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del

Hugo Castillo
Foto: Especial
La Jornada Maya

Viernes 8 de junio, 2018

El día de ayer el presidente de Afganistán, Ashraf Ghani, anunció un cese al fuego con el Talibán, agrupación extremista conocido en todo el mundo por su cruentos ataques y por mantener sumido en una guerra civil al país de Asia central.

La pragmática decisión de Ghani, influida por la longevidad del conflicto que allá se vive y por la aparición del Estado Islámico y su radical ideología, refleja un cambio de paradigma en Medio Oriente.

Por un lado, tras más de 20 años, la guerra en Afganistán parece no tener fin. Se han realizado decenas de pactos, conferencias e iniciativas para la paz sin que ninguna haya logrado un resultado permanente. El país se encuentra sumido en la pobreza total y el conflicto con el Talibán genera caos internacional al exportar refugiados a todo el orbe. Por todo lo anterior el débil gobierno central en Kabul se propuso, en meses pasados, encontrar una solución que sea duradera.

Por otra parte, la incapacidad del gobierno para hacer frente a los extremistas e imponer el orden en el país ha permitido que en todo el territorio afgano se asienten grupos que viven de la ilegalidad, como es el caso del Estado Islámico. Fundamentalistas o no, éstos se aprovechan del vacío de autoridad para enriquecerse a costa de la población, generando aún más pobreza y caos en la destruida nación.

Hay que resaltar que la aparición del Estado Islámico en la escena afgana cambió el balance del poder en el país. El gobierno central de Kabul pronto se dio cuenta que era necesario evitar que la ideología radical del mismo se esparciera en los ya de por sí extremistas grupos locales, principalmente los talibanes y que ellos acabaran dominando la nación. Es por esto que la necesidad de atraer a la temida agrupación a la mesa de diálogo se hizo no sólo necesaria sino urgente.

En febrero pasado, el presidente Ghani propuso, por primera vez, reconocer al Talibán como un partido político legítimo en Afganistán, en un intento para poner en movimiento el proceso de paz nacional. Sin embargo, la agrupación no cesó sus ataques violentos entonces, pero sí llamó al gobierno de Estados Unidos a entablar negociaciones con ellos.

Poco después del reconocimiento del Talibán por Kabul siguieron intentos de clérigos musulmanes de emitir fatwas que condenaran la postura extremista de la agrupación, así como que los obligaran a sentarse a la mesa de negociaciones para lograr la paz. Los fundamentalistas respondieron a esta medida con un ataque a la misma congregación de religiosos que planeaba emitir los edictos islámicos legales.

Es por todo esto que la movida política más reciente de Kabul, que coincide con el Ramadán, mes musulmán para expiar los pecados, representa el reconocimiento de la autoridad que detentan los talibanes en el país.

Después de dos décadas de mantener una guerra con el Estado, la agrupación se ha construido un lugar importante dentro de la escena afgana. Negarles el derecho a participar en el gobierno significa negar la existencia de un amplio sector de la sociedad en el país asiático que cohabita día a día con ciudadanos de ideologías más moderadas.

El gobierno afgano se dio cuenta de que la única forma de acabar con la violencia y extremismo de los talibanes era reconociendo la legitimidad de sus intereses; había que traspasar la lucha por el dominio político de las armas a las urnas.

El caso de Afganistán abre una nueva puerta para la resolución de los muchos conflictos que en la actualidad se viven en el Medio Oriente. Disfrazados de guerras ideológicas, las facciones en pugna realmente buscan obtener la primacía política. Aceptar la legitimidad de sus aspiraciones políticas y darles un espacio en el panorama social a través de su reconocimiento es una buena forma de hacer que los “terroristas” dejen las armas y se sienten a negociar la paz. En el mundo actual no podemos negar el derecho del otro a participar en los proceso políticos, pero sí debemos obligarles a ajustarse a las reglas del juego, forzándolos a seguir ciertos principios básicos.

La negociación es la mejor forma para lograr que los grupos fundamentalistas, de cualquier parte del orbe, acepten el respeto a los derechos humanos funda- mentales. Negar su existencia no ha dado resultado, no ha disminuido el ímpetu con el que buscan el dominio de la región y sí les da material para propagar su ideología entre personas que día a día sufren los estragos de guerras que poco tienen que ver con ellos

Muchas vidas se pudieron salvar en Afganistán si el gobierno hubiera reconocido al Talibán hace años. Es tiempo de que esta agrupación extremista ayude a reparar el daño que ellos han causado a su patria.

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