Los recipientes se acumulan y hay sólo 8 kilos de fideos para llenarlos. Los cocineros cruzan una mirada de preocupación. ¿Alcanzará? En los comedores populares de Argentina se unen dos problemas: la crisis empuja a más personas a pedir ayuda, pero el gobierno ya no les está entregando comida.
“Hoy no sé si llegamos”, dice Carina López, señalando los cajones vacíos de frutas y verduras.
López es la encargada del comedor Las hormiguitas viajeras, que funciona en una casa en Loma Hermosa, un barrio de bajos recursos en San Martín, al norte de Buenos Aires.
Carina López, así como otros organizadores de comedores comunitarios, cuenta que en noviembre recibió la última partida de alimentos del gobierno.
El ultraliberal Javier Milei asumió en diciembre y desde entonces se congeló el envío de fondos para comedores y merenderos, mientras se audita el sistema actual.
“Va a haber un método innovador para que la ayuda le llegue a quien le tenga que llegar y no que ande en un pasamanos con intermediarios”, prometió el vocero de Presidencia, Manuel Adorni, criticando la “discrecionalidad” del mecanismo.
Pero no hay un esquema de transición y, entretanto, miles de comedores, capaces de proveer más de 100 raciones de alimentos por día, dependen desde hace dos meses de insuficientes ayudas municipales y donaciones.
La inflación, que cerró 2023 en un nivel de 211.4 por ciento anual, se duplicó en diciembre a 25.5 por ciento mensual –el nivel más elevado desde 1991– tras la llegada a la presidencia del presidente ultraliberal Javier Milei, quien devaluó el peso, redujo subsidios públicos y liberó algunos precios regulados de la economía argentina.
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“Esto recién empieza”
La afluencia aumenta a medida que la crisis se profundiza. Casi la mitad de los argentinos son pobres, en un país con 254 por ciento de inflación anual, una de las más altas del mundo.
“Y aparte se están cortando las changas (trabajos informales), porque todo el mundo está ajustando gastos y se contrata menos”, comenta Melisa Cáceres, docente y organizadora barrial.
Es el caso de uno de los “nuevos” de este comedor: Daniel Barreto, de 33 años. Es albañil, pero muchas obras están paradas y ya no consigue empleos, con cuatro niños pequeños a su cargo.
Algunos comedores y merenderos vecinales se organizan de forma espontánea y otros dependen de organizaciones. Son resultado del fuerte sentido de comunidad de los argentinos.
Los movimientos sociales que manejan muchos de estos centros aseguran que, entre diciembre y febrero, aumentó al menos 50 por ciento la cantidad de personas que acuden.
Hay unos 38 mil comedores comunitarios en Argentina, según informó a la AFP Celeste Ortiz, vocera del movimiento social Barrios de Pie. Su organización maneja 2 mil, mientras Libres del Sur conduce otros tantos.
Milei busca relevo de comedores
Milei ha prometido asistencia social a “los caídos” por la “estanflación”, y su gobierno asegura que implementará un método de asistencia directo.
La ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, explicó que realiza un “relevamiento de comedores”. Los centros que superen esta auditoría ingresarán a un programa “para la compra transparente de alimentos”.
Pero esto aún no tiene fecha de implementación y la Iglesia y los movimientos sociales se impacientan.
La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) denunció en un comunicado que "la comida no puede ser una variable de ajuste" y exigió que "todos los espacios que dan de comer (... ) reciban ayuda sin dilación".
La ministra –quien tiene una demanda penal por no haber entregado alimentos en dos meses de gestión a los comedores comunitarios– es más proclive a asociarse con organizaciones religiosas.
Anunció un convenio de asistencia alimentaria con las iglesias evangélicas por cerca de 200 mil dólares y, poco después, comunicó un acuerdo similar, por casi el doble, con Cáritas Argentina, una organización dependiente de la Iglesia Católica.
Edición: Estefanía Cardeña
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