Eric Nepomuceno
Foto: José Antonio López
La Jornada Maya

Jueves 15 de junio, 2017

[i]Para hablar de Felipe Ehrenberg hay que ser muy, muy estricto con la verdad. Y la verdad verdadera es que, cuando lo conocí, en un día perdido de algún mes incierto del año 2001 aquí en Río de Janeiro, no tenía idea de quién era. Nos presentó Jorge Sánchez, que recién había llegado, muy bien recomendado por gente querida, como cónsul de México en mi ciudad. Felipe era el agregado cultural de la embajada de México. Gracias a una decisión inteligente no estaría basado en Brasilia, la capital distante de la vida real brasileña, sino en uno de los principales polos culturales de mi país, San Pablo. El primer recuerdo que guardo de aquel desconocido es éste: unos ojos que te traspasaban, pero no de manera agresiva, sino inquieta, intensa, y una voz que parecía venir del final de los tiempos. Luego de una media hora de conversa me di cuenta de que aquel tipo cuya existencia yo ignoraba era un gigante. Hablaba con la modestia y el peso de los grandes-grandes. Y también con una indignación furiosa frente a una realidad injusta y perversa, una indignación que no eliminaba una inmensa dosis de curiosidad y ternura por la vida. Era, claro, un bicho muy raro, muy valioso. Nos hicimos amigos luego de un primer y largo par de horas de conversación. Con una soltura y una naturalidad espeluznantes, Felipe Ehrenberg contaba historias de una vida plena y agitada, de desafíos y osadías. De su vida, pues. Tenía los dedos de la mano izquierda tatuados, fumaba más que yo, y contaba historias con una firmeza singular y una voz de trueno que podía disparar tanto indignaciones como certezas utópicas. Hace un par de años (en 2015) conversé con Felipe Ehrenberg para el programa Sangre Latina, que presentó por una emisora a cable el Canal Brasil. Nuestra conversa es, creo yo, muy reveladora de cómo era mi amigo:[/i]

[b]Quisiera saber una cosa: ¿cómo andan tus relaciones con Dios?[/b]

¿Con quién?

[b]Dios.[/b]

¿Dios? ¿Y quién es ése?

[b]¡Dios![/b]

¿Tú tienes un Dios? ¿Te refieres al Dios que tú tienes?

[b]No…[/b]

Yo no tengo ninguna relación con un Dios, con un solo Dios. Ninguna. Ni a favor, ni en contra, ni nada. Lo que tengo son problemas gravísimos con gentes que dicen hablar en nombre de alguien, de un Dios. Con ellos sí tengo problemas. Podríamos decir que soy reli-gioso, en el sentido de que sí, pienso, y ese es un elemento importante en toda mi faena de vida, que el arte religa a las gentes. Nosotros somos una familia que creció de manera agnóstica. Y nunca conside-ramos, nunca entró en mis consideraciones, ni por asomo, la discusión sobre Dios. Sí recuerdo un día haberle escrito a mi papá una pequeña carta pregun-tándole que si él creía en Dios, y él me dijo: “Lo que yo creo no te interesa, lo que te interesa es lo que tú quieras creer.” Y con eso quedé satisfecho. Como nunca tuve a alguien que construyera un Dios para mí, nunca tuve que preocuparme por eso.

[i]Había perros ladrando en la casa al lado, lo que preocupaba al equipo de rodaje. Ehrenberg se quedó mirando al aire, y disparó:[/i]

¿Sabes que me gusta mucho el ladrido de los perros en la nochecita? Cuando yo era muy pequeño había dos cosas que ahora recuerdo con nostalgia. Es el ruido del ferrocarril pasando en la distancia, y cada vez que sonaba el vapor, el “uuuuuu”, los perros ladraban. Y es eso: los perros me traen memorias de cuando era pequeño.

[b]¿Así que vivías cerca del ferrocarril?[/b]

Sí, sí, muy cerca.

[b]¿Dónde?[/b]

En el sur de la ciudad, en un pueblo que ya no existe, y que se llamaba San Pablo de Tlacopac. ¿Puedes creerlo?

[b]¿Tlacopac?[/b]

Tlacopac. Allí nací y crecí yo. Y cerca de allí pasaba el tren [que iba] para Cuernavaca.

[b]Pero Tlacopac es un barrio, existe…[/b]

Hoy día existe como barrio, pero cuando yo era pequeño había un espacio muy grande entre Tlacopac y Ciudad de México. Mi mamá todavía dice: “Voy
a la Ciudad de México”… Mi mamá era un poco más joven que Frida Kahlo. Eran muy buenas amigas.

[b]¿La conociste?[/b]

Claro. Yo me acuerdo muy bien de su silla de ruedas que estaba a la altura de mi cuello, y sus manos, llenas de anillos y de nicotina. Y su voz fuerte; yo me acuerdo muy clarito de eso…

[b]¿Sueñas mucho?[/b]

Sueño mucho que yo estoy volando. Más no te puedo decir, porque son tantos, pero no son anhelos, no son esperanzas. Ésos son cada vez menos. Cada vez tengo menos sueños despierto, ésos que se traducen en la palabra esperanza, en cuanto a lo que se refiere a mi persona. Y prefiero no pensar en lo que se refiere a mis hijos y nietos, porque soy muy pesimista. Pienso en la deforestación del Amazonas, pienso en la contaminación de los ríos de México, pienso en las especies que se van extinguiendo, pienso en tantas cosas de ésas, que no quiero soñar despierto. Entonces, ¿qué te puedo decir de los sueños y las esperanzas? Los sueños son la mejor programación habida y por haber en cable. Y las esperanzas… más bien con las sorpresas que me guían, más que las esperanzas.

[b]Entonces, dime: ¿qué te sorprende hoy día?[/b]

Cada vez que descubro un texto de un escritor que desconocía… Cada vez que descubro obras, un cuerpo de obras, de un artista que desconocía. Cada vez que descubro la música de un compositor –y me duele ponerlo todo en masculino, pero bueno…– que des-conocía. Ese frisón que me da la felicidad del descubrimiento, esa sorpresa, me es muy grato. Son como ajustes al timón. Yo estoy así navegando, descubro algo y mi timón cambia. Ya sea para evitar el escollo o para dirigirme a la apertura. Esas son cosas que creo que no se nos acaban ni con la edad. Y lo agradezco mucho. Por lo menos en mi caso no se me están acabando… Y prácticamente desde hace cuarenta años yo no me describo como artista plástico, sino como un “neólogo” en las artes visuales. Neólogo es alguien que se interesa en lo nuevo. Y a mí me ha interesado siempre lo nuevo. Y tal vez sea un iconoclasta, porque cada vez hay más cosas y más nuevas. Entonces yo realmente soy neó-logo, y como buen neólogo yo solamente navego adonde me empuje el viento, no de acuerdo con un plan trazado. Mi vida nunca fue trazada. Mi biografía res-ponde a las cosas que me iban sucediendo. Y sigue siendo así. O sea, mi biografía sigue siendo marcada.

[i]Entonces Felipe Ehrenberg se levantó, nos sirvió otro tequila (para él) y otro mezcal (para mí), se dio vuelta al equipo de filmación y dijo:[/i]

Mientras ustedes trabajan, nosotros pensamos.

[b]Y siempre me pregunté: ¿qué pensábamos?[/b]

Una de las cosas que más me cuesta trabajo aceptar es la cantidad de estímulos que vienen de afuera. Y que te hacen sentir que no hay tiempo. Pero sí hay tiempo… Y el tiempo es una ilusión que uno construye… Entonces, muchos de mis amigos usan calendarios, tienen sus agendas y comienzan a llenarlos, y apuntan “el martes, sí, puedo”, y “el miércoles en la tarde”, y etcétera, etcétera, y de repente llega el final de la semana y encuentran que no tuvieron tempo para hacer nada. El artista no puede hacer esto. El artista no puede someterse de esa manera al mundo exterior. Porque una de nuestras responsabilidades, al asumirnos como artistas profesionalmente, es inventar cosas, o leerlas. Releer las cosas para poder interpretarlas y ofrecerlas a la consideración de los otros. Y entonces, en la medida en que el mundo exterior te va asediando, acosando, con los móviles y todas esas cosas, por suerte, gracias a Dios, muy temprano entendí que la primera persona a la que yo tenía que atender era yo mismo... Entonces, hago una cita conmigo mismo. Por ejemplo: hoy mismo hice una cita para quedarme una semana y media conmigo mismo y con nadie más. Ni siquiera con mi esposa. Le pedí a un amigo que sé que va a viajar, el uso de su departamento y su mesa. Y voy a estar en cita conmigo una semana y media, sin computadora, sin celular ni nada, porque tengo una idea en la cabeza que tengo que atender. Me cito yo a mí mismo, me quedo conmigo, hablo conmigo y me resuelvo. Eso a mí me ha servido mucho... te lo recomiendo...

[b]¿Tú crees que el arte puede ser una herramienta de transformación de la realidad?[/b]

No. No.

[b]¿Qué puede entonces ser el arte?[/b]

Pienso que el arte, como la comida, es un nutriente. La comida no va a cambiar la realidad. Comer bien o comer mal, pero comer, no va a cambiar la realidad. Las ar-tes todas son parte de la canasta básica del ser humano. En este sentido me parece pretencioso pensar que el arte cambie algo. Yo creo que los gritos de felicidad, los aullidos de dolor, las expresiones de desconcierto de los seres humanos, se pueden escuchar, y pueden cambiar las cosas sin la necesidad de tener que ser arte. Es decir, hay expresiones de un ciudadano, de una señora encabronadísima con el presidente de México, porque no ha hecho nada por encontrar a los asesinos de su hijo en una fiesta. Ella no requería una obra de arte para lanzar su aullido, y sin embargo hizo mella. Y hay cualquier cantidad de obras de gentes que pretenderían o que buscarían cambiar al mundo y la historia, y no la cambiaron.

Somos testigos de la historia, pero no somos actores, como en algunos casos pretenderíamos ser. Quizá a lo largo del tempo podríamos hablar de un Da Vinci, que no me representa o simboliza, cambios paradigmáticos en la forma de pensar, en el pensamiento europeo... Pero yo no creo que el arte cambie nada. Nada.

[b]Al fin y al cabo, lo que buscamos es comunicarnos, ¿no?[/b]

Sí...

[b]Cuándo ya no estés, ¿qué quedará de tus intentos de comunicación con las gentes?[/b]

Yo me pregunto qué quedó de mi abuelo en mí. Y tengo memorias marcantes de mi abuelo en mí. También sé bastante bien qué quedó de mi papá en mí. Él murió hace muchos años, en 1991, y hay muchas cosas que se quedan, en lo personal, cuando yo me veo en el espejo. Yo estoy ahora culminando una tarea de muchos años, en la que busqué no tanto dejar algo mío, porque me parece muy egoísta, sino dejar la semilla de una idea que pueda ser renovada o reinterpretada, que pueda ser plantada de nuevo para dar otro tipo de fruto, a partir de la misma idea.

[b]Además de los sueños, ¿qué más has perdido? Háblame un poco de tus pérdidas...[/b]

Yo pierdo virginidades a cada rato... Pero también pierdo a seres queridos. He perdido a hermanos, he perdido a gentes. No he perdido ilusiones, esto te lo aseguro. Ni planeo perder ilusiones. Lo que sí es que me hecho, dentro de lo iluso, más escéptico. Es decir, cada vez que me encuentro con una ilusión en mi camino, la parte escéptica mía dice “cuidado, no te ilusiones demasiado”. Trato de mantener alguna cautela, pero las ilusiones no las quiero perder, ni las puedo perder


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