Durante 15 días, la Alemania nazi se vio obligada a abrir sus puertas a deportistas de todas las razas y prohibió la propaganda antisemita al ser sede de los Juegos Olímpicos, inaugurados el 1 de agosto de 1936 por Adolfo Hitler.
El líder nazi tuvo que acatar la orden del Comité Olímpico Internacional de declarar que los Juegos de la XI Olimpiada, nombre oficial de la competencia, estarían abiertos a todas las razas y denominaciones.
Así, Joseph Goebbels, Carl Diem y el Hans von Tschammer und Osten, altos funcionarios del partido nacionalsocialista organizaron la justa deportiva, pero antes se encargaron de desaparecer y prohibir en los medios la propagación del discurso de odio contra los judíos.
Hitler encabezó la ceremonia de inauguración frente a 120 mil espectadores en las gradas del el Estadio Olímpico de Berlin, en un evento que estuvo marcado por ser la primera vez que la antorcha olímpica recorrió el camino de Grecia a la sede, una tradición que se realiza en cada edición a partir de ese año.
Los deportistas alemanes realizaron el saludo nazi al Tercer Reich durante el recorrido de las delegaciones.
El dictador apenas mencionó unas palabras: “¡Anuncio los Juegos de Berlín para celebrar la XI Olimpiada de la Nueva Era como inaugurada!”
Destacó en los Juegos Olímpicos de 1936 el triunfo de Jesse Owens, un hombre negro de Estados Unidos que ganó cuatro medallas de oro.
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