Jesús J. Lizama
Ilustración: Chakz Armada
La Jornada Maya

4 de agosto, 2015

Esta semana se dio a conocer el informe sobre la medición de la pobreza en México, realizada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). A grandes rasgos, lo que podemos observar en este documento es que la pobreza en México parece haber sentado reales, es decir, las mediciones bianuales que se presentan evidencian que, puntos porcentuales más o menos, el panorama no ha variado en forma significativa en los últimos años.

Lo alarmante de este informe es que los números que presenta son elevados e indican que casi la mitad de los mexicanos (46.2 por ciento) se encuentran en condición de pobreza, es decir, carente de los satisfactores básicos para su óptima reproducción.

En efecto, el nuestro es un país de pobres. El mismo Coneval indicaba que los mexicanos que no se encuentran en situación de pobreza ni conforman un grupo vulnerable apenas alcanzan 20.5 por ciento del total de la población. Haciendo una sencilla adición de números entre pobres y no pobres, tenemos que un tercio de la población del país se encuentra en una amplia franja que va entre los dos extremos.

No obstante, el alto costo de los insumos necesarios para la reproducción cotidiana, los bajos salarios devengados por la población, una inflación que se dice contenida pero que los bolsillos no perciben como tal, además de políticas económicas que no terminan de dar resultados positivos o, más bien, los resultados que esperamos la mayoría de los mexicanos, nos hace a pensar que esa amplia franja del 33 por ciento tiende a ubicarse del lado en el que está la mayoría de la población del país.

¿Cuáles son los indicadores para medir la pobreza? Es decir, ¿cuándo podemos afirmar que las carencias sociales se vuelven importantes en determinado momento para adscribir la población a tal situación? El Coneval ha privilegiado seis indicadores. Según los resultados 2014, una cantidad importante de mexicanos (69.6 por ciento) carecen de seguridad social, es decir, de mecanismos de protección que
permitan tener un ingreso una vez que por la edad han dejado de trabajar, o bien que los ayude a enfrentar contingencias. La segunda carencia en importancia es la alimentación. A pesar de las múltiples políticas sociales contra el hambre, los números no se han revertido, lo que significa que hoy 28 millones de mexicanos (23.4 por ciento) no tienen acceso a una alimentación sana y nutritiva y algunos incluso pasan hambre, es decir, no tienen un pan que llevarse a la boca. En orden de importancia, las demás carencias giran en torno a los servicios en la vivienda (21.2 por ciento), al rezago educativo (18.2), a los servicios de salud (18.2), y a la calidad y espacios de la vivienda (12.3 por ciento).

Si nos detenemos ahora en Yucatán, podríamos indicar que 2014 refleja mínimos cambios comparado con mediciones anteriores. Si en 2010 el 48.3 por
ciento de los yucatecos estaba en situación de pobreza, para 2014 se tuvo un porcentaje de 45.9; es decir, una leve mejoría de 2.4 puntos porcentuales. No obstante, los números absolutos no muestran mayores logros, pues en 2010 cerca de 958 mil yucatecos eran pobres, mientras para 2014 los números hablan de 957 mil 900.

Casi 11 de cada 100 yucatecos viven en pobreza extrema. Para estas personas la vida se vuelve cada día más difícil, ya que no sólo carecen de seguridad social, sino que no cuentan con acceso a servicios de salud, habitan en viviendas precarias, sin servicios básicos, cocinan con leña, carbón o basura, y no en pocos casos padecen hambre. Al contrario, el Coneval registró que apenas 19.5 por ciento de los
habitantes del estado no padecen pobreza ni vulnerabilidad social alguna. Al igual que el resto del país, un tercio de la población está entre esas dos esferas, con los mismos peligros y tendencias que arriba mencionamos.

En Yucatán todos los indicadores de 2014 muestran relativa mejoría con respecto a la medición de 2012. La carencia alimentaria logró revertir más de 6 puntos porcentuales para situarse en 18.4 por ciento; no obstante, en números absolutos aún hablamos de 383 mil 800 personas que padecen hambre en el estado. A pesar de la mejoría, hay que señalar que dos años es muy poco tiempo para observar si esta tendencia se mantendrá o si las cifras sólo dependen de estrategias concretas y coyunturales.

Mi percepción es que responden, entre otras muchas causas, a ciertos momentos de la política pública de combate a la pobreza, pero que no lograrán revertir de manera significativa el proceso de empobrecimiento de la población. De hecho, el informe mencionado indica que el 20.7 por ciento de la población presenta ingresos inferiores a la línea de bienestar mínimo. Es decir, podríamos esperar que franja entre los pobres y no pobres se vaya adelgazando, con tendencia a engrosar las líneas de los primeros.

Por último, no quiero dejar de hacer esta observación: detrás de todos los números que presenta el Coneval se esconden rostros concretos de personas que muchas veces conocemos. En efecto, observamos a diario en los periódicos locales situaciones particulares; convivimos con personas que siempre están “necesitando” algo, por lo general dinero para hacer frente a sus necesidades familiares, personas que empeñan su patrimonio para salvar situaciones imprevistas, etc. Los rostros de esas personas son conocidos y cercanos para nosotros, pero se diluyen en medio de las cifras que las engloban.

Con todo lo dicho hasta ahora, ¿tendremos acaso ánimo de ser triunfalistas?, ¿de presumir nuestras cifras?, ¿de jactarnos de que la política pública de combate a la pobreza ha sido ajena a las ocurrencias de los gobernantes en turno? Creo que no. Las cifras deberían hacernos reflexionar en que hay muchos yucatecos que pasan hambre, que están en situación de vulnerabilidad por no acceder a una seguridad social mínima, por no contar con servicios de salud no sólo adecuados sino básicos, de tener bajos ingresos y carecer de una instrucción escolar que les permita insertarse en el mercado laboral en mejores condiciones que las actuales. Mientras las cifras no disminuyan en forma significativa y la tendencia se mantenga, no podemos lanzar cohetes ni echar las campanas a vuelo, porque en el fondo lo que nos muestran es que vivimos en un estado pobre, que tiene muchas dificultades para tener un desarrollo económico positivo.

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