de

del

Hugo Castillo
La Jornada Maya

Miércoles 16 de mayo, 2018

El mes de mayo en Tierra Santa está marcado por dos importantes fechas consecutivas. Dependiendo de en que lado del muro fronterizo se encuentre, la población local celebra el 14 de mayo, la Fundación del Estado israelí, o el 15, la Nakba o catástrofe palestina.

Este año la fecha se tiñó de rojo por la decisión del gobierno estadunidense de inaugurar su controvertida embajada en Al Quds (Jerusalén).

El traslado de la sede equivale, como señaló el representante de Francia en la ceremonia de apertura, a un obstáculo para conseguir la paz en la región. Sin embargo, lejos de ser la causa, es sólo un síntoma más del estancamiento en que se encuentra el conflicto árabe-israelí en la actualidad.

En estos últimos dos días de protestas y violencia, ambos bandos actuaron como siempre lo han hecho; aferrándose a sus posiciones políticas y utilizando a la sociedad civil como carne de cañón, en un intento de inclinar la balanza de la opinión pública a su favor.

Israel silenció a todos los que protestaban: palestinos y judíos, a las afueras de la nueva sede diplomática, en un intento de mostrar que la decisión fue bien recibida por todos los sectores de la sociedad. En la frontera, los soldados hicieron valer, como de costumbre, el “derecho a protegerse” del país, acabando con la vida de decenas de “terroristas” que “amenazaban a la nación”.

Del otro lado del muro, los líderes palestinos convocaron a la ciudadanía para protestar contra la “injusticia sionista”, en un llamado que más de uno previó acabaría en un baño de sangre. Los nuevos mártires, como de costumbre, salieron de la gente común que hoy entierra a sus seres queridos, mientras Fatah y Hamas utilizan su dolor para atraer la mirada de miles de televidentes al rededor del mundo.

Hoy, mientras los líderes, “sionistas” y “terroristas”, dan discursos destinados a audiencias sedientas de imágenes que demuestran lo peor de la humanidad, son los ciudadanos comunes, judíos y musulmanes, cristianos y ateos, quienes sufren el día a día de la región. Para los primeros es fácil ser recalcitrante y negarse a pactar la paz, dejar que todo siga igual mientras pasan los años, con la esperanza de que algún día el enemigo ceda y puedan reclamar la victoria como fruto de sus decisiones.

Los que sufren el desgaste físico, económico y moral son las personas comunes, quienes viven y mueren por culpa de ideologías tercas que se niegan a tomar en cuenta su precaria condición.

Palestinos e israelíes, judíos y musulmanes, todos podrán encontrar la paz cuando hagan a un lado los discursos políticos y se sienten a la mesa a discutir. Cuando reconozcan que Tierra Santa es de todos y que se puede convivir pacíficamente con el enemigo; entonces acabará la guerra en la “casa de Dios”.

70 años de disputa ya son suficientes. Es tiempo que toda la comunidad internacional haga un esfuerzo real para lograr que el conflicto árabe-israelí acabe. Hoy, la región de la discordia tiene el potencial de convertirse en el mayor ejemplo de convivencia para las futuras generaciones.

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