Pablo Espinosa
Foto: Reuters
La Jornada

11 de noviembre, 2015

A los 77 años de edad falleció Allen Toussaint, último gran maestro de la tradición musical de Nueva Orleáns. Se encontraba en su anual gira europea, descendió del escenario del Teatro Lara, en Madrid, enmedio de la apoteosis del público, subió a su habitación de hotel y en las primeras horas de este martes sufrió dos paros cardiacos, el segundo de los cuales lo fulminó camino al hospital.

Allen Toussaint nació el 14 de enero de 1938 en un suburbio de Nueva Orleáns: Gert Town, zona de pobreza donde a los seis años de edad vio la primera epifanía en su vida: un buen día llegó a su estrecha vivienda de madera un piano vertical, enviado por sus tíos para que su hermana aprendiera a hacer música, pero el destinatario resultó ser Allen, quien al cumplir 10 años escribió su primera obra, un dúo para trombón y trompeta bajo el influjo de Benny Goodman.

Comenzó de tal manera una trayectoria de seis décadas para convertirse en uno de los músicos más influyentes, sin que gozara condición de superestrella. Los públicos más conocedores en el ámbito del jazz, el blues, el rock y el soul lo ubican entre sus preferencias más exquisitas.

La elegancia fue su sello

El arsenal de herramientas técnicas de Allen Toussaint tiene su vórtice en el uso de una segunda línea melódica en el piano, impronta que le obsequió su mentor, Professor Longhair, su antecedente en la línea del tiempo de la historia de la música.

Compositor, arreglista, cantante, pianista, director de orquesta, guitarrista ocasional, productor, colaborador, su dominio fue amplio y hondo.

Esa capacidad de trabajo en equipo irradió aún más su influencia. Se cuentan por centenas sus colaboraciones con músicos célebres, desde los Rolling Stones hasta Hugh Laurie, una de las más recientes (http://goo.gl/EmPFgy)

En términos musicales, Allen Toussaint fue un gran creador de atmósferas. Cuando suena su música, ya en piano solo, ora con orquesta, el ambiente se llena de esa neblina improbable que invade los locales de música de Nueva Orleáns. Su recurso maestro, la segunda línea melódica, emerge como espectro, como una serpentina lubricante que permea el ambiente de sensualidad y elegancia.

Desde antes de sonar, tal ambiente sonoro ya está implícito en algunos de sus títulos, como el bellísimo Lipstick Traces (on a Cigarrette).

Uno de sus mejores álbumes, un clásico, grabado en 1975: Southern Nights, hace sonar las estrellas que observaba durante su infancia en la zona pobre de Nueva Orleáns, pero rica de espíritu, como solía decir. Este álbum es una suerte de equivalente de La noche estrellada, ese óleo de Van Gogh que tiene pulso propio y que algunos han tenido a bien convertirlo en gif.

Allen Toussaint hacía su música destinada a la posteridad, no solamente mediante las grabaciones discográficas, sino por la influencia que ejerce sobre ejércitos de músicos, por igual en un pianito vertical enclenque en algún pueblo del delta de Misisipi, que un Steinway and Sons en una sala de conciertos.

La reciedumbre de sus composiciones tiene un motor poderosísimo: el pulso de rhythm and blues. Prácticamente ese solo pulso lo catapultó a la inmortalidad.

Es por eso que composiciones suyas, como Fortune Teller, llegaron a manos de los Rolling Stones por igual que a las de los maestros de The Who. Los niveles de colaboraciones ascendieron a nombres de la talla de Elvis Costello, por igual que impulsando talentos, como el de Madeleine Peyroux (http://goo.gl/YSVWpV)

Allen Toussaint siempre apoyó a los jóvenes. Así como valoró el impulso que recibió de su maestros, ejerció docencia de manera natural y desenfadada, como en una ocasión que La Jornada tuvo oportunidad de atestiguar:

Una noche en el Village Vanguard, esa meca del jazz en el Greenwich Village, ocupaba el escenario un trío de jóvenes en formación singular: piano, batería y trompeta.

Su sonido era muy original, pero acusaba tropiezos constantes. El trompetista, cansado de las pifias involuntarias, explicó al micrófono que estaban muy nerviosos porque entre nosotros, en una mesa junto al escenario, se encontraba una leyenda: Allen Toussaint.

Elegante, con sus inconfundibles trajes de colores encendidos y sus zapatos igualmente insólitos, el maestro se levantó de su asiento, subió lentamente al proscenio, agradeció mediante el micrófono los aplausos y se sentó, sin más, al piano y sacó todo el potencial de los músicos en escena. Noche gloriosa, una de las mil y una noches que protagonizó el maestro Allen Toussaint. La última de esas noches no fue menos gloriosa: murió como merece un músico, un bel morir: prácticamente al pie del escenario, haciendo música.


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