Emir Olivares Alonso
Foto tomada de Facebook
La Jornada Maya

Ciudad de México
Viernes 22 de septiembre, 2017

En el [i]campo de las flores[/i] (Xochimilco) hoy no hay primavera. El sismo del martes pegó, y fuerte. La devastación aflora al sumergirse en sus callejones, particularmente en el pueblo San Gregorio Atlapulco, uno de los más afectados. Las casas a medio construir, con varillas salidas y acabados incompletos están por venirse abajo.

En otros puntos, montañas de escombros delatan que hace unos días ahí se erigían cálidos hogares. Es el patrimonio de toda una vida, lamenta un poblador que está por perder todo.

Aquí, el lugar común es válido: los pobres, siempre los pobres. Gente que trabaja en su mayoría en el campo o los servicios, que han dedicado años, si no es que décadas, en levantar sus casitas. En medio del desastre, escuchan con desconsuelo los terminantes dictámenes de ingenieros civiles voluntarios: "Su vivienda es inhabitable, hay que desalojar".

Cientos de pertenencias se amontonan en los patios: sillas, mesas, colchones, fotografías, televisores, lo que se pueda rescatar. No importa si pronto llueve, ya se las arreglarán para proteger todo: algunos clavos, alambres, plástico.

Un estrecho y profundo pasillo, de no más de un metro de ancho, conduce al hogar de la familia Nájera. El patriarca es don Alfonso, un curtido hombre de campo de 86 años. A su lado, su hijo Ramón describe la crisis: "Los de la delegación nos dicen que no tiene daños, que se puede habitar. Pero véala (la inclinación es evidente, la vivienda está junto al lago y a punto de colapsar). Creemos más en lo que nos dicen los estudiantes (de ingeniería) del Politécnico. Esto se va a caer".

No hay opción: hay que derrumbarla. Pero será casi imposible construir de nuevo. "Ha sido el trabajo de toda mi vida. Tengo 63 años, empecé a laborar a los seis en el campo, con mi padre, no estudié. ¿Qué posibilidades vamos a tener?"

Una pequeña de no más de 8 años interrumpe la charla. Los mayores, duermen en la calle, nosotros (los niños) en una casa, porque no quieren perder lo poco que les queda. Muchos se han aprovechado de la desgracia y se acercan a robar.

"Ayer (miércoles) fue difícil, por la lluvia. Nos acomodamos como Dios y la suerte nos permitieron. Medio dormimos. Aquí no es como en otros lados, donde ponen casas para irnos a meter", sentencia don Alfonso.

A cada paso, en San Gregorio es mayor la debastación. Un rescatista convoca a no quedarse en el centro del pueblo, sino a ir más allá, a los barrios altos. Asegura que aún hay gente atrapada en los escombros. Ya hay suficientes víveres, necesitamos herramientas para seguir cavando.

Xochimilco es el gran olvidado de la autoridad. No hay agua ni luz desde el día del sismo. El enojo es tan grande que ayer el delegado Avelino Méndez salió huyendo del barrio. Mientras recorría la calle principal, como a las 13 horas, varios pobladores lo encararon. Hubo quienes no aguantaron y hubo golpes, empujones e insultos.

El funcionario, rodeado de su comitiva, corrió, subió a una camioneta y escapó. Tuvo suerte, la gente está encabronada, no hay servicios ni apoyos, nos mienten y para colmo (el delegado) declara que hay saldo blanco. Antes no pasó a mayores, dice un anciano.

La distancia es otro factor. Sí, hay mucha ayuda, pero falta organización. Distante del centro de la ciudad, fuera de los reflectores de la metrópoli, aquí no se observa a los voluntarios que se ven en colonias como la Roma o la Condesa. La hispterisa no ha llegado a Xochimilco. Todas las manos que apoyan son de color bronce, incluso las de los niños.

En un punto de atención médica, junto a una secundaria, faltan medicamentos para diabetes, hipertensión y pediátricos. Una socorrista repite: "Ya no más víveres, esos sobran. Medicinas, por favor".

Lizbeth Hernádez y Luis Elizalde, ingenieros egresados del Politécnico, junto a colegas de la UNAM, recorren el pueblo para valorar la situación de las casas. Afirman que la autoridad delegacional, en lugar de apoyar y trabajar de manera coordinada, los desmiente. Le dicen a la gente que sus viviendas están bien y eso es un riesgo, muchas están por caer.

Junto a la solidaridad se ha incubado la malicia: algunos han aprovechado las horas de oscuridad para asaltar vehículos que transportan víveres o quienes no lo necesitan piden apoyo. Vecinos se han organizado en asambleas para instalar centros de acopio (uno en la esquina de avenida Nuevo León y Dalia) y desde ahí repartir a los que realmente necesitan.

La familia Galicia Villa perdió parte de su casa, muebles incluidos. Una mole de ladrillo, alambrones y yeso se observa en lo que queda de su vivienda. Aun así agradecen la solidaridad de la gente, pues en su mesa hay despensa para dos semanas. Después, ya veremos.

La señora Liova, quien fue desalojada de su hogar ante el temor de colapso, pide ayuda por su hijo, a quien el día del sismo le cayó una barda encima. Fue trasladado al hospital del IMSS, en calzada de las Bombas. "Pero no lo atienden porque dicen que no está afiliado”. Con lágrimas en los ojos, pide auxilio y deja su número celular, por si algún alma caritativa nos escucha: 5540097512.


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