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del

Johanna Martín
Foto: Foto: Facebook @museomacay
La Jornada Maya

Martes 12 de junio, 2018

Las ciudades modernas dejan de estar en armonía con la vida cotidiana, es decir, se construyen separadas de ella. Aunque algunas ciudades logren espacios de coherencia con el sujeto, es un fenómeno difícil de soslayar. La máquina de producción estructura al sujeto reduciéndolo a mano de obra que genera o produce, sujeto-objeto. Las ciudades se arman como corredores de consumo y ello lleva implícito el abandono y la exclusión de importantes comportamientos vinculados al sentir humano con el entorno; se dejan de percibir sonidos y ruidos que se pierden en el tráfago de la urbe, así como también la relación con objetos u elementos menores. La macro estructura absorbe y transforma todo en pos de procesos productivos mayores.

En este contexto, la instalación de Andrea Boettiger, en la Sala Esay Temporal, que lleva por nombre Aproximaciones: Mérida desde la mirada infraordinaria parte de esta realidad y plantea la mirada sobre lo ordinario, y más aún, la observancia de lo infraordinario. Sólo queda el remedo de una estructura, ahora ausente, haciéndose presente en un fragmento ínfimo apenas perceptible. La instalación, que nos presenta la artista, refuerza esta idea al ser montados sobre un soporte cuadrado ubicado en el centro de la sala, cuya superficie podría ser vista como un edificación mayor, símbolo pregnante de la ciudad, que sostiene estos elementos en cada uno de los extremos-bordes, porque estos elementos también se configuran en y desde el borde, desde y en el límite, de ahí el soporte y la ubicación elegidos; la macroestructura sostiene la microestructura. Los otros elementos se distribuyen en las esquinas de la sala (borde de la sala) y muy pocos en el centro. Sólo en el espacio, llevado a su condición extrema, se puede percibir lo infraordinario, porque ese lugar le devuelve su verdadera condición, ser borde, solemnizada la cosificación siempre desde el borde.

Los elementos (plásticos, trozos de azulejos, hoja seca, pelusa, clip, etc.), las voces que arman la instalación (ladridos de perros) y las fotografías son cortes en el texto de la ciudad, un signo pare, un llamado de atención, una fractura-fisura temporal y a la vez existencial. De igual manera se plantea un muro con frases que aluden a circunstancias cotidianas triviales, como si el muro fuera la página de un texto que debe ser llenado de (in)trascendencias múltiples que van apareciendo mientras se recorre las calles de la ciudad y que Boettiger agrupa bajo una línea que rubrica ese universo.

Observar y (de)tenerse en un detalle (in)significante (infraordinario) es un acto atento y reflexivo, una forma de suspenderse y de la misma manera tenerse en ese tiempo asumiendo la existencia efímera de su inestabilidad en el devenir cotidiano de la cosa. Somos en la suspensión de la ínfima forma que nos indica que somos finitos, perecederos. Reconocerlo es aceptar que las cosas tienen, en su relación con el mundo, su propio lenguaje, su propia convivencia con el sujeto más allá de la utilidad y de su necesaria existencia, sólo que algo de ese proceso nos habla de la propia existencia. ¿Por qué podría llamarnos la atención un pedazo de madero que dejó de pertenecer a una estructura mayor y que perdió su utilidad o un trozo de hoja desecha a punto de ser abono?

Observar el detalle dentro de la macro estructura es dar valor y (re)plantear lo que no miramos por pequeño e insignificante, es poner en el tapete lo desecho, lo innecesario, lo efímero y en ese acto otorgarle un nuevo significado y hacerlo trascendente.

Boettiger mira la macro ciudad desde lo micro para construir texto, los elementos que alguna vez fueron objetos útiles y que ahora, remedo poético de algo, establecen un nuevo lenguaje de lo invisible que sólo se visibiliza en la puesta en escena en la sala de exposición. Su pequeñez nos obliga a acercarnos lo más próximo para observar el detalle, para entender el objeto o lo queda de él e incorporarlo a una estructura ausente mayor que complete su significado o su función atribuida. El ejercicio se invierte, estamos frente a la micro estructura y sólo la entendemos al (re)situarla en lo macro de una organización (pre)establecida o en su destino (pre)determinado. ¿Es sólo ese acto la que la valida, y si sólo fuera un trozo desecho o una pelusa?

Es el valor de los elementos que pone en juego Andrea Boettiger: voces, ladridos, imágenes cotidianas, muchos no reconocibles por su desgaste y, sin embargo, somos conscientes de su existencia en un estrato menor que, en su condición matérica, también narra una micro-historia que compone el gran relato; es la historia del desecho, del desarme, de lo perdido, de lo que muere, en la concepción más amplia de la palabra muerte. ¿A dónde irán esos objetos y voces que un día formaron parte de nuestro cotidiano?, ¿por qué es importante detenerse en ellos y para qué?

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