David Brooks
Foto: Reuters
La Jornada

Nueva York.
13 de enero, 2016

En su último informe presidencial, que marca el principio del fin de su presidencia, que ocurrirá justo en un año, Barack Obama ofreció un elogio de sus logros durante sus siete años y, con su gran talento retórico, llamó a un futuro más seguro y la necesidad esencial del liderazgo estadunidense para enfrentar los desafíos económicos, políticos y de seguridad internos e internacionales.

Pero el mensaje, sobre todo, tenía la intención explícita de expresar optimismo frente a la retórica política pesimista de los republicanos.

En el informe anual –el llamado discurso sobre el estado de la Unión, presentado ante el Congreso y con la presencia de la Suprema Corte y el estado mayor–, Obama recordó que durante su presidencia se logró rescatar al país de la peor crisis económica desde la gran depresión, poner fin a dos guerras, evitar otra con Irán, se reinventó el sector energético, se promulgó la reforma de salud, se promovieron los derechos de las mujeres y la comunidad gay y se impulsó una nueva diplomacia internacional.

Reconoció que este año electoral y con un Congreso dominado por el Partido Republicano, que se ha destacado por frenar casi todas sus propuestas durante la mayoría de su estancia en la Casa Blanca, no anunció nuevas iniciativas de ley ni programas a impulsar con la gran excepción del Acuerdo Transpacífico (ATP) que goza de apoyo republicano y la cúpula empresarial, pero genera feroces divisiones dentro de su propio partido y amplia oposición entre algunos de los sectores claves en sus elecciones.

Afirmó que seguirá trabajando para promover cambios en varios rubros, entre ellos mejorar un sistema migratorio descompuesto (no mencionó las redadas que le han ganado el repudio de un amplio sector de sus aliados), instó al Congreso a levantar el embargo a Cuba, y reiteró su intención de continuar el cierre del campo de detención en Guantánamo.

Hay, dijo, cuatro grandes preguntas para el futuro: dar a cada persona la oportunidad y seguridad en una nueva economía, cómo hacer que la tecnología funcione para nosotros, incluso para resolver el cambio climático, cómo mantener seguro a Estados Unidos y ser líder del mundo sin volvernos su policía, y cuarto, cómo hacer que el ámbito político refleje lo mejor y no lo peor del país.

Obama rechazó que el país se esté debilitando en términos económicos y en su liderazgo internacional, como repiten los republicanos (sin mencionarlos por nombre). Estados Unidos es el país más poderoso de la Tierra, Punto, afirmó, y señaló que los peligros no son resultado de una disminución del poder estadunidense, sino de una serie de cambios en varias regiones que requieren de un nuevo sistema internacional.

Las prioridades para ese sistema incluyen la lucha antiterrorista, pero advirtió contra exagerar la amenaza de un Estado Islámico, ya que no amenazan nuestra existencia nacional. Pero esa amenaza, argumentó, no es la única, ya que se espera que continúe la inestabilidad en varias partes del mundo durante décadas. Advirtió: no podemos tomar el control y reconstruir cada país que cae en crisis. Eso no es liderazgo; esa es una receta para el atolladero, derramar sangre y tesoro estadunidenses, que finalmente nos debilita. Es la lección de Vietnam, de Irak, y ya la deberíamos haber aprendido.

Por lo tanto, reiteró la importancia de los esfuerzos multilaterales para abordar estos desafíos mundiales, y enumeró como triunfos en este sentido el caso de Irán, la negociación exitosa del ATP, y los acuerdos alcanzados en París sobre el cambio climático.

Como ejemplo de una nueva era diplomática, señaló que los 50 años de aislar a Cuba no lograron promover la democracia y por eso restauramos relaciones diplomáticas, abrimos la puerta a viajes y comercio y nos posicionamos para mejorar las vidas del pueblo cubano. Instó al Congreso: “reconozcan que la guerra fría se acabó. Levanten el embargo”.

Esta fue la única mención de América Latina esta noche.

En otro frente, reprobó todo ataque político por motivos de raza o religión, en clara referencia a políticos como Donald Trump y otros republicanos. “Cuando políticos insultan a musulmanes…. No nos hace más seguros…traiciona lo que somos como país”.

Declaró que lo más importante es recuperar la vida cívica y política del país, buscando consensos y respetando diferencias. Más que nada, nuestra democracia se desmorona cuando la persona promedio siente que su voz no importa; que el sistema está amañado a favor de los ricos, o los poderosos, o algún interés reducido. Insistió en mayor participación, reducir la influencia del dinero en nuestra política y facilitar –no entorpecer– el proceso del voto.

Sin cambios como estos, aquellos con dinero y poder captarán más control sobre las decisiones que podrían enviar a un joven soldado a la guerra, o permitir otro desastre económico, y reducir los derechos de igualdad y de voto por los cuales generaciones de estadunidenses lucharon hasta la muerte.

Concluyó –con gran efecto retórico– que son los ciudadanos comunes y su trabajo constante, su esfuerzo, manifestantes en protestas, policías honestos, trabajadores, inmigrantes, enfermeras, maestros y más, todos los que se mantienen activos en la vida pública, quienes lo hacen confiar en el futuro del país.

Como siempre, los invitados por la Casa Blanca para sentarse junto a Michelle Obama simbolizaban algunos de los temas principales del informe. Entre ellos estaba el mexicano Óscar Vázquez, un dreamer (hijos de inmigrantes indocumentados que llegaron de niños y que han encabezado algunas de las luchas por la legalización) que a pesar de ser un estudiante estelar en ciencias no podía ir a la universidad por ser indocumentado y que se regresó a México para solicitar una visa y con el apoyo de políticos estadunidenses pudo regresar, se enlistó en el ejército y fue enviado a Afganistán, y ahora es empleado en una empresa ferrocarrilera.

Entre los invitados también estaban un refugiado de Siria, la primera mujer en convertirse en un ranger del ejército, los soldados de élite, varios veteranos de guerras, y se dejó un asiento vacío en honor a los muertos por la violencia de armas de fuego en este país.

De lo que no se habló de manera directa –aunque hubo referencias implícitas– fue de la guerra contra las drogas (ni aparecieron El Chapo o Sean Penn), ni de las redadas de inmigrantes, ni el gran movimiento nacional detonado por la violencia policiaca contra afroestadunidenses, ni la venta récord de armas estadunidenses al mundo, entre otros asuntos.

Y aunque habló de la desigualdad económica como algo que se tenía que abordar para un futuro próspero y más democrático, no mencionó que la concentración de la riqueza aumentó durante su presidencia.

Tampoco hubo lágrimas.


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