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Texto y foto: Johanna Martín
La Jornada Maya

Martes 15 de mayo, 2018

Concebir desde otro lugar y otra materialidad la obra es siempre una forma sugerente y atractiva de incursionar en el arte. Ello requiere de la investigación y la revisión de estructuras, técnicas, soportes y espacios que en algún lugar se cruzan para entregar una marca transgresora de estas expresiones.

El trabajo que nos presenta la artista francesa Marie Piselli, en el Centro Cultural La Cúpula, sugiere una semantización dado su interés por transformar-trasladar-interrogar los significados, los significantes y el símbolo. Su investigación es el resultado del (des)plazamiento de las miradas, es decir, un cruce que busca entrelazar la experiencia vivida desde los márgenes con la cultura maya, en México, junto a campesinos y la vivida en su tierra natal, Francia, al visitar una cárcel después de sufrir un incendio. La propuesta, que data de más de un año de investigación, es presentada como un montaje de diversos y complejos elementos desde la forma, el colorido y la técnica que en algún lugar provoca desasosiego, y que individualiza en la idea de proponer sub espacios a modo de escenas íntimas.

El (des)plazamiento se produce en distintos niveles de la propuesta. El primero, relacionado con ambas culturas (mexicana y francesa) en el cruce entre lo sofisticado de las formas recortadas, como fabricadas por una máquina en serie y presentadas de manera individual sobre el muro o reunidos en serie con colores puros pregnantes, que rescata de la cultura maya; y los elementos rudimentarios, propios del trabajo de artesanos de un pueblo que vive del color, el olor y de materiales vegetales con los que fabrica utensilios como colgantes, canastos, ponchos, etc. En un sustrato menor, no por ello menos relevante, la propuesta sugiere el cruce entre los efímero, que también entra en el orden de la sofisticación y cuyo mayor símbolo es el perfume, y lo que permanece en el orden de lo cotidiano y elemental, representado, por ejemplo, por utensilios y libros.

El trabajo de campo es uno de los recursos que utiliza para investigar, explorar tradiciones campesinas de la cultura maya, testimoniar relatos y vivenciar acciones cotidianas. A partir de ello, la artista reflexiona sobre los procesos vinculados a otros contextos del devenir humano para configurar, desde ese territorio, otra mirada del hacer haciendo, del construir desde la precariedad, desde el aislamiento en el acto de ir urdiendo la emoción, el afecto, porque los canastos, los ponchos, los colgantes evocan un plática sosegada que se constituye en el urdimbre de una estética-ética de la identidad, que es propia del hacer en libertad sin el apremio del tiempo.

Su relación con la cárcel en Francia le propone una reflexión, ahora urbana, que también es visitada desde una precariedad limítrofe. De ahí extrae elementos representativos que recolecta como imagen visual, símbolo icónico para armar la instalación. Así, una llave se convierte en imagen referencial significativa de su propuesta. Este cuerpo es sometido, para usar conceptos de Deleuze y Guattari, a un proceso de (des)territorialización al desplazarlo al terreno del arte. La llave adquiere, gracias a este proceso, un nuevo significado que la territorializa, acto que no sólo (re)define el sentido del objeto, sino del arte; el objeto se visibiliza al ser sacado de su hábitat y es esa acción la que lo (re)sitúa.

La relación-investigación realizada, sobre ambas culturas, comienza desde la fragmentación y la singularidad propia de cada territorio, dada las diferencias geofísicas, que en el proceso interroga el tiempo, la distancia, la precariedad del territorio, lo simbólico, el orden y el valor de las cosas al indagar desde y en la extranjería (desplazamiento del sujeto). Ambos territorios se presentan muy disímiles, es sólo la (des)territorialización que genera el (des)plazamiento de los elementos simbólicos lo que suprime el extrañamiento y permite el vínculo y su posible comunicación.

El trabajo de Marie Piselli exige, además, el (des)plazamiento del propio sujeto que está unido, indefectiblemente, a un proceso de (des)territorialización al tener como punto de partida el (des)hacer para volver a hacer-ser, principio que entrama una nueva relación de los elementos, de manera que es posible reunirlos en un nuevo tejido textual que plantea un lenguaje que une y funde códigos y que en su relato altera el signo otorgándole otro significado sin desentenderse ni borrar la historia tras cada realidad. La experiencia de la artista instala la interrogante sobre la complejidad en la identidad de las cosas.

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