Fabrizio León Diez/ enviado
La Jornada Maya

Buenos Aires, Argentina

6 de mayo, 2015

Las 90 horas pasadas en Buenos Aires, luego del largo viaje desde la ciudad de México, fueron suficientes para entender que el uso de la memoria, la búsqueda de la verdad y la acción, son algunas de las razones importantes que han llevado a los argentinos a cierto punto de equilibrio, seguridad y orgullo, luego de enfrentar innumerables crisis económicas y la terrible desaparición y asesinato de miles de familiares, compañeros y amigos durante la dictadura militar de los años 70 y 80.

En breve tiempo recorrimos la Feria Internacional del Libro junto a miles de asistentes, donde la ciudad de México es invitada especial y se han organizado más de 130 actividades. Por una exposición descubrimos al escritor Adolfo Bioy Casares en su faceta de fotógrafo, también tropezamos con una celebración de poesía erótica ucraniana en la vinoteca Aldo, del singular barrio de San Telmo, y la tarde del sábado 25 de abril presenciamos el homenaje en memoria de las víctimas del genocidio cometido por los turcos contra el pueblo armenio hace cien años.

Pero lo más importante, en un momento de soledad, nos hundimos en el paisaje que honra la memoria de miles de desaparecidos y ejecutados, en un parque diseñado por lo selecto de la inteligencia y el arte argentinos, a un lado del río de la Plata, ya que, al parecer, por su cauce corren las lágrimas de toda una nación y de sus visitantes, aunque sea por sólo 90 horas: el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado.

Uno

La ciudad de Buenos Aires es una metrópoli que permite convivir día y noche sin mayor restricción que el sentido común. Sus niveles de desempleo y miseria son obvios y proporcionales al confort y al lujo. Mientras algunos orates cruzados caminan en busca de algo, se ven hermosas mujeres sentadas tomando un Gancia como si nada. La vida en el barrio es el primer blindaje de seguridad ciudadana y la pasión por todo lo que hacen y la forma en que lo platican es un orgullo y resulta envidiable.

Esta capital que lee, conversa, escucha, bebe mate, café y vino a todas horas, decidió invitar al Distrito Federal a ser protagonista de su Feria Internacional del Libro, que se lleva a cabo en La Rural, un espacio que en otros tiempos servía para la compra y venta de ganado, y que ahora es el más importante centro de exposiciones, en el corazón mismo del barrio de Palermo, a un lado del zoológico y frente a la estación del Metro (subway) Plaza Italia, zona de bullicio permanente con altos edificios de buen gusto.

Ahí, un grupo de intelectuales, editores, escritores y académicos chilangos fueron a exponer sus ideas sobre la ciudad de México. Encabezados por el poeta Eduardo Vázquez, responsable de Cultura en el Gobierno del Distrito Federal, se inauguró el amplio pabellón. Acompañado por Fernando Castro Trenti, embajador mexicano en Argentina, quien gestionó hace un año este encuentro, Vázquez realizó un afortunado recorrido por la historia reciente de los dos países y sus ciudades capitales; el exilio argentino; la admiración literaria de los mexicanos por Borges, Cortázar y Bioy. La urbe que se ama y que se odia. “Venimos a contar la ciudad desde la diversidad, creada por los pueblos originarios. Una ciudad cosmopolita que recibió a los migrantes. Refugio de perseguidos de las dictaduras y que ha sostenido un diálogo permanente. Esto es un encuentro entre amigos, que cuentan sus tragedias y sus fiestas”, dijo.

Es una vieja amistad en donde no faltan las sillas para acomodarse y escuchar, por eso el espacio para recibir a los visitantes al pabellón se compuso con cómodas poltronas y una serie de cajas de cartón estampadas con los rostros de los escritores que nos han dado un lugar en la literatura: Octavio Paz, Efraín Huerta, Rosario Castellanos, Juan Rulfo, José Revueltas. Revueltas y revueltas, pero en el orden que sólo el diseño de Alberto Kalash magnifica. Anaqueles con libros que curiosamente no se podían vender, un cielo de papel picado, buena luz y una barra con bocadillos, café y tequila. Ahí fueron la mayoría de las presentaciones.

La ciudad de ciudades, fue el nombre de la muestra donde ensayistas, poetas, narradores, críticos, fotógrafos, teatreros e investigadores dieron fe de la diversidad. Por su parte, el embajador dijo que ambas naciones están unidas por los retos y la pasión, como lo demostró la admiración mutua de Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes.

La ausencia de Elena Poniatowska fue cubierta con la presentación del libro Atrevidas, mujeres que han osado, de Guadalupe Loaeza, quien aborda, en su peculiar estilo literario y periodístico, su admiración por obra y vida de la premio Cervantes de Literatura. Junto a Pável Granados, su investigador de cabecera, narraron detalles íntimos sobre la extravagancia de otras autoras geniales (y algunas medio locas), que también aborda la obra, como Pita Amor, Nahui Ollin y Elena Garro. En algún momento de la presentación y sabiendo que todo lo que decía Granados, con su elocuencia fiel a la anécdota actuada, fue cierto, la guapa señora ya entrada en años, pero con soberbia figura que accidentalmente se sentó a mi lado, se volvió y le dijo a quien esto escribe: “¿pero vos sabés? Todas eshas no estaban locas, fueron los señores y sus mentiras las que desquiciaron a las minas”. Silencio como respuesta. Humo en los ojos. Tabaco sin filtro. ¡Ah, que Pável!

Dos

Aunque nunca habrá tiempo suficiente para leer el nombre de cada víctima del terrorismo de Estado, de los 9 mil que están inscritos en la nómina de asesinados y desaparecidos en los largos muros del Memorial que se encuentra en La Costanera y que también ve correr las aguas del río de la Plata, donde muchas de esas víctimas terminaron en restos de una historia que ahora les rinde culto, es imposible no llorar. Porque aquí los ciudadanos no olvidan y exigen cuentas, porque el dolor de su corazón, no corresponde al de la justicia, hasta que se sepa dónde están los desaparecidos, especialidad que personajes como Marcelo Brodsky ejerce con puntualidad desde hace más de tres décadas. Busca desaparecidos.

Los argentinos le han dado forma a su dolor en un Memorial que sintetiza el enfrentamiento con su gobierno, la investigación profesional y el valor de no perder el sentido de la vida a partir de la expresión artística que abarca las hectáreas donde posan las improntas de sus hijos, hermanos y padres, honrando así su memoria pero, sobre todo, la razón y el dolor inconmensurables. Algo que a México, a su Estado, a sus gobiernos, partidos políticos, artistas y ciudadanos nos vendría muy bien entender y llevar a la práctica, sin anteponer el origen de la desaparición. La desaparición no es calificación permitida, y en eso Argentina tiene una especialidad y, tal vez, con su Memorial, un doctorado.

Tres

Y también por eso las 90 horas pasadas en Buenos Aires son suficientes para entender que la campaña de solidaridad e información sobre la desaparición de los 43 estudiantes normalistas rurales, “la barbarie que se cometió en Ayotzinapa”, dice Marcelo Brodsky, ha tenido en esta ciudad un eco enorme. Fue la convocatoria de Acción Visual, la iniciativa creada por el propio Brodsky, que plantea el uso profesional de la imagen como elemento de prueba y concientización, la que hizo que decenas de indignados enviaran por la red una imagen producida en centros de trabajo, estudio u hogar, pidiendo justicia y demandando la aparición de los hijos de los campesinos guerrerenses que fueron levantados por esa mezcla mexicana de fuerzas armadas del gobierno e hijos de puta alterados de la mente que ya ni en el infierno cotizan, y que tienen al Estado sumido en la mayor inacción de los pasados 40 años. Decenas de fotos producidas y con la pregunta básica en varios idiomas que causa tanto dolor: ¿Dónde están?, ¿por qué les hicieron eso?, ¿quiénes son?

Mas de 50 fotos están en una de las salas de la Feria Internacional de Libro, a sólo unos pasos de otra magnífica muestra de inteligencia, la exposición Adolfo Bioy Casares, fotógrafo.

Cuatro

“¿Sho quisiera preguntar a ustedes si es que la desgracia de México inició con la entrada de Hernán Cortés, ¿no les parece?”, cuestionaba un viejo admirador de México.

¿Podrías ahora hablar aunque sea un poco de Ayotzinapa?, ¿qué es lo último que se sabe?, ¿sabés cómo están las familias de los muchachos?”, me solicita responder un voluntario porteño del staff de la delegación mexicana.

Cinco

Adolfo Bioy Casares fue un fotógrafo inédito hasta ahora, supongo. Una investigación sobre su archivo nos devela 50 fotografías en blanco y negro colgadas en un par de paredes, una serie de imágenes intimas donde aparece la cotidianidad de un universo que, para decirlo en letras, recuerda el lugar común de su expresión y rutina, cuando escribía repetidamente en su diario: “Borges come en casa”. Su mujer, sus suegros, sus hijos, sus amantes, sus amigos, sus sombras, su Borges. Una joya de esta feria inabarcable, pero organizada de manera espectacular.

Seis

En lo que era un corral ahora hay un foro. Ahí se disponen a cantar cien voces en coro que no olvidan. Es el centenario del genocidio cometido por los turcos contra el pueblo de Armenia. En pocos minutos interpretan tres canciones que acercan y que hablan contra el silencio de la impunidad, con la tormenta del recuerdo... varias lágrimas ruedan. Son las 17 horas del 25 de abril y en las gradas aguardan los miembros de la comunidad armenia más numerosa en América Latina, y antes de dar paso a sus bailes convocan a la marcha hacia la embajada de Turquía y gritan fuerte que la impunidad y el olvido no son lo suyo.

Siete

Los viejos restaurantes en Buenos Aires conservan a sus meseros como parte de la carta. Con el rostro ajado y ojos de melancolía, los camareros atienden pausados los servicios y siempre atinan a las sugerencias.

“¿Para que hojea las carnes si en la tarde ya almorzó res? Cene pescado, una ensalada fresca, que sé sho… mirá esta pasta. Acá la hacemos, te la voy a saltear con olivo y ajo. Así, pasta, pasta. Pedí un merlot, de Mendoza, claro. Sha te lo traigo, esperá. Agua… ¿con gas o sin gas?


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