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Giovana Jaspersen
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Viernes 4 de mayo, 2018

Desde 1993 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó, por iniciativa de los países miembros de la UNESCO, el tres de mayo como el Día Mundial de la Libertad de Prensa; buscando “reconocer que una prensa libre, pluralista e independiente es un componente esencial de toda sociedad democrática”. La fecha recuerda la instauración, un día como ayer, de la Declaración de Windhoek sobre el ejercicio del periodismo libre; e invita a la reflexión acerca del peligro que desde la profesión se ejerce por la palabra, la defensa de la información y su transmisión a la sociedad.

En esta cavilación vale lanzarse sobre las cifras y analizar frontalmente por qué es necesario detenernos frente a la fecha y procurar una reflexión internacional al respecto. Para ello, basta pasar la mirada sobre la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, que cada año desde 2002 publica Reporteros sin Fronteras en relación a la situación del periodismo en 180 países. El estudio, según detalla, es una herramienta para ver la situación de acuerdo al pluralismo y la independencia de los medios de comunicación, el ambiente de trabajo y el grado de autocensura de los periodistas, el marco legal, la transparencia y la calidad de la infraestructura para la producción de información.

Los resultados, publicados hace apenas unos días, son como una radiografía que numéricamente muestra enormes contrastes, pues por supuesto no es lo mismo ser periodista en Noruega (país mejor evaluado) que en Corea del Norte (peor evaluado); pero también muestra escandalosas densidades generalizadas que se van extendiendo y creciendo con el paso del tiempo, el aumento en los discursos de odio, y el terror, incluso en los sitios que antes fueron seguros hoy se refleja, están también secuestrados. Han vuelto esclava a la libertad.

Al acercarnos en el mapa y ver hacia nosotros mismos la situación no es nada alentadora. México ocupa el sitio 147 en la lista, fueron asesinados once periodistas en 2017 y se convirtió así en el segundo país más mortífero en el ejercicio de la profesión de toda América Latina. Y lastiman tanto los números como los contextos y su seguimiento, pues según datos del IFEX (Intercambio Internacional por la Libertad de Expresión), en nueve de cada diez casos, los autores de los crímenes no son procesados, nuestro país es también muestra de ello.

En suma, la impunidad se inunda también con una ola de descalificación que día con día se normaliza más, cuando se trata a quienes trabajan por la información como si de terrorismo se tratara. La marca se extiende como vicio, saliendo de las líneas del poder o la delincuencia y enfrentándonos a los otros, que desde la liviandad también opinan. Probablemente uno de los tragos más amargos al respecto, fue en marzo, cuando Vargas Llosa -sí, el premio nobel de literatura 2010- ligero afirmó: “El que haya 100 periodistas asesinados yo creo que es en gran parte por culpa de la libertad de prensa, que hoy día permite a los periodistas decir cosas que antes no se podían permitir”.

Así, culpó a la libertad y no al asesino; y con ello, el literato esclavizó a la palabra.

Nos dejó frente a ese mismo esclavismo verbal en el que se enseña a callar aquellas cosas que pueden resultar incómodas o generar conflictos, la misma trata que indica no salir por la noche para evitar ser asesinado, o no vestir de determinada forma para no ser violada. Culpar a la libertad se ha vuelto vicio que pasa por encima de todo, tratando de llevarnos a la resignación de ser esclavo.

En nuestro país se matan periodistas como si con su voz se apagara un problema, y se normaliza a cada paso como se hace con las mujeres y las minorías, sin que el culpable jamás lo sea, sin que comprendamos tampoco que callar es formar parte también del círculo de miseria.

Sirva la fecha, nuestros muertos, los callados que temerosos buscan defender su vida y la de su familia, para recordar que la situación no es ni será culpa de la libertad, que es un derecho, como lo es de la vida que apagan desde su esclavismo. El mismo derecho que tenemos todos a la información y al conocimiento, el único que nos hará comprender que la libertad no es la culpable y que cada que se asesina o amenaza a un periodista nos callan también a nosotros, pues ellos son nuestra palabra.

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