¿El voto razonado?

Pedro Bracamonte y Sosa
Foto: Especial
La Jornada Maya

Viernes 8 de junio, 2018

En los últimos días ha crecido en diversos medios la solicitud, propuesta o, incluso, la coacción para que los ciudadanos emitan un voto razonado el primero de julio. Ello presupone que un conjunto amplio de personas se está guiando en su decisión de elegir a los gobernantes sólo por emociones, sentimientos o ideologías. Tal presupuesto es absolutamente falso. De hecho todo voto es razonado y, a la vez, está influido por diverso tipo de percepciones que implican también a las emociones (necesidades frente a la ambición desmedida, por citar un ejemplo). La solicitud del voto razonado en esta campaña electoral está encabezada por grandes empresarios y por partidos que se encuentran abajo en las preferencias electorales, en particular las presidenciales. Es más que obvio que detrás de tal invitación se conjugan tanto razones como emociones y, puedo añadir, inmensos intereses económicos y de poder.

Esa campaña negativa que seguramente ganará en intensidad está centrada en la imaginaria lucha en contra del populismo que se le asigna gratuitamente al partido Morena y a su líder. Pero las propuestas sobre el crecimiento de la economía, la redistribución del ingreso y el libre mercado con inversión privada y social, así como la oferta de reforzar la división de los tres poderes de la Unión, simplemente no va en el camino del populismo sino de la justicia. Esto es, que resulta un contrasentido invitar a los ciudadanos a razonar su voto para dirigirlo en contra de un enemigo inventado por quienes han acumulado sin límites la riqueza del país. Tendrán sus propias razones. Pero existe otro razonamiento que considero de mayor validez. El de los despojados, que conforma la inmensa mayoría de los mexicanos.

Los despojados se pueden identificar por dos características: la primera es la imposibilidad de ingresar al mercado de trabajo de manera eficiente y duradera y, por ende, padecen niveles de consumo o de autosubsistencia extremadamente raquíticos. Una intermitencia en mercados laborales escasamente cualificados no cambia esta característica; la segunda peculiaridad es el desarraigo, la aculturación, el desplazamiento lingüístico y la pérdida de vínculos con la familia extensa y con los miembros de la localidad de nacimiento o residencia de esa familia.

El argumento que ofrecen quienes piden el llamado voto útil o razonado es que México debe seguir el camino de la modernización neoliberal; pero la creciente población que conforma al grupo de los despojados desmiente ese postulado. Lo primero que salta a la vista cuando se les mira es su pobreza económica, su marginación social y la aceptación de que ya nada o muy poco se puede hacer frente al fenómeno. Quizá sus hijos lo logren: un empleo estable aunque pague poco, o un empleo arriesgado que pague mucho más. Porque cualquier cosa es mejor cuando no se tiene nada y ya no existe esperanza.

Los despojados o los sin esperanza son una realidad histórica, actuante e identificable, aplicable a un extenso grupo social en países de conformación similar a México. Se trata de una condición impuesta de la que el individuo, su familia y descendencia difícilmente pueden evadirse. Está integrada, esta especie de gran clase social, por individuos y colectividades de orígenes históricos, culturales y lingüísticos muy distintos, que se generaron en las más diversas geografías y regiones sin distinción entre lo rural y lo urbano. En su inmensa mayoría son pobres en cualesquiera de las denominaciones que el Estado invente para definirlos, pero, más que eso, se les distingue por una perenne inmovilidad clasista y socio-racial que, sin embargo, los arrastra hacia abajo en la escala entre ricos y pobres, cualquiera que sea la categoría teórica u operativa utilizada. Propongo una definición concisa, que los engloba: un conglomerado cuyos miembros han sido expulsados, por generaciones, de su vida tradicional en donde ya no tienen cabida y que, a la vez, no es aceptable para la vida moderna y sus formas económicas y culturales. Este conglomerado es el resultado histórico de sociedades con trayectoria de colonización en las que prevalece un espíritu, pensamiento y prácticas señoriales en todos los ámbitos de la economía y en la estructura del Estado.

No tengo duda de que en esa condición impuesta de tradicionalismos y modernidad se involucra la crisis de sentido de la vida por efecto de la pérdida de parámetros propios a causa de esa imposición, aunque no se esté consciente de ello, y se carece también de instituciones para atemperar o mediar tal fenómeno.

Esa clase vive en el desempleo, subempleo e informalidad, y no obstante se reproduce biológica y socialmente con los desechos de quienes disfrutan de la riqueza absoluta, sufriendo y ejerciendo, además, en no pocas ocasiones, robo y violencia de otros que casi no tienen nada. Desposeídos compelidos a medrar de los más desposeídos. Ya no son los campesinos tradicionalistas de antaño, de los que, sin embargo, mucho les queda. En ese grupo el anhelo de convertirse en empresarios, profesionistas, empleados o incluso asalariados quedó en eso, en un mero sueño. Los despojados hasta de la esperanza viven, entonces, el presente en un capitalismo fracasado atrapado desde sus inicios en la violación de sus propias leyes de mercado y de inversión.

Es más que evidente, entonces, que los despojados tienen sus propias razones al actuar en la política y con ellas y con el voto democrático decidirán su futuro muy pronto.

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