Alan Rodríguez
La Jornada Maya

19 de febrero, 2016

Quizás nunca como ahora se puede disfrutar de historias en las que lo prohibido producía vidas infernales. Hoy se puede retratar el amor entre mujeres en un libro, en una película, sin temor a la injuria. Varias décadas atrás el tema de la homosexualidad fue motivo de escarnio en sociedades como la estadunidense.

A principios de los años 50, Patricia Highsmith tuvo que ocultarse tras un seudónimo para publicar El precio de la sal (1952), una novela con dosis autobiográfica acerca de la relación entre dos mujeres. El texto fue rechazado por Harper & Bros, editorial que había publicado su exitoso thriller psicológico Extraños en un tren (1950) y que Alfred Hitchcock llevó a la pantalla.

El precio de la sal ha servido de base para la estupenda Carol (UK, USA, 2015), película de Todd Haynes que tiene en actuación protagónica a una Cate Blanchet perfilada como seria candidata al Óscar de la Academia. Y en rol secundario, también aspirante a la estatuilla, a Rooney Mara en el papel de Therese Belivet.

Mara interpreta a esta chica aspirante a fotógrafa quien en temporada navideña trabaja como vendedora en la sección de juguetes en una tienda de Manhattan. Su mirada se detiene y se entretiene con la figura de Carol Aird (Blanchet), sofisticada rubia que parece extraviada entre el gentío. De inmediato se conocen y entre ambas florece una relación amorosa que debe afrontar la moralidad de la época.

Todd Haynes opta por un tratamiento intimista, sin detallar el contexto social muy desfavorable por entonces para las relaciones homosexuales. En esos años hacía de las suyas el inquisidor Roy Cohn (brazo derecho del Senador Joseph McCarthy), un abogado gay que entonces persiguió a comunistas y a homosexuales y que al final murió de sida.

Con guión escrito por Phyllis Nagy, amiga de Patricia Highsmith, en Carol se van hilando las etapas de enamoramiento entre la candorosa Therese y la madura Carol, mamá de una pequeña niña y harta del marido del que ya está divorciándose.

La cinefotografía de Ed Lachman deleita con su aire vintage, una fría temperatura en los colores compagina con el tono sereno de toda la cinta. Son imágenes nada frívolas, más bien delicadas como las almas de las protagonistas amantes, y que desfilan como cuadros de bajo contraste.


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