Novilladas

Gastón Ramírez Cuevas
Foto: Paola Arroyo
La Jornada Maya

3 de agosto, 2015

Hay tardes en que resulta evidente quién tiene hambre y argumentos taurinos, y quién no. Así, Ochoa desperdició a su primer “enemigo”, un becerro colaborador al que toreó con demasiadas precauciones.

En su segundo anduvo mal con un ñú muy feo (si se permite la redundancia) que se dejó torear hasta la saciedad. Ya lo decía Rafael El Guerra: “Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”.

Luis Miguel Cuéllar no estuvo, y cuando estuvo en su primero adelantó la suerte, dejó una barbaridad de luz y se llevó un puntazo. En ese segundo de la tarde lo vimos esforzado pero sin ideas claras. El de Garfias merecía más aguante y temple, pero tantas dudas y medios muletazos acabaron aburriendo al cornúpeto y a los buenos aficionados. El público aplaudió por el pundonor de quedarse a torear estando casi baldado; o por lo menos eso dio a entender el torero avecindado en Aguascalientes.

Peor fue la cosa con el quinto, un novillo de excelentes hechuras y gran alegría al que Cuéllar desperdició. El morito embestía, humillaba y pasaba largo, pero Luis Miguel no podía quedarse quieto ni completar un pase. La faena se desdibujó entre trapazos e impotencia lidiadora. Otra vez el escaso cónclave (unos 3 mil adictos a la fiesta) tomó partido por el astado.

Afortunadamente el tercer espada era Nicolás Gutiérrez, un muchacho hidrocálido que sí sabe torear, posee temple y valor. Al tercero de Marco Garfias le plantó cara en medio de un vendaval. Aguantó horrores, templó y se estiró en enormes naturales, despertando al cotarro. Había que ver la decisión, la hombría y el buen gusto para pegar muletazos de muchos quilates. El pinchazo no fue impedimento para que, después de una entera habilidosa, la gente pidiera un apéndice que nadie protestó.

Mejor le fue en el sexto, un novillo bonito que tenía muchos pases. Nicolás volvió a dejar claro que es torero. Logró unos derechazos de trazo largo, gustándose y acompañando al toro. Hubo un desdén que hubiera hecho ruborizar al propio Manolo Martínez. Con la toledana dejó una media que hubiese firmado el viejo Rafael Molina Lagartijo. Cuando el toro dobló y se acercaba el cachetero, el morlaco exhaló su último suspiro y echó las cuatro patas al cielo. El juez de plaza no dudó en conceder la oreja y Nicolás Gutiérrez salió a hombros en su presentación en la plaza más grande del mundo.

Parece tópico, pero en los toros funciona el que tiene la onza de oro, el que se juega la vida con quietud, arte y solvencia. Los otros deben considerar entrarle duro a la profesión de dentista, maestro de idiomas o contador.
Novillos:

Seis de Marco Garfias, desiguales en presentación y juego. El primero era un becerro. Al tercero le dieron arrastre lento. El quinto fue casi de bandera.

Novilleros:
Rodrigo Ochoa mató al que abrió plaza de dos pinchazos y un bajonazo artero; inexplicablemente lo sacaron al tercio y el remedo de novillo fue aplaudido en el arrastre. Despachó al cuarto con una estocada casi entera desprendida: palmas al toro y silencio para el espada.

Luis Miguel Cuéllar, al segundo de la tarde le atizó un bajonazo: palmas por el puntazo recibido. Al quinto, que fue extraordinario, lo pasaportó con una entera baja: palmas al toro y silencio para él.

Nicolás Gutiérrez despachó al tercero con un pinchazo y una entera traserillla. La gente pidió la oreja con fuerza y el juez la concedió. Al que cerró plaza lo fulminó con una media lagartijera de libro: oreja para el coleta y ovación para el de Garfias.