Las calles de Lima amanecieron semi vacías este martes, con los comercios cerrados, casi sin transporte público y las clases suspendidas, por un toque de queda diurno impuesto por el gobierno peruano del presidente izquierdista Pedro Castillo para contener protestas.
Patrullas militares custodiaban avenidas y puntos estratégicos de la capital peruana y del vecino puerto del Callao, donde viven 10 millones de personas, buena parte de las cuales se ganan la vida de manera informal, por lo que el toque los deja sin ingresos.
Los limeños fueron sorprendidos por la medida, anunciada minutos antes de la medianoche del lunes por Castillo por televisión, pues los disturbios del lunes habían sido focalizados y los más graves tuvieron lugar en provincias, no en la capital.
"Ante los hechos de violencia que algunos grupos han querido crear (…) y en aras de restablecer la paz y el orden interno (…), el Consejo de Ministros ha aprobado declarar la inamovilidad ciudadana (toque de queda) desde las 2:00 de la mañana hasta las 11:59 de la noche del día martes 5 de abril para resguardar la seguridad ciudadana", dijo Castillo.
La medida, que de inmediato provocó expresiones de rechazo en las redes sociales, no era respetada por la mañana por muchos limeños que debían ir a sus sitios de trabajo, en hospitales u hoteles, pero los infractores no eran molestados por los militares ni policías. El mayor problema era la carencia de autobuses públicos.
"Fue una medida muy tarde e improvisada", se quejó a la Afp Cinthya Rojas, una nutricionista de un hospital que esperaba pacientemente en una parada de buses en el municipio del Agustino, al este de Lima.
En el distrito turístico de Miraflores muchos empleados llegaron por diversos medios a los hoteles donde trabajan, pagando taxi o caminando. Otros pudieron usar el tren elevado urbano, que atraviesa Lima de norte a sur pero lejos de la costa, y que seguía operando.
Una empleada del Hotel Selina de Miraflores contó a la Afp que había pagado 30 soles (ocho dólares) para llegar a trabajar desde su hogar en la Villa El Salvador, en el extremo sur de la ciudad.
Edición: Ana Ordaz
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