Emir Olivares y Dennis A. García
La Jornada Maya

Ciudad de México
Martes 26 de febrero, 2019

Enclavadas a 112 kilómetros de la costa nayarita, las Islas Marías fueron concebidas como un espacio penitenciario perfecto para confinar a los delincuentes más peligrosos de la primera parte del siglo XX. Su ubicación era estupenda para evitar fugas, no sólo por la gran distancia que las separa de la bahía, sino por las fuertes corrientes marinas y porque las rodea un mar infestado de tiburones.

A punto de cumplir 114 años de operación, el presidente Andrés Manuel López Obrador firmó el lunes 18 de febrero un decreto para cerrarlas como centro de privación de la libertad y convertirlas en el Centro Natural y Cultural “Muros de Agua-José Revueltas”. La decisión se tomó, sobre todo, por motivos económicos, pues la prisión representa un oneroso gasto anual de 727 millones de pesos.

El centro penal se inauguró en mayo de 1905, durante el régimen de Porfirio Díaz, cuyos últimos años en el poder se caracterizaron por una intensa represión y persecusión contra los disidentes. En el porfiriato, en 1910, también se creó el Centro Psiquiátrico La Castañeda. En ambos espacios se documentaron innumerables testimonios de abusos, castigos, maltratos y torturas.

Las islas fueron descubiertas en los primeros años de la Colonia. En el documento Las islas Marías y la subcultura carcelaria, publicado en la biblioteca virtual del Instituto de Investigaciones Judurídicas de la UNAM se da cuenta de esto: su posesión fue disputada por Hernán Cortés y Nuño de Guzmán.

Un reporte ubica que el hallazgo se dio entre 1526 y 1527, cuando Francisco Cortés de San Buenaventura, sobrino del conquistador y quien fue enviado por su tío como gobernador de Colima, ordenó una expedición de conquista rumbo al norte. A su regreso, los expedicionarios Diego García de Colio y Juan de Villagómez descubrieron en el mar los picos de unas islas.

Otro texto fechado el 18 de enero de 1531 y que forma parte de Papeles de la Nueva España, recopilado por Francisco del Paso y Troncoso, asienta que Nuño de Guzmán ordenó a Francisco Verdugo preparar dos bergantines para explorar las islas recién descubiertas por Gonzalo López, su enviado a la conquista y pacificación de las provincias de Zacualpan, Jalisco y Ahuacatlán en la costa del mar del sur. Verdugo no pudo cumplir la orden porque la Audiencia había mandatado que esos navíos le fueran entregados a Hernán Cortés.

Las ínsulas se aprovecharon realmente hasta el siglo XIX. Varios fueron sus propietarios y algunos explotaron las salinas y las maderas preciosas. En enero de 1905, Gila Azcona, viuda de Manuel Carpena –el último dueño— las vendió al gobierno de Porfirio Díaz por 150 mil pesos. Cuatro meses después, el presidente firmó un decreto para convertirlas en una colonia penal federal, la primera y única que operó en México.

El archipiélago está conformado por cuatro islas: María Madre, que es donde se encuentra la prisión; María Magdalena, María Cleofas y San Juanito. Fue declarado área natural protegida, con el carácter de reserva de la biosfera, en 2000; y cinco años más tarde, la Unesco lo clasificó como Patrimonio Natural de la Humanidad, por su diversidad ecológica.

Islas Marías fue uno de los primeros espacios ocupados para fines de internamiento carcelario en la región. En el siglo XIX y a principio del XX, varios países aprovecharon la lejanía de sus costas de estos terrenos para enviar a delincuentes o adversarios políticos. Un ejemplo es la Isla Santa Elena, donde fue recluido Napoleón Bonaparte tras su estrepitosa derrota en Waterloo, en junio de 1815; o la Isla Robben, en Sudáfrica, donde estuvo prisionero por 18 años Nelson Mandela.

En América Latina dos ínsulas más fueron utilizadas como centros penitenciarios: Isla Coiba, en Panamá; e Isla Gorgona, en Colombia. Ambas ya fueron cerradas y la Unesco también las declaró Patrimonio Natural de la Humanidad.

En sus inicios, el centro de confinamiento mexicano recibió a los criminales más peligrosos de la época. Su primer director fue el general Rafael Pedrajo. Para 1907 ya había casi 200 internos. Durante los primeros años de la Revolución, también fueron enviados a las islas los disidentes al régimen porfirista y rebeldes que eran capturados.

En más de un siglo de historia, el penal fue señalado por los abusos y torturas contra los reclusos. Fue en los años 40 y 50 del siglo pasado cuando comenzaron a llegar las primeras familias a vivir junto a los sentenciados, lo que le daba un giro distinto al resto de las cárceles del país, pues las condiciones de internamiento se asemejaban a la vida en libertad.

Por sus muros de agua, como los llamó el escritor duranguense José Revueltas, recluido en dos ocasiones en las islas entre 1932 y 1935 por motivos políticos (como posteriormente se le internaría en el Palacio de Lecumberri), también pasaron María Concepción Acevedo, [i]La Madre Conchita[/i], autora intelectual del homicidio del presidente Álvaro Obregón; Juan Manuel Martínez Macías, [i]El Padre Trampitas[/i], sacerdote voluntario que estuvo ahí por 37 años y que se hizo amigo de los reos más peligrosos; José Valentín Vázquez, [i]Pancho Valentino[/i], luchador profesional que asesinó a un cura y quien protagonizó un largo conflicto contra [i]El Padre Trampitas[/i]; José Hernández, [i]El Guamas[/i], un “pagador” que aceptó culparse por delitos cometidos por otros y fue el preso con más tiempo de reclusión en Islas Marías y que sólo salió a morir; José Ortiz Muñoz, [i]El Sapo[/i], uno de los asesinos más sanguinarios del siglo pasado, entre otros.

En 1970, el entonces presidente Luis Echeverría, visitó el centro carcelario y recibió decenas de denuncias de los maltratos. Ordenó convertirlo en un lugar en el que se confinara a presos de baja peligrosidad y transformarlo en un modelo de readaptación social. Sin embargo, los abusos siguieron, aunque en menor escala.

De acuerdo con los registros, en 1989 uno de los internos logró fugarse del archipiélago. Acusado por el homicidio de dos personas, Carlos Miralrio Mujica fue detenido y enviado en 1988 al complejo. El reo aprovechó que el director del penal organizó una fiesta y escapó. Después de varios días pisó tierra firme, pero antes se le había dado por muerto. Sólo se supo que estaba vivo hasta que fue recapturado en la ciudad de México, tras participar en un robo de arte sacro.

En 2010, Felipe Calderón decidió convertir el espacio en un complejo penitenciario de alta seguridad, y fueron enviados ahí peligrosos criminales, a quienes se les recluyó en las primeras prisiones con barrotes en la zona conocida como Laguna del Toro. La población carcelaria se elevó a más de 8 mil internos y las reglas cambiaron, los prisioneros dejaron de ser considerados colonos y se les dio la clasificación de reos, se les obligó a vestir uniforme carcelario y los hacinaron en pequeños dormitorios. Además, también dejaron de producir sus propios alimentos y el servicio de comida se privatizó.

En febrero de 2013, el entonces comisionado nacional de seguridad, Manuel Mondragón y Kalb reconoció que en Islas Marías había problemas con la alimentación y maltrato hacía los internos. Ese mismo mes, alrededor de 600 reos se amotinaron para demandar mejor calidad en los alimentos y servicio de atención médica. Prendieron fuego a colchonetas y tras la protesta las autoridades dialogaron con los manifestantes y se logró restablecer el orden.

El lunes, el presidente López Obrador anunció su cierre definitivo. De los 656 presos en la isla, 200 cumplen ya con los requisitos de ley para recuperar su libertad, y el resto serán trasladados a diferentes centros penales.


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