Sonriente y relajado, Damullah Mohibullah Mowaffaq conversa con los trabajadores municipales que limpian las alcantarillas de Maimana, una ciudad en el norte de Afganistán. Meses antes, el joven alcalde era francotirador en las filas talibanas.
Sin la menor duda, un comerciante se le acerca. “Hace cuatro años que la alcantarilla que está frente a mi casa es demasiado profunda y está llena de residuos, huele fatal. Por favor, ¡ayúdame a arreglarlo!”, suplica.
Mowaffaq, de 25 años, fue nombrado alcalde de Maimana en noviembre, por orden del primer ministro, Mohammad Hassan Akhund, en lugar de un mulá talibán.
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Entre la toma del poder por los islamistas a mediados de agosto y su nombramiento, estuvo a cargo de la seguridad de la ciudad, de unos 100 mil habitantes.
Aunque lleva una espesa barba y el turbante negro de los talibanes, se diferencia de los religiosos ultraconservadores colocados en puestos clave de la nueva administración.
“El nuevo alcalde es joven, bien educado, y, algo muy importante, es de la ciudad (...)
Sabe cómo comportarse con la gente”, subraya Sayed Ahmad Shah Gheyasi, su adjunto, que como casi todos los empleados municipales, ya estaba en funciones en la época del anterior gobierno respaldado por los países occidentales.
El hecho de que Mowaffaq pertenezca a la minoría uzbeka, como la mayoría de los habitantes de la provincia de Faryab, de la que Maimana es la capital, facilita las tareas.
Los talibanes son predominantemente del pueblo pastún.
Para gestionar su ciudad, no escatima los esfuerzos. Siempre que puede, sale al terreno para supervisar los proyectos en curso, tranquilizar a la población y evitar que florezca la corrupción, endémica con el anterior ayuntamiento.
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Tirador de élite
“Cuando combatía, mis objetivos eran muy específicos: poner fin a la ocupación (extranjera), la discriminación, la injusticia. Mis objetivos son también claros ahora: combatir la corrupción y hacer que el país prospere”, declara a la Afp.
Mowaffaq fue primero un simple soldado, para después convertirse en comandante de una pequeña unidad talibana. Los que lo conocen lo describen como uno de los más talentosos del movimiento.
Él en cambio, permanece discreto sobre su pasado en el frente y sus habilidades de tiro. Pero en el pueblo de Doraye Khoija Qoshre, cerca de Maimana y del cual estuvo a cargo los últimos tres años, se le recuerda bien. Tanto por su habilidad con las armas como por su humanidad.
Los habitantes de los alrededores lo saludan como un viejo amigo. Y varios confiesan que tenía una “buena actitud” con los civiles, que empezaron a confiar en él.
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“Un país ocupado”
Nacido en una rica familia de empresarios, creció en la misma Maimana, donde destacó en la escuela y en el deporte. Soñaba con ser médico “para servir a (su) pueblo”, dice.
Algunos recuerdos del pasado aún adornan su despacho: el primer premio de una competición de artes marciales mixtas y un diploma de bachillerato con una foto en la que, bien afeitado, está irreconocible.
Tras vivir 15 años de conflicto, decidió sumarse a las filas talibanas cuando cumplió los 19 años. “El país estaba ocupado y asolado por la corrupción”, justifica.
En Maimana, ya reactivó los planes para construir un espacio cultural en el parque principal y también se está rehabilitando un jardín reservado a las mujeres.
Porque mientras los talibanes despiertan indignación en todo el mundo por el trato que dan a las mujeres, las empleadas municipales disfrutan aquí de una rara libertad. Todas han vuelto al trabajo, una excepción en el país.
Edición: Ana Ordaz
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