de once adolescentes han sido encontrados en bosques y descampados de estos dos pueblos desde el inicio del año escolar. Las autoridades locales aseguran que todo apunta a la pandilla hispana MS-13 que aterroriza la zona desde hace años. La más joven de las once víctimas tenía 15 años.

Las autoridades locales aseguran que muchos de los miembros de la MS-13 en Long Island forman parte de los más de 165 mil menores no acompañados que se han distribuido por Estados Unidos desde 2013. El condado de Suffolk, que incluye Brentwood y Central Islip, ha recibido a más de 4.500.

“Los niños de 12 y 13 años que llegan, si no los educamos rápidamente, les enseñamos cosas positivas y les hacemos sentir exitosos, se unirán a una pandilla”, dijo Mendoza. “Estos son niños muy inocentes que han pasado por algo traumático y que necesitan apoyo”.

El director de la escuela, Barry Mohammed, dijo que él y los administradores del centro se esfuerzan por evitar que los jóvenes en la escuela caigan en manos de pandilleros. “Además de una educación, nos fijamos en todos los aspectos que rodean a un niño... para que no tomen ese camino”, dijo.

Ismael Esquivel, un salvadoreño de 12 años, dibujó en el libro la pistola que vio en el tablero de mandos de un vehículo en el que viajó hacia el norte, pero el resto de dibujos en el cuaderno expresan el optimismo de llegar a una vida mejor: son caminos marrones que llevan a la frontera, rodeados de montañas verdes y ríos azules.

“Doy gracias a Dios porque me trajo bien a los Estados Unidos, porque no todos sobreviven en el camino”, escribió el joven salvadoreño Rivera, el niño que no comió por tres días. “Doy gracias a Dios por los sueños que voy a cumplir en Estados Unidos”.


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