Leonardo García Tsao
La Jornada Maya

29 de mayo, 2015

El consenso fue que la edición 68 del festival de Cannes fue, por mucho, una de las mejores en varios años. Estamos hablando, claro, del clima. Por una vez, el sol brilló a lo largo de todo el festival –la lluvia, ligera y breve, sólo se hizo presente durante una mañana. Y ni siquiera hizo el calor excesivo que también se torna agobiante. La temperatura fue idealmente templada.

Ese fue la mejor cualidad de un festival que, por otra parte, no cumplió las expectativas de calidad en su programación. De alguna forma, los autores prestigiados decepcionaron con sus nuevas realizaciones, mientras sólo pocos de los nuevos nombres estuvieron a la altura del reto. Por ejemplo, el debutante cineasta húngaro László Nemes en realidad merecía la Palma de Oro por su Saul fia (El hijo de Saúl) que, aunque controvertida, fue seguramente el drama más estrujante de la competencia.

Pero este año, parecía que por designio, el triunfo le pertenecía a los franceses. No obstante que en el jurado, sólo un miembro –la actriz Sophie Marceau—pudo haber ejercido el chovinismo, la Palma de Oro a Dheepan, de Jacques Audiard sólo se podía explicar en términos de favoritismo local. ¿Tan fuerte fue la influencia de Marceau que, además, los premios de actuación fueron también para ciudadanos galos?

Pero la tendencia estaba marcada desde la selección misma, con un exceso de cinco producciones francesas en la competencia. (Antaño, los beneficiados eran los visitantes de Hollywood). Eso no es todo. Las coproducciones con Francia también fueron tan abundantes que doce de los diecinueve títulos seleccionados –incluyendo la mexicana Chronic, de Michel Franco—fueron cofinanciados con capital francés. Business is business (frase que desconozco si tiene un equivalente galo).

A pesar de esa marrullería industrial, el cine latinoamericano –programado en dosis pequeñas, repartidas en las secciones principales del festival—sobresalió con premios a casi todas las películas participantes. Estos incluyeron el premio al mejor guión para la ya citada Chronic, en el Palmarés oficial, la prestigiada Cámara de Oro para la película colombiana La tierra y la sombra, de César Augusto Acevedo y el primer premio al mejor documental, L’Oeil d’Or, al documental chileno mexicano Allende, mi abuelo Allende, de Marcia Tambutti Allende. O sea, que el promedio de bateo del cine latinoamericano fue altísimo.

El documental sobre Salvador Allende fue parte de la programación de la Quincena de Realizadores que, a diferencia de la sección oficial, presentó una de sus mejores ediciones. La sección a cargo del crítico Edouard Waintrop presentó una sugestiva diversidad de títulos, algunos tan satisfactorios que uno se preguntaba cómo pudieron escapar de los ojos de los programadores oficiales. Por desgracia, el deber periodístico de cubrir la competencia impedía el asistir con más frecuencia a las proyecciones de la Quincena.

En términos de negocio, la parte fundamental de Cannes pero disfrazada por la pompa y circunstancia de las actividades faranduleras, las compraventas se reportaron como saludables. Incluso un título tan difícil de vender como Saul fia aseguró varios territorios, apoyado en su buena recepción crítica, su Grand Prix y la demanda que pueden tener los dramas sobre el Holocausto entre públicos especializados. Un buen año del Marché du Film puede significar que la crisis, al menos en algunos países, se ha atenuado.

Total, un festival de Cannes poco memorable al menos para los que nos la pasamos de proyección en proyección, y no en la playa, que era lo más sensato.

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Twitter: @walyder


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