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Rodrigo González
Foto: Arte de Ryan Meinerding
La Jornada Maya

Jueves 10 de mayo, 2018

En la historia de la cultura occidental, la representación del héroe ha tenido una estructura más o menos reconocible en todas las expresiones artísticas. Aun con los propios minuendos de cada disciplina, en general somos capaces de reconocer esa estructura básica: todo héroe se enfrenta a un conflicto, y al enfrentarse a éste, y resolverlo, termina convertido en otra persona. Tal estructura, basada fundamentalmente en la poética de Aristóteles, sirve como base para reforzar, a lo largo de generaciones, los valores fundamentales sobre los que descansa una sociedad. Es por eso que todos nuestros héroes son representaciones humanas de esos mismos valores (o antivalores) y cada expresión artística los mezcla de forma que aquellas historias que surgen, se integran a nuestra memoria colectiva y las convertimos en nuestras guías morales.

Lamentablemente, la nueva entrega de los estudios Marvel sobre la saga de los Avengers, [i]Infinity War[/i], con lo único que cumple de dicha estructura es con la fastuosidad del apocalipsis, la grandilocuencia de los efectos especiales yel deseo del estudio de que cueste lo que cueste (y le ha costado mucho), había que lograr una de las películas más taquilleras de la historia.

En un muy tedioso ejercicio que hace desear tener la gema del tiempo para adelantar la película y librarte de los diálogos de cartón y los chistes seguidos de su silencio respectivo (para que el respetable se ría, obvio), desfilan ante nosotros una ristra de héroes que ya no lo son. Ahora, si a caso, son un colectivo [i]hípster[/i] de superdotados corporativos al servicio de sus propios intereses, incapaces de ver más allá de sus convicciones y reacios a poner en duda lo que son a cambio de salvar al universo.

La película de los hermanos Anthony y Joe Russo es fastuosa y sería necio negarle la factura. Pero a este nivel, la factura resulta completamente intrascendente cuando a lo largo de dos horas y media solo recibimos el mensaje de que el heroísmo ha sido institucionalizado, y que sus actividades son reguladas por los dueños del mundo, es decir por ellos mismos.

Ellos deciden y si el resto de la humanidad no está de acuerdo, poco importa. La preservación del status quo es primordial para que su propia existencia tenga sentido. Lejos quedaron las razones que los hacían pelear por la justicia, por la bondad y por la paz. Ahora lo único que importa es la administración del conflicto y guardar fuerzas para las batallas importantes.

Cooptados y avalados por sus propios logros y errores, este grupo de superhéroes se convierten miserablemente en sus propios peones, en la verdadera amenaza, y terminan dándole al rival, el ultravillano paternalista y romántico Thanos (ese que quiere salvar al universo de su propia aniquilación aniquilando a la mitad de la vida en el universo) la razón, junto con todas las oportunidades para lograr su objetivo.

Recuerdo a los héroes de mi niñez y recuerdo que en todos ellos estaba siempre presente la idea del autosacrificio, ese estar dispuestos a hacer aquello que solo es alcanzable para quien está preparado para renunciar a todo lo que se tiene y todo lo que se es para lograr el bien común. Ahí cabía la posibilidad de la derrota, por supuesto pero si la derrota venía desde del sacrificio máximo, entonces el verdadero heroísmo se hacía presente.

Y es una lástima porque en esta cinta, la depredadora máquina del dinero hollywoodense trata de engañarnos con el truco de la muerte de la mitad del panfletero cartel de héroes, pero sólo para dentro de un año, con un tronar de dedos, meter de nuevo la mano entera en nuestros bolsillos y entonces nos contará, con otro golpe de efectismo visual y hueca retórica, como hasta la muerte se resuelve con una buena dosis de capitalismo bien invertido.

Yo la verdad extraño a [i]Kalimán[/i], a [i]Chanoc[/i], a [i]Dantes[/i] y al [i]conde de Montecristo[/i], a [i]Emilio de Roccanera[/i], a [i]Han Solo[/i], héroes que en su universo no libraron la muerte, pero que lograron inmortalizar la idea de la transformación del hombre común. Aunque quizá debería decir que lo que más extraño es la emoción que me provocaba saber por culpa de ellos, quizá, bajo una circunstancia extraordinaria, existía la posibilidad de convertirme yo también en héroe, aunque fuera por un momento breve y necesario para la humanidad.

Después de esta película me doy cuenta que lo más terrible acerca de las pérdidas es que se quedan para siempre, y gracias a Infinity War, es triste ver que una generación entera ha perdido el heroísmo en el cine, y que lo recordará únicamente como el subproducto de una maquinaria que su mayor logro es vender palomitas.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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